• Por Hno. Mariosvaldo Florentino
  • Capuchino.

El evangelio de este domingo nos ofrece una linda oportunidad para meditar sobre el matrimonio en estos tiempos de tantas controversias y otras propuestas.

En verdad desde la creación del mundo Dios ha pensado en una unión estable entre un hombre y una mujer, formando una comunidad de amor y mutua colaboración, coronada por los hijos que en el calor del hogar encuentran el mejor ambiente para crecer y desarrollarse.

En primer lugar, el matrimonio exige de los dos una victoria sobre la tendencia más arraigada que tenemos, el egoísmo. Cuando entre un hombre y una mujer empieza a nacer el amor, ellos experimentan en sus vidas una gran fuerza que si es bien aprovechada dará posibilidad realizar un gran salto de calidad en la vida: la fuerza de salir del centro, donde uno cree que todos deben girar a su alrededor (los padres, los parientes, los amigos ...) y dejar entrar en el centro de su vida a una otra persona, que asume el “control” de toda su vida y atrae todas sus energías (pensamientos, sueños, deseos, proyectos…).

Para que esto suceda el matrimonio debe ser preparado con un buen tiempo de noviazgo, donde ellos puedan conocerse y profundizar el amor hasta llegar a una madurez tal que les de la seguridad de tomar la decisión de constituir una familia, y así pedir de Dios la fuerza del sacramento. Nadie debería llegar al matrimonio sin haber experimentado esta fuerza descentralizadora, este sentimiento que hace explotar el egoísmo. La mujer o el esposo no es una persona que yo encontré para que me satisfaga en todo y así me haga feliz. Al contrario, es una persona a quien yo reconozco que lo que más quiero es hacerla feliz.

De hecho, el sacramento del matrimonio es uno de los sacramentos de Misión en la Iglesia, así como el sacramento de la Orden. Quien lo recibe es porque delante de Dios está dispuesto a cumplir una misión. Con relación a la misión del sacerdote creo que todos tenemos alguna idea. Sin embargo, con relación a la misión de los esposos parece que se habla poco.

Quien se esposa es un misionero, tiene una misión. Dios nos ama a todos y de todos modos busca hacernos el bien y bendecir nuestras vidas. Pero ordinariamente él no interviene directamente en nuestras vidas. Él siempre usa de mediaciones, sea de otras personas, de ciertas situaciones, de la naturaleza, o a través de los sacramentos. Para manifestar su amor hacia nosotros uno de los modos privilegiados que Dios posee es el amor entre los esposos (así como de una madre o un padre hacia su hijo, o a veces entre amigos). Entonces, cuando Dios suscita en el corazón de un hombre el amor hacia una mujer, y lo mismo en ella hacia este hombre y ellos sienten de recibir el sacramento del matrimonio, ambos asumen con Dios una misión: el marido debe amar tanto a su esposa, hasta el punto de ser para ella la señal más convincente del amor que Dios tiene por ella. Sintiendo el amor del marido, su perdón, su voluntad de dialogar, su ternura, sus caricias, sus elogios… ella debe sentirse segura del amor que Dios le tiene. Por tanto, el marido tiene la misión de convencer a su esposa de cuanto a ella ama Dios. (Por eso querido marido no debes defraudar a Dios en esta misión, un día él te preguntará, ¿tu esposa ha sentido la grandeza de mi amor por ella a través de ti?).

Lo mismo debemos decir con relación a la esposa: en el matrimonio Dios ha confiado que ella era, entre todas las mujeres del mundo aquella más indicada para cumplir esta misión: amar a su marido, haciéndolo sentir a través de sus palabras, de sus cariños, de su disponibilidad, de su perdón.... cuanto Dios lo ama (También a ti querida esposa el Señor un día te preguntará: ¿tu marido se sintió amado por Dios a través de tu presencia en su vida?).

Creo que en esto está el secreto de la felicidad en el matrimonio: en esto deseo de cumplir con esta misión: amar al esposo (o a la esposa) como Dios lo ama, y desear la felicidad del cónyuge más que nada en este mundo. Cuando entre los dos existe una verdadera disputa en amar más y servir mejor, estoy seguro que nada en este mundo puede separar esto que Dios ha unido y bendecido.

El amor verdadero tiene en si el germen de la eternidad. Quien ama de verdad, desea con todo el corazón que sea eterno.

Que Dios bendiga a todos los matrimonios, y a aquellos que están en dificultad que les haga re-descubrir la fuerza de la misión que un día les confió.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

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