• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

A inicios de la década de los noventa, un conservador politólogo estadounidense, de ascendencia japonesa, sentenciaba que el tren de las antítesis había descarrillado. Que la cíclica lucha de los opuestos concluía con el triunfo definitivo del capitalismo sobre las que él mismo llamaba “utopías”. En su libro “El fin de la historia y el último hombre”, Francis Fukuyama decretó la caducidad de las ideologías y proclamó larga vida a su nueva majestad: la economía. Unos años antes, el entonces presidente del gobierno de España, Felipe González, un socialista moderado, repite un proverbio chino que sus detractores siguen haciendo restallar como latigazos sobre sus espaldas: “No importa si el gato es blanco o negro, lo que importa es que cace ratones”. Dicen que Felipe aprendió la frase del propio Deng Xiaoping durante su visita a China en 1985. Es el pragmatismo que trasgrede los lineamientos ideológicos y se posiciona, incluso, por encima de los métodos éticos. Lo único que importa es el resultado.

El escritor, periodista y cineasta chileno, Luis Sepúlveda Calfucura, “rojo de nacimiento” y fallecido el año pasado en la España donde decidió vivir después de su largo exilio en varios países, fue el que más ácidamente criticó al “gato cazador, sin importar su pelaje”. A partir de este aforismo “cualquier consideración sobre las reglas fundamentales de la economía, sobre ética o solidaridad social, sobre la idea socialdemócrata del bienestar o acerca de una eventual posición de izquierda respecto de la génesis de la riqueza, podía ser considerada un escollo salvable, insignificante, intrascendente…”.

Ese mismo pragmatismo se confirma con los renunciamientos a favor del candidato de la Alianza “Juntos por Asunción”, Eduardo Hirohito Nakayama. No es una experiencia nueva, pero viene a ratificar que las ideologías, para muchos partidos o movimientos sociales, han pasado a la trastienda de los artilugios para atrapar incautos. Desde la perspectiva legal, la única alianza es la del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) con el Partido Democrático Progresista (PDP). Los demás han optado por el voto útil para derrotar al Partido Colorado. Una pretensión absolutamente legítima. Las diferentes visiones sobre el hombre, la sociedad y el Estado son “escollos salvables”. Porque, en síntesis, del poder trata la política. Lo demás “se verá más adelante” es la tácita consigna.

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Estos acuerdos dejan lecturas claras, de interpretación única, teniendo el 2023 como meta inmediata. La primera lección que deberán memorizar los diferentes sectores de la oposición es que –como ya escribí meses atrás– la única alianza posible es sobre el liderazgo del Partido Liberal Radical Auténtico, sin importar quienes sean los protagonistas.

Hasta antes de las internas para renovar su directorio, ese papel parecía indisputable a su reelegido presidente, Efraín Alegre. Sin embargo, la diferencia de menos de 4.000 sobre el segundo más votado, el senador Salyn Buzarquis, y los inesperados 65.000 del joven diputado Carlos Silva, más los 67.610 sufragios en blanco, son ingredientes propicios para presagiar que los comicios del liberalismo radical del año próximo no serán para nada aburridos.

La segunda lección afecta a las candidaturas mediáticas. Sobre ellas ya hablamos en una publicación del 13 de noviembre del 2020. Decíamos en dicho artículo que, como ejemplo, la señora Kattya González, diputada por el Encuentro Nacional, y “quien actualmente aspira posicionarse para la Presidencia de la República mirando el 2023, solo tiene como sustento, por ahora, las luces y las portadas de los medios”. Y teníamos razón. En la primera prueba de verdad, la que invalida cualquier discurso, hizo descabalgar a su candidato a la Intendencia de Asunción. El interés superior sobre el particular. Perfecto. Un argumento entendible. Así como es entendible la frustración de aquellos seguidores que pensaban en ella para las ligas mayores. En la misma línea quedó el elegido por Patria Querida, Sebastián García. Parecía muy seguro cuando afirmaba, el 21 de junio, que “sin alianza, se puede ganar con buenos proyectos en Asunción”. Parecía.

La tercera lección es sobre lo ya vivido. El realismo político nos enseña que los acuerdos casi nunca son programáticos. Se basan en cuoteos políticos. Las fracturas dentro de la Alianza Patriótica para el Cambio no fueron consecuencias de visiones ideológicas contrapuestas. Fueron por cargos. Al punto que una inamistosa expresión del entonces presidente de la República, Fernando Lugo, mereció un título catástrofe en un diario: “Estos liberales no se llenan nunca”. El ex obispo fue pragmático para ganar, no así a la hora de gobernar. Todas estas situaciones manejan los periodistas y analistas políticos. Pero explorarlas sería una incorrección política. Podían ser culturalmente cancelados.

Para las municipales del 10 de octubre gran parte de la oposición dejó de lado el color del gato. Lo que importa es atrapar al ratón. Aunque en la práctica, quizás, el proverbio chino debería trasladarse a la fábula de una famosa convención con su moraleja: Nakayama fue elegido para ponerle el cascabel al gato. Buen provecho.

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