• Por Gabriela Teasdale
  • Socia del Club de Ejecutivos

A pesar del contexto en que se llevan a cabo, en medio de restricciones por la pandemia, hemos disfrutado de estos Juegos Olímpicos que nos están dejando un sinnúmero de lecciones. No solo por el talento y la entrega de los atletas, sino porque hemos visto un lado humano que quizás nunca antes se había manifestado con semejante ímpetu. El ejemplo más patente de esto ha sido el de la estadounidense Simone Biles, la gimnasta más famosa del mundo, que llegaba a Tokio con la impronta de arrasar en el medallero. Después de un primer salto poco exitoso, Biles se retiró de casi todas sus pruebas alegando que quería concentrarse en su salud mental. Su valentía conmovió al mundo que, de alguna manera u otra, se vio reflejada en su gesto.

No estamos bien, tenemos que evaluarnos internamente y resolver si seguimos adelante. Biles lo hizo y logró regresar a las pistas para una última prueba en la que ganó el bronce. Pero hubo otras sorpresas menos difundidas. La matemática austríaca Anna Kiesenhofer defendió su tesis doctoral en geometría simplética hace cinco años en Cataluña. Y acaba de sorprender al mundo al obtener el oro olímpico de ciclismo en ruta, gracias a su entrega, enfoque, resistencia y humildad. Algo parecido sucedió con el tunecino Ahmed Hafnaoui, quien grabó su nombre en el oro, mientras los periodistas se preguntaban quién era.

Otros atletas nos enseñaron también el verdadero espíritu olímpico. Como Mutaz Essa Barshim, de Qatar, y Gianmarco Tamberi, de Italia, quienes después de una competencia agotadora quedaron empatados y pidieron a las autoridades olímpicas llevarse ambos el oro, una decisión ejemplar. O Momiji Nishiya, una niña de 13 años que ganó una medalla de oro y nos demostró que no hay límites ni edad para hacer historia.

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Estos atletas nos han recordado que no podemos juzgar el potencial de nadie, porque sin darnos cuenta, el menos esperado nos sorprende. Esto es importante cuando somos líderes de empresas porque creer en el potencial de nuestros colaboradores e inspirarlos es fundamental para que nos asombren con sus resultados, y para que ellos mismos se inspiren. Darnos valor como seres humanos, compartir y crear nuevas experiencias para que juntos, como equipo, seamos más. Reconocer que todos podemos marcar la diferencia, sin importar el cargo, el género o la experiencia adquirida. Animarnos a generar dentro de nuestras organizaciones una cultura donde predomine este tipo de espíritu es todo un desafío.

Estar preparados en todos los sentidos, física, mental y emocionalmente es una tarea de todos los días. Hoy lo estamos experimentando porque todavía nos acompaña la incertidumbre y a pesar de ella seguimos reinventándonos y caminando hacia algo mejor. La comodidad es enemiga del liderazgo. Por lo tanto, sigamos poniendo el foco en nuestro potencial y en el de los demás, dejemos a un lado las diferencias o los prejuicios para empezar a sumar desde la humildad. Y desde la perseverancia a seguir entregándonos, a pesar de las circunstancias, para que todos construyamos algo mejor y duradero.

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