POR DR. MIGUEL ÁNGEL VELÁZQUEZ (Dr. Mime)
Si me dijeran que definiera a la especie humana, no parafrasearía a René Descartes con su “cogito, ergo sum”, “pienso, luego existo”, porque como bien lo definiera Antonio Damasio en su obra “El error de Descartes” (Editorial Planeta,1994) el ser humano antepone siempre la emoción a la razón, y eso se ve cuando le toca elegir, por ejemplo, entre dos hamburguesas: siempre termina eligiendo la de “marca” contra la “casera”, aunque esta última sea más jugosa, grande y deliciosa: gana siempre el truco emocional implícito en el perverso marketing incesante de la marca multinacional (que en los niños alcanza el nivel de mayor maldad al querer introducir la felicidad en una cajita: la “cajita feliz”). De eso hablé mucho y varias veces en esta columna: del marketing emocional con el que nos venden gato por liebre o grasa por carne.
De entrada no es fácil siquiera determinar el significado del término emoción. Para unos, las emociones implican experiencias conscientes que solo pueden investigarse en humanos, mientras que para otros el movimiento de la cola entusiasta de nuestro perrito al llegar a casa es prueba de que “está emocionado de vernos”. Algunos sitúan las emociones en zonas cerebrales delimitadas y otros las ubican absolutamente repartida en diferentes centros encefálicos. Y en la historia, por ejemplo, William James dijo que las emociones son la consecuencia de la conducta, no su causa.
Hoy en día no podemos decir que las emociones son consecuencia solamente de lo que reaccionamos respecto a lo que nos rodea o de nuestro carácter, el que traemos “de fábrica”. El desarrollo de las emociones implica una interacción sutil entre genes y entorno, entre mecanismos programados de forma innata y asociaciones aprendidas. Conductas innatas como la sonrisa se dan incluso en recién nacidos o se expresan en sueños. Con tiempo y aprendizaje, pasan a ser incorporadas en expresiones plenamente manifestadas. Nada tiene, pues, de extraño que uno de los aspectos de la emoción que se ha estudiado con mayor intensidad sea su expresión facial. Los estudios pioneros de Paul Ekman y sus colaboradores en los años sesenta y setenta sugerían que algunas expresiones faciales se compartían en todas las culturas. Ekman viajó a Nueva Guinea para investigar sobre las emociones de los naturales, en particular sus expresiones faciales. De su observación dedujo que había expresiones de un conjunto de emociones, las emociones básicas, de alcance universal en el género humano, cuyo fundamento radicaba en módulos cerebrales innatos. Conformaban ese elenco básico la alegría, la sorpresa, el miedo, la angustia, la repugnancia y la tristeza; podría sumarse alguna otra, como el desprecio.
La investigación reciente ha revelado que las expresiones faciales encierran otros aspectos que, por su finura, escapan a la observación común. Además, la antropología comparada ha demostrado que cada cultura categoriza las expresiones en distintos conceptos. El rostro humano expresa su emoción a través de 17 pares de músculos faciales, que compartimos en buena medida con los grandes primates. Esto de las emociones da para largo. ¿Continuamos DE LA CABEZA en siete días?