• Por Hno. Mariosvaldo Florentino
  • capuchino.

En el domingo pasado, al meditar las palabras de Jesús: “¡Tú no piensas como Dios, sino como los hombres!”, hemos dicho que la lógica de Dios es muy diferente de la lógica del mundo, y podemos hasta decir que muchas veces es exactamente opuesta, como en la frase que elegimos para meditar en este domingo.

Parece ser que naturalmente todos nosotros tenemos una tendencia o un deseo de estar en el primer puesto. Es nuestro egoísmo que de muchos modos se nos manifiesta desde niñitos: queremos ser el centro de las atenciones, queremos ser los primeros en ser atendidos, tenemos celos de los demás...

Y como si no bastase esta tendencia natural, vivimos en una cultura que lo promueve y lo refuerza. Desde muy pequeños nos enseñan a competir: quien canta más fuerte; quien corre más veloz; quien es más inteligente; quien es más bonito... y así por adelante. Y entonces la otra persona que está a mi lado acaba siendo siempre un rival, alguien que me amenaza, alguien a quien yo debo vencer, alguien a quien debo estar por encima para que él no me humille... y así se pierde la conciencia de que el otro es mi hermano, es mi compañero, es alguien a quien puedo amar, con quien puedo crecer y a quien puedo promover.

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Todos nosotros cargamos en nosotros estas marcas de egoísmo y de competición. A veces hasta intentamos disfrazar, y actuamos disimuladamente. De verdad es muy difícil conseguir superar este modo de ser. Por muchos años y de muchos modos somos formados en los moldes de este mundo y nos resulta muy difícil cambiarlo.

Me molesta un poco cuando escucho una persona que sin pensar mucho, sin examinar a fondo su conciencia, empieza luego a decir: “¡NO, yo no soy así! ¡Yo me desvivo por los demás! ¡Yo solo hago el bien! ¡Yo siempre estoy pensando a los otros y me olvido de mí!” Pero cuando vamos a mirar de cerca su vida, cuando encontramos las personas que conviven con ella... entonces descubrimos que no pasa de un egoísta disimulado. Me parece inútil no reconocer nuestros defectos, cuando todos los demás los conocen, y más, de hecho, sufren a causa de ellos.

Nosotros somos hijos de esta sociedad, de esta cultura. Somos hijos del egoísmo y de la competición. Y llevamos esto muy arraigado dentro de nosotros. Negar que no seamos así, no nos hace cambiar, solo nos hace disimular.

El único camino es la conversión autentica y radical. Es dejarse penetrar por las enseñanzas de Cristo. Es descubrir la lógica de Dios y dejarse reformatear por ella. Es descubrir que la gloria de este mundo es efímera y no sirve para nada, pues se termina como fuego en la paja. Es hacer experiencia concreta de lo que significa pensar diferente de este mundo, como nos decía Jesús: si alguien te da una bofetada, ofrece la otra mejilla; si alguien te quiere robar la túnica, dale también el manto; si alguien te exige de caminar un kilómetro, camine dos; si alguien te hace el mal, págale con el bien; si alguien quiere quitarte la vida, ofrécela tú mismo.

Ciertamente este es un proceso lento y a veces fatigoso. Nos exige una gran perseverancia. Debemos estar muy atentos en renunciar voluntariamente la búsqueda del primer puesto, aunque nos cueste mucho y nos sea muy difícil, para colocarnos en el último lugar. Debemos estar disponibles a ayudar a todos, hasta mismo a aquellos que creen que nos están venciendo, que se creen mejores que nosotros y que con prepotencia y arrogancia no consiguen entender que no estamos competiendo, sino que solamente sirviendo.

Al final, el reconocer quien es el primer o quién es el último es una cuestión que depende de la lógica de quien lo observa. Lo que para el mundo es el primer puesto, para Dios no sirve para nada, no tiene ningún valor, es el más despreciable. Sin embargo, lo que para el mundo es despreciable, es una tontería, como el servir y amar a los demás, colocándose por detrás de todos, Dios lo estima como el más importante, como el que supera a todos.

Réstanos decidir con cual lógica queremos impostar nuestra vida. Sabiendo que si queremos seguir la lógica del mundo basta continuar viviendo como fuimos preparados, dando riendas sueltas a nuestro egoísmo. Pero si queremos vivir según la lógica de Dios, será necesario cambiar todo nuestro esquema mental y extirpar hasta la raíz este modelo de competición que llevamos tan enraizado.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

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