En lo sucesivo que no deja de parar, que fluye en cada instante, que se presenta una y otra vez, que se caracteriza por amanecer en cada día, que alcanza un pico de desarrollo, que necesita descanso, que acrecienta los motivos para deslizarse, que se cumple y que se transforma en historia, que produce nuevos actos que generan otras manifestaciones del sentir, es así que lo que ocurre no se paraliza, sino que se convierte incesantemente; en lo inicial, en lo lineal, en lo que requiere de desplazamientos rápidos y en lo que acontece progresivamente, en cada manifestación hay una exposición hacia las fuerzas internas que construyen el mundo percibido y hacia lo externo visibilizado y considerado conocido.

En esto último la información habilita a la sensación de darlo por sabido y puede generar la idea de un saber acerca de tal o cual hecho, lo que de alguna manera produce una disposición hacia determinados criterios preestablecidos acerca de lo expuesto o que tienen conexiones subjetivas establecidas como experiencias, principios, normas o valores que sostienen que esa estructura interior esté estrechamente vinculada con lo que la rodea. Las secuencias fácticas no se detienen, el curso existencial es ininterrumpido. Mientras haya vida, fluirá. También de numerosas formas el tejido social está embarcado en una vorágine de sucesos, que no paran y no dejarán de hacerlo.

La internalización de los comportamientos es posible debido a que los dispositivos cognitivos están conectados permanentemente y se activan en cada paso. Lo que permite que un evento se sustente de una transmisión neuronal que hace su trabajo, que mantiene unida a una red sensorial extraordinaria y que agiganta la posibilidad de acrecentar la apertura hacia el territorio del conocimiento. El desarrollo de la mente se promueve en cada descubrir vivencial. E impulsa a decodificar lo que requiere ser analizado, de ahí la fuerza de las ideas preestablecidas porque su influencia puede orientar a lo que vendrá. La formación del devenir tiene vínculos con el ideario creado a través de las costumbres adquiridas. Lo que enaltece la relevancia de los hábitos que le dan una exposición notable a la conducta que brota incesantemente.

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Es viable que, ante los ritmos que lo diario acarrea, surjan planteamientos que no son atendidos por quien debe administrarlos, que definitivamente es el que los avizora y los intercepta aunque al dejarlos pasar puede creer que la condición transitoria de ellos facilitará la desaparición de sus efectos. No siempre es así o quizás lo sea, quien puede sentenciar dicha conclusión es el que recibe conscientemente la presencia de los acontecimientos. En el caso de ser identificados pueden darse diversas oportunidades, la aceptación de las condiciones actuales siempre es una llave para avanzar.

El sinceramiento tiene un origen intrínseco y su derrotero nace si desde ese plano profundo así se lo reconoce. Asumidos los cuestionamientos cotidianos florecen las mejores decisiones. Además se proyectan las vertientes que se anhelan recorrer. Se allanan las voluntades cuando lo auténtico se abre paso. Su trayecto no está ajeno a los obstáculos, que también forman parte de las incertidumbres, aunque sí está amparado por el coraje que envalentona a quienes quieren obrar bien. Lo que es seguro que no hay discursos que puedan resistir la voracidad de la incoherencia. Nada deja de fluir y todo tiene su momento.

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