Es el tiempo de alimentar a las virtudes. Son muchas las que cada uno posee, por lo tanto hay un lindo hacer por delante. Es la virtud una disposición para hacer el bien. Implica la manera determinada de proceder. Definitivamente todo actuar está amparado por los pensamientos que cada cual genera. Hay una relación directa entre la belleza, la ternura, el amor y el mundo sensible, que se manifiestan a través de los gestos que exteriorizaran las emociones y los sentimientos que le dan luz a la vida.

Hay virtudes llamadas cardinales, ellas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Se las considera la esencia de todas las virtudes morales. Están en la raíz de la existencia, son humanas, son nuestras, son vivibles, alcanzables y logrables. Están para ser desarrolladas, disfrutadas, valoradas y transmitidas.

La prudencia siempre está dispuesta a ser vivida. Es la expresión del pensar que se detiene a analizar las eventualidades que podrían suceder y se esmera en identificar los posibles riesgos que podrían acontecer, de esa forma puede modificarse una conducta con el fin de evitar algo que probablemente no será beneficioso para aquellos que están involucrados con la misma. Mientras la justicia pone énfasis en el otro y en el respeto hacia el valor colectivo denominado bien común. Por su parte la fortaleza encuentra su esplendor en la capacidad de salir adelante, a pesar de las situaciones complejas que hayan sucedido. Al resistir también se aprende a perseverar, se solidifica lo que se anhela y se alienta el empeño por conquistarlo. La templanza estimula los equilibrios en la vida. Obrar con moderación facilita la convivencia de las virtudes. Todas están vinculadas, forman parte del ser íntegro que las vive. ¿Podría irradiar efectivamente su noble humanidad el fuerte y justo sin ser prudente y moderado?, ¿lo haría impecablemente el prudente y fuerte sin ser moderado y justo? En cualquier situación el complemento adecuado es vital.

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¿Qué virtudes acompañan nuestras vidas?, ¿cómo nos tratamos y cómo nos relacionamos con los demás?, ¿aportamos tranquilidad en los espacios que habitamos?, ¿confiamos en las personas? Podríamos identificar a cada una de nuestras virtudes y al hacerlo tomarnos momentos del día para ahondar en el impacto que tienen en nosotros y en quienes nos rodean. Las reflexiones vienen bien para quienes quieren aceptarse y desde ahí superarse. Son ambiciosos quienes conviven con sus virtudes y a través de ellas construyen entornos virtuosos.

Las virtudes quieren paz. La sociedad quiere paz. El mundo quiere paz. Desde la paz fluye el desenvolvimiento normal de las distinciones particulares que se aúnan a las de otros que aportan las suyas. Los espacios comunes son escenarios donde las virtudes se hacen prácticas. El descubrimiento, la alimentación y la construcción de las mismas se comparten. La cultura de las virtudes se apodera de los seres que permiten su inserción natural y constante. Las sociedades virtuosas existen. Son las habitadas por quienes ponen todo de sí para hacerlas realidad en cada acto socializado.

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