Aníbal Saucedo Rodas

Periodista, docente y político

La libertad para elegir nunca es absoluta. Está restringida por el sistema legal que cada país adopta para seleccionar a sus representantes. El que, a su vez, condiciona el modelo de participación ciudadana y nos plantea el dilema de la democracia que soñamos y la democracia que tenemos. Sustentada la nuestra en un régimen de partidos, estos (los partidos) son considerados ejes irreemplazables para su estabilidad, desarrollo y consolidación (de la democracia). Analizando este marco de inevitable interacción, el enfoque reflexivo es una interpelación permanente sobre la urgencia de avanzar hacia mecanismos que permitan perfeccionar el funcionamiento de las organizaciones políticas. Aparte de la literatura clásica sobre este tema de Duverger, Bobbio o Sartori (y los nuevos como Reveles o Espinoza), la tecnología nos introduce al mundo de las bibliotecas virtuales, monografías académicas, tesis de grado e investigaciones cualitativas sobre partidos políticos, democracia y participación ciudadana. Divagar sobre estos temas, sin el debido respaldo teórico que anticipa la realidad, solo demuestra la pereza intelectual que nos atrofia, sobre todo a quienes tienen la responsabilidad de legislar.

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Si bien es inobjetable que cada país tiene especificidades que le vuelven diferente de los demás, tampoco puede obviarse que existen patrones generales que son guías útiles para encarrilar nuestros esfuerzos hacia el ideal democrático. Las líneas gruesas comunes son más fuertes que las delgadas particularidades. Mejorar la calidad de la representación en los cuerpos colegiados es un lamento que no tiene muro para recostar la frente. Ella se ha ido deteriorando con los años. Las juntas municipales, salvo la de Asunción, por lo general, no pasan por la criba de la crítica pública, lo mismo ocurre con las departamentales que nacieron adheridas a la figura constitucional de las gobernaciones. Queda, entonces, en la mira examinadora de la sociedad el Congreso de la Nación por su reflejo amplificado en los medios de comunicación. Los juicios son dolorosamente deplorables. Claro, con una selecta minoría que pone la cara por el resto, aunque no pueda exonerarlo.

Estos problemas no son nuevos ni exclusivamente nuestros. En 1996 me tocó participar en Santiago de Chile de una mesa de diálogo y debate sobre educación y gobernabilidad democrática que, luego, iba a convertirse en documento oficial de una Cumbre Iberoamericana. En el capítulo referente a “Gobernabilidad y crisis de representación” se martillaban sobre cuestiones que nos sonaban conocidas: “Apatía de la juventud para inscribirse en los registros electorales (en nuestro caso, desde 2012 es automática), el aumento del abstencionismo electoral y la alta proporción de opiniones negativas acerca de la política y los políticos”. Y concluía que “algunos partidos políticos comparten con los parlamentarios la peor evaluación en las encuestas de opinión pública”. Un cuarto de siglo después seguimos atorados en ese doble brete donde se estrecha cada vez más el paso de la calidad y la credibilidad.

Algunas propuestas hubo para intentar superar esa crisis de representación. La lista cerrada y desbloqueada fue una de ellas. La opción preferencial resultó una experiencia saludable que permitió mover de lugar a los candidatos. En todas las listas siempre habrá alguien rescatable. En este primer momento tuvieron razón los que argumentaban que con este sistema los partidos grandes devorarían a los pequeños. Pero es una verdad provisoria que deberá ratificarse en próximas elecciones. Las más cercanas son las internas simultáneas del año próximo y las generales del 2023. Aquellos partidos de cuadros ya no podrán continuar con el “dedazo” si quieren sobrevivir. Aquellos políticos que sostuvieron que este modelo fomentaba el canibalismo dentro de un mismo equipo se equivocaron. La lucha fue franca hasta donde nuestros oídos alcanzaron a escuchar. Se aprendió a convivir sin agredir al compañero. Porque a la hora del conteo final todos suman. Tampoco es cierto que los partidos se atomizarán, por ejemplo, en las cámaras de Senadores y Diputados. En todo caso será la continuidad de una práctica que desvirtúa la esencia de los partidos, como ocurre actualmente con los llamados tradicionales que cuentan con tres o cuatro bancadas.

La política y los partidos se han convertido, para la mayoría, en un trampolín para un obsceno ascenso económico. Y, más triste aún, impune. Por eso los movimientos internos anteponen sus intereses a la institución misma. Y en no pocos casos a los reclamos de la República. Se ha pervertido el orden de las prioridades. En el Congreso de la Nación están representados los partidos, no los movimientos. Esa sencilla lección todavía no aprendimos. De ahí el valor de examinar la coherencia ideológica del potencial elegido, que sería el respaldo de su lealtad a una causa. Sirva de recordatorio para todos los dirigentes y líderes de todas las organizaciones políticas de nuestro país la incontrovertible sentencia del doctor Ignacio A. Pane: “Lo único que no admite discrepancia en un partido es su cohesión inspirada en el patriotismo. Ante todo, la lealtad para el partido y el partido para la patria”. Buen provecho.

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