La palabra de Dios en este domingo nos invita a descubrir la plena satisfacción para nuestras vidas en el encuentro con Cristo. Si venimos a Él no tendremos hambre y si creemos en Él se terminará nuestra sed.
Qué lindo sería que esto pudiera suceder en la vida de todos los cristianos: ser personas satisfechas, realizadas, plenas… Sin embargo, existen muchos de los que hasta frecuentan la iglesia, pero que no se sienten satisfechos. Están en la expectativa de un encuentro más profundo o de una realización más plena. Al estar insatisfechos son víctimas fáciles de los tentadores que prometen felicidad, milagros, bendiciones abundantes, si abandonan la iglesia católica para congregarse en las carpas.
La pregunta que siempre me hago es: ¿Por qué estos hermanos están insatisfechos con nuestro encuentro con Cristo? Si estoy convencido que la eucaristía es lo máximo de la comunión con Dios que podemos lograr en este mundo.
Creo que existen dos factores que pueden contribuir a esta insatisfacción.
En primer lugar, o modo como muchas eucarísticas son celebradas. Sacerdotes desanimados, sin ninguna vibración que consiguen desfigurar la celebración. A veces con una comunicación muy débil que no llega a tocar a las personas, que no hace al pueblo de Dios vivir intensamente el misterio de encuentro con este Señor que dio su vida por nosotros.
La otra posibilidad es que las personas que van a la iglesia, lo hacen en modo muy deficitario. Están allí solo de cuerpo presente. Participan distraídamente, no cantan, no responden, o están pensando en otras cosas, no se esfuerzan en vivir los ritos, para que su voz coincida con sus sentimientos. Ciertamente quien va a la misa y se queda jugando con el celular o distraído con otras cosas, saldrá de allí insatisfecho del encuentro con el Señor.
Yo estoy convencido que una misa bien vivida, bien participada, con un sacerdote que nos ayuda a vivir este encuentro, es aquella experiencia que nos lleva a una satisfacción tan profunda que rechazaríamos cualquier otra propuesta.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.
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“Después de esto, nuevamente Jesús se hizo presente a sus discípulos en la orilla del lago de Tiberiades” Jn. 21, 1
- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
Este tercer domingo de Pascua nos presenta una nueva manifestación de Cristo resucitado a sus discípulos. El Señor vivo y victorioso busca la manera de encontrarse con sus seguidores en las varias situaciones de la vida que estos podrían enfrentar.
El relato de hoy nos muestra que Jesús se hace presente cuando los discípulos viven una nueva experiencia de frustración: eran siete de sus amigos que después de pescar una noche entera no habían recogido nada.
La actividad de pescar tiene siempre un doble sentido: puede ser la actividad normal que conocemos, pero también puede ser la actividad misionera de la Iglesia. Es muy probable que el evangelio se refiera a esta actividad, pues seguramente en los inicios de la Iglesia, cuando los discípulos llegaban a nuevas comunidades, muchas veces también tuvieron la frustración de no encontrar a ningún nuevo adepto. No es muy fácil anunciar a Jesucristo, su propuesta de vida, su gracia, su amor desconcertante, su pasión y resurrección y también sus interpelaciones... El hombre, desde el pecado original, tiene el corazón endurecido, tiene miedo de Dios y prefiere esconderse de él. La vida y la actividad del misionero no son siempre fáciles, ni son marcadas de muchos éxitos.
Sin embargo, Jesús se presenta allí: “Al amanecer, Jesús se presentó en la orilla”. Jesús se hace presente donde sus enviados se encuentran en dificultades. Su presencia es discreta. Él no viene con grandes alardes. Sus discípulos no lo reconocen súbito. A lo mejor, tan preocupados por el fracaso de aquella noche, ellos ni se habían dado cuenta de que Jesús estaba allí.
Pero, ¿cómo podría no estar allí el Señor? ¿Cómo podría abandonar a sus apóstoles en sus dificultades y en sus malas experiencias? ¡Imposible! Jesús estaba allí, esperándoles a la orilla del mar. Y, una vez más, él pide a sus discípulos justo lo que les quiere ofrecer: “¿Tienen algo de comer?”. Este es el método de Dios: nos pide un poco de lo que tenemos, cuando él nos quiere hacer herederos de todas las cosas; nos pide un poco de nuestro tiempo, cuando él nos quiere dar una vida eterna; nos pide algún gesto de amor, cuando él nos quiere abrir su corazón; nos pide un pez cuando él nos quiere dar una pesca milagrosa...
Lo importante es estar dispuesto a escuchar su voz y con confianza seguir sus comandos. “Echen la red a la derecha y encontraran pesca”. Aquellos discípulos, aunque estaban cansados y frustrados, fueron capaces de hacerlo y el milagro sucedió: “Se les hicieron pocas las fuerzas para recoger la red, de tan grande que era la cantidad de peces”.
Seguramente a ellos les invadió una gran alegría, eran tantos los peces y tendrían mucho que hacer ahora, pero uno de ellos, justo aquel a quien Jesús más quería, no se queda entretenido con los peces, sino que pone atención en aquel que había dado la orden de lanzar las redes y lo reconoce: “¡Es el Señor!”
Este es otro gran peligro en nuestras vidas, Dios se hace presente en nuestra situación difícil, nos hace encontrar la solución que necesitamos, y después nosotros, de tan contentos ni nos acordamos de reconocer quien nos ayudó. El discípulo amado sabía que solo podría ser el maestro para trasformar aquella noche de tanto trabajo inútil en un amanecer de satisfacción.
Creo que cada uno de nosotros en este domingo estamos invitados a hacer una experiencia sencilla y discreta de Jesús resucitado, que se acerca a la orilla del lago de nuestras vidas, que conoce las dificultades y las frustraciones que pasamos, que aun así nos pide algo y que tiene una indicación precisa para darnos y así cambiar nuestra suerte.
Oh Jesús, ayúdanos a no desesperar cuando aun después de trabajar tanto, no conseguimos nada. Danos la fe de saber que en cualquier momento tú legarás a la orilla de nuestra vida, para darnos una nueva indicación, como una bendición, que cambiará todo nuestro fracaso. Y cuando esto suceda, ayúdanos a reconocerte y gozar de tu presencia.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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“¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, resucitó.” (Lc 24, 5-6)
- Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino
Estimados hermanos, sin dudas, estas palabras que los ángeles dijeron a aquellas mujeres que fueron a la tumba de Jesús muy tempranito son la mejor noticia que fue dada en toda la historia de la humanidad.
Desde el inicio de la historia humana, el hombre empezó a experimentar a la muerte, que se presentaba como un límite trágico e intraspasable. Ante la muerte el hombre se sentía impotente, derrotado, destruido y sin palabras. La tristeza y la desesperación eran compañeras de la muerte. Eso era lo que sentían aquellos que veían acercarse a su propia muerte, o acercarse la muerte de otros.
El hombre no sabía cómo resistirle. Casi siempre llegaba en los momentos más inoportunos. A veces de un modo improviso, en un accidente, con una enfermedad repentina y fulminante, o a causa de una violencia. Y así terminaba la vida de una persona llena de sueños y de proyectos. Ni el dinero y los bienes podían prolongar o evitar su llegada. La muerte era el signo de cómo era estúpida la vida humana en esta tierra. El hombre que se daba cuenta de su irremediable destino hacia la muerte, estaba condenado a la angustia, la tristeza, la depresión. Se decía: para todo se puede encontrar una solución, menos para la muerte. La muerte era vista, también, como el gran castigo que se podría dar a una persona. Así las personas para reivindicarse o las sociedades para castigar y protegerse, daban muerte a quien había hecho el mal. Nada podría ser peor para una persona que morir.
También al inicio de la revelación, en los primeros siglos del pueblo de Dios, así se pensaba. Al inicio la Biblia no habla de resurrección. Se pensaba que los muertos sencillamente habitaban en el Sheol, o también llamado infierno (esta palabra quería decir solamente lugar bajo la tierra). De hecho, el salmo 6,6 nos dice: “Nadie entre los muertos se acuerda de ti. ¿Quién en los infiernos canta tu alabanzas?” Al inicio de la revelación se pensaba que los muertos pertenecían a un mundo completamente olvidado. Solo en los últimos siglos antes de Cristo es que los judíos empezaron a hablar de la resurrección, pero ocurriría solamente en el último día, o sea al final de la historia, hasta allí los muertos todos estarían en el Sheol.
También los discípulos de Cristo creían en la resurrección, y esperaban que su maestro fuera a resucitar, pero en el último día, al final de la historia. Una vez muerto, él ya no podía intervenir en sus vidas. Por eso, cada uno tendría que volver a sus cosas. La muerte de Jesús, para ellos, significaba el fin de todo aquel sueño.
Las mujeres que van al sepulcro en la mañanita del domingo cuando aún era oscuro, van para dar al cuerpo de Jesús los honores que se hacían a los muertos, y que no habían podido hacerlo el viernes por la prisa que tenían para sepultarlo antes de que apareciera la primera estrella del atardecer, pues sería el inicio del sábado, y el sábado no se podía hacer nada. Estaban buscando solo un cadáver. Ellas querían colocar los aromas, despedirse más sentidamente, y después entregar a Jesús a la tierra para que se descompusiera. Después de esto, pensaban seguramente volver cada una a su vida anterior, sabiendo que con Jesús ya no podrían contar más, pues él ahora pertenecía al mundo de los muertos.
Por eso, cuando escuchan la voz de los ángeles que les dicen: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, resucitó”. Sus corazones se llenan de alegría por dos motivos: en primer lugar, porque Jesús había vuelto de la muerte. Aunque lo habían asesinado, Dios lo había resucitado, y él podía continuar interviniendo en la historia. Ellas no tenían que retornar a sus vidas de antes y podían continuar con la propuesta de vida nueva que les había hecho Jesús. En segundo lugar, porque la resurrección de Jesús cambiaba completamente la relación del hombre con la muerte. En él, todos podrían vencer a la muerte. Lo que Dios hizo con él, puede hacer con todos los hombres que se unen a él. En Cristo, Dios puede hacer nueva a todas las cosas. La resurrección de Cristo hacía cambiar toda la perspectiva de futuro. El hombre ya no viviría la angustia de la muerte, ya no se sentiría impotente y ni la temería. Ahora el dicho tenía que ser cambiado: “Para todo en la vida se tiene una solución, hasta para la muerte.”
Estaba empezando allí la nueva historia de la humanidad. Los cristianos tenían una buena noticia para dar a todos los hombres: Jesús venció a la muerte. La vida humana en este mundo no es una tragedia. Tiene un sentido, basta saber direccionar. Y los discípulos lo anunciaron por todas partes. Y delante de las amenazas: ¡cállense o les mataremos!, ellos decían la muerte no es un problema para nosotros. Ni la muerte nos puede paralizar. Es por eso que la resurrección de Cristo es el centro más importante de nuestra fe. Pues de un lado confirma y da autoridad a todo lo que Jesús había predicado antes de su muerte, y por otro lado cambia completamente la perspectiva de la vida humana en este mundo.
Ciertamente la pregunta que nos debemos hacer en este día de Pascua es:
¿De verdad yo acepto la buena noticia de la resurrección de Cristo con todas sus implicancias en mi vida? ¿Ante la muerte yo actúo como cristiano o aún como pagano? ¿Vivo sabiendo que también yo puedo con Cristo vencer a la muerte, esto es resucitar? O ¿solo intento huir de la muerte?
¡Hermano, pascua es esto: resurrección!
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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¿Por qué creer en la resurrección?
- Emilio Aguero Esgaib
- Pastor
Jesús predijo su propia resurrección. “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes, a los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días”. Marcos 8:31. También lo hace en el verso 10:33 y en Lucas 13:32 entre otros. Pero los discípulos no comprendieron lo que les decía. “Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos”. Juan 20:9.
Jesús fue sepultado honorablemente en un sitio puntual y reconocible con testigos oculares, según Marcos 15:42-47 y otras varias referencias más (esto ayuda a contrarrestar los rumores que las mujeres pudieron haberse confundido de tumba).
Las mujeres fueron el domingo muy temprano para terminar de ungir el cuerpo de Jesús (es evidente que ni ellas entendieron lo que Jesús predijo de que resucitaría al tercer día. Ellas no fueron a ver si la tumba estaba vacía, sino a ungir el cuerpo) Marcos 16:1-8. Es más, ellas pensaban que el cuerpo fue robado. Juan 20:1,2;15.
Lejos de pensar que los apóstoles eran personas crédulas se ve que ellos estaban sorprendidos de la desaparición del cuerpo atribuyendo a un robo, ni siquiera les venía en mente lo que Jesús tantas veces les dijo, que él resucitaría al tercer día.
Los mismos opositores de Jesús reconocieron que la tumba estaba vacía e idearon una conspiración para desmeritar la desaparición (Mateo 28:11-15). Para los escépticos esto no demuestra una resurrección, pero sí demuestra que la tumba estaba vacía. Si no fuera así lo más sencillo, sería mostrar el cuerpo de Jesús para que el rumor de la resurrección no se dé.
Los discípulos no pudieron robar el cuerpo, no solo porque estaban escondidos, atemorizados e incrédulos, sino porque una guardia romana fue puesto en el sepulcro con un sello imperial en la tumba (la entrada atada y lacrada). Mateo 27:62-66.
Las apariciones de Jesús resucitado. Jesús se apareció resucitado en varios lugares, a cientos de personas y durante cuarenta días. No se trata de una persona o dos que dicen haberlo visto una o dos veces o que les pareció verle o que era algo simbólico o espiritual su resurrección. La Biblia no da pie a eso.
Aparece en Judea a las mujeres “he aquí, Jesús les salió al encuentro diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron” Mateo 28:9 (podemos ver también que Jesús resucitado recibió adoración y no lo impidió que lo hagan, así como también lo hizo Tomás al reconocerlo). A María Magdalena, ella insistía en el robo del cuerpo hasta que Jesús mismo se le aparece. Juan 20:11-18. A Pedro Lucas 24:24. En Emaús a dos personas Lucas 24:13-15. A un grupo de personas. Los 10 apóstoles en Jerusalén Lucas 24:36-40 (ellos pensaron que era un espíritu, pero Jesús les comprueba que era él en carne y hueso). A los once apóstoles Juan 20:24-29 (acá Tomás, el último en creer, toca a Jesús y lo adora). Luego les aparece a siete discípulos, pero esta vez en Galilea Juan 21:1-14 y fue la tercera vez en distintos lugares que se les apareció a sus discípulos (versículo 14). A los que se habían reunido Hechos 1:6-9. Nuevamente a los once apóstoles en Galilea Mateo 28:16-20. A más de 500 al mismo tiempo (1 Corintios 15:6). A Jacobo el hermano incrédulo del Señor que terminó siendo líder de la iglesia de Jerusalén y mártir a causa de Cristo (1 Corintios 15:7). Y a Pablo, perseguidor de la iglesia, en Hechos 9. Según Lucas escribe en Hechos 1:3 estas apariciones se dieron durante 40 días y terminó con la ascensión delante de muchos testigos.
Jesus ha resucitado para salvación de todo aquel que cree. Romanos 10:9
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Jesús calma la tempestad
- Por Pastor Emilio Agüero Esgaib
Esta historia la encontramos en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas.
El contexto cronológico nos cuenta que, antes de este milagro de aquietar el mar, Jesús primero sana a un leproso (Mt 8:1-4), sana al siervo del centurión (5-13), sana a la suegra de Pedro (14-17) y también nos relata que una multitud lo seguía, en especial un fariseo que le dijo: “Te seguiré donde quiera que vayas” (8:19).
Marcos recibió esta historia de manera directa del apóstol Pedro, que fue testigo presencial de ella.
Jesús venía de hacer tres milagros de sanidad. Cuando subió al arca con sus discípulos, había ya dicho que pasarían al otro lado, o sea, ya anunció que llegarían a donde tenían que llegar (Mr 4:35), ese no es un dato menor.
El mar de Galilea es un mar muy peculiar. Se le conoce también como “La niña caprichosa” porque pasaba de la calma al escándalo en un instante. Pueden soplar repentinamente, desde el desierto, vientos fuertes que hacen que el mar, en minutos, pase de una quietud total a olas de tres metros de altura. La vida es así, un momento es suficiente para cambiar toda nuestra historia.
Un mar tempestuoso (así como circunstancias difíciles de la vida) te convence de que él tiene el control, no vos. Estás en su territorio, sin ningún control de la situación. Las complejidades de los problemas de la vida también nos convencen de ello.
Podemos ver también que había tres “climas” en ese momento. Estaba el clima de la tormenta exterior que azotaba la barca, el clima de la tormenta dentro de la barca (me refiero al estado de ánimo de los discípulos) y el clima de calma total o sosiego en el cual se encontraba Jesús: en medio de esas dos tormentas, dormía.
La tormenta externa nos habla de las circunstancias, y esas circunstancias pueden producir una tormenta en nuestro interior, como los apóstoles, o mucha calma, como Jesús. Lo que veo es que las circunstancias no deberían, necesariamente, determinar nuestra condición interior.
Lo que aún no puedo terminar de entender es cómo Jesús podría haber conciliado el sueño en ese momento. Olas, movimiento, agua, gritos y ¡él dormía! Tal vez estaba realmente exhausto. O tal vez habla de su privilegiada salud, o de una confianza total en Dios (el Salmo 4:8 dice: “En paz me acostaré y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” y en Proverbios 3:24 leemos: “Cuando te acuestes, no tendrás temor, sino que te acostarás y tu sueño será grato”). Jesús mismo dijo en Juan 14:27: “La Paz os dejo, mi paz os doy; y no os la doy como el mundo la da, no se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”.
Creo yo que el centro de la historia, y de donde podemos quitar el principio de la historia, está en Mateo 4:38: “¿No tiene cuidado de nosotros?”, en cuanto a la actitud y la visión humana, siempre reclamando, mirando solo lo que ven sus ojos físicos y en cuanto a la respuesta de Jesús: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”. La falta de fe nos impide ver lo verdaderamente real; la falta de fe nos mantiene insatisfechos, temerosos, inseguros. La falta de fe hace que solo reclamemos; la falta de fe solo obedece a lo natural y a las circunstancias; la falta de fe es carnalidad, oídos espirituales sordos (no escucharon que Jesús, que hizo frente a sus ojos tres milagros poderosos, les dijo que irían a la otra costa).
Jesús estaba en la barca físicamente. La falta de fe no solo nos quita la capacidad de oír al maestro, sino que tampoco nos deja verlo. Él estaba ahí, pero su miedo les impedía siquiera pensar y creer que con Cristo dentro de la barca el viaje era seguro, sin importar todo lo que estuviera pasando allá afuera.