EL PODER DE LA CONCIENCIA

Se llamaba Emilio y la primera vez que lo vi tenía una guitarra en la mano y cantaba para los que hacíamos fila, esperando comprar unas empanadas.

Entre canción y canción, Emilio agradecía profundamente las pocas monedas que le daban, porque cada céntimo serviría para ayudar a su hijo Manuelito.

Fue la primera vez que escuché la historia. A diferencia de otros padres que golpean las puertas de las oficinas estatales mendigando una solidaridad, Emilio trabajaba en lo que sabía, cantando, con la esperanza de juntar lo suficiente para que Manuelito sea operado nuevamente en el hospital Garrahan de Buenos Aires.

Es que el niño padecía de síndrome de Shone, una rara enfermedad congénita que produce una deformación en el corazón. Ya había soportado cuatro cirugías a corazón abierto y varios cateterismos, pero con orgullo Emilio narraba la valentía de su pequeño que, como es natural, a pesar del miedo y del dolor, cada vez se ponía a disposición de los médicos para vencer a la enfermedad.

Para que los que formábamos fila no tuviéramos dudas sobre el caso, Emilio nos invitaba a los presentes a que entrásemos en la página de Facebook de Manuelito para enterarnos de toda su odisea.

El 15 de abril Manuelito debía ser sometido a su siguiente cirugía, pero a causa de la pandemia eso no sucedió porque Emilio y su esposa se contagiaron con el covid-19.

Durante días esperaron una cama en terapia intensiva. Y cuando se desocupó una, Emilio le cedió su lugar a Yennifer Salinas, su esposa, y él siguió esperando. Ella recibió los cuidados médicos y él se fue apagando lentamente con la esperanza de que en algún momento le tocaría ingresar a la UTI.

Recuerdo la voz potente de Emilio, cantando polca paraguaya y alegrando un momento a los que formábamos fila. Trato de no imaginar esos últimos instantes de agonía en los que ya ni podía hablar por falta de oxígeno, mientras daba su vida por los que amaba.

A veces trato de ponerme en su lugar y no puedo. Trato de entender lo que Emilio habría sentido al conocer por primera vez el diagnóstico de Manuelito, su querido hijo, al que él le habría entregado todo el mundo de ser posible, pero al que una deformación del corazón condenaba a muerte.

¿Miedo? ¿Frustración? ¿Rabia? Todo junto, pero esos sentimientos fueron aplacados por el gran amor que sentía hacia su pequeño. Y con fe y canciones lentamente hizo posible un milagro, como los que hacía Jesús.

Como a Lázaro, Emilio arrebató de la muerte a Manuelito. Y aunque muchos le daban la espalda y le negaban un billete, él siguió orando con fe porque confiaba en su Padre.

¿Cuántas veces habrá pedido Emilio a Dios por Manuelito, aun cuando estaba muy enfermo en el Ineram? ¿Habrá dudado como Jesús en el Monte de los Olivos?

Lleno de angustia al notar que sus fuerzas le abandonaban, ¿le habrá pedido que apartase ese cáliz y que no se haga su voluntad, sino la Suya?

Como en el caso de Jesús, también se hizo la voluntad del Padre y Emilio entregó su vida por los demás.

Yennifer se salvó, pero le queda la misión de suplir a Emilio. Hoy necesita 112 millones de guaraníes para la cita en el Garrahan, donde Manuelito enfrentará otra cirugía.

Yo estuve al lado de Jesús antes de su muerte. Él cantaba alegres canciones mientras yo formaba fila por unas empanadas. Estuve a su lado y no lo vi, pero ya no está. Desde el cielo sigue esperando ayuda para Manuelito.

¿Cuántos de los que formamos fila en este mundo nos contentaremos con empanadas y cuántos tendremos la oportunidad de volver a ver a Emilio?

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