• Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
  • capuchino

En muchos países hoy se celebra la solemnidad de Corpus Christi, en otros ya se celebró el jueves. De todos modos, propongo una sencilla reflexión sobre este gran misterio.

Ciertamente la eucaristía es, entre los dones de Dios confiados a la Iglesia, uno de los más preciosos, y esto lo confirma el propio nombre: “Santísimo Sacramento”. Jesús encontró un modo sencillo, pero muy fuerte de permanecer en nuestro medio, y alimentarnos en todo nuestro caminar hacia Dios.

El primer recuerdo que nos viene en mente es el “maná” del desierto, regalo de Dios de todos días y de igual modo para todos, y sin poder acumular, hizo que aquella gente cambiara la mentalidad y aprendiera a compartir, a vencer el egoísmo, a ser solidarios. También la eucaristía quiere ser una escuela de Dios. A través de la comunión frecuente, Dios quiere ir transformando nuestros valores, nuestros proyectos, nuestras actitudes, nuestros sentimientos en los mismos que tenía y vivía Jesús. Interesante notar que: comunión no es solo comer, sino también meditar, rezar y sentirse desafiado a dar un nuevo paso en la dirección del Único Bien.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

En segundo lugar, la eucaristía es memorial permanente de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. “Es cuerpo entregado por vosotros... es sangre derramada por vosotros”. No es un cuerpo cualquier, es cuerpo entregado, donado, sacrificado... no es una sangre cualquiera, es sangre derramada, oferta, versada... Por eso la eucaristía nos hace recordar un proyecto de Vida. Nos desafía: “Hagan esto en memoria mía”. Mientras, tantas veces, solamente pensamos en nosotros mismo, ¿cómo ganar más?; ¿dónde tener ventajas?; ¿cómo vengarme? La eucaristía es sacramento de la donación completa. Es la propuesta de una otra lógica para vivir en el mundo.

En tercer lugar, la eucaristía y la Iglesia participan del mismo misterio: ambas son cuerpo de Cristo, ambas hacen presente a Jesucristo en nuestras vidas. Y ellas están íntimamente ligadas, a tal punto que no se puede hacer eucaristía sin la Iglesia, así como también sin la eucaristía la Iglesia no puede sobrevivir. San Agustín decía que cuando comulgamos recibimos lo que nosotros somos. No podemos disociar y creer que se puede adorar el cuerpo de Cristo en la Hostia Santa, y despreciar su otro cuerpo: la Iglesia.

En cuarto lugar, debo decir una palabrita sobre el domingo: Día del Señor. Qué bueno sería si nosotros tuviéramos a Dios en el primer puesto en nuestras vidas. Si en el domingo lo más importante para nosotros fuera participar de la misa en la comunidad, y también dedicarlo a la familia, a la recreación y al reposo. Sin tener que inventar excusas, o decir que no tuve tiempo, o que estaba muy cansado, o que tenía otros quehaceres.

¡Sin Dios no somos nada! Sin él no vivimos, solamente vagamos en la vida.

Dios se ofrece para estar en comunión con nosotros, pero la comunión entre dos personas no sucede cuando solo una quiere. La comunión exige voluntad y empeño de ambas.

Jesús se ofrece como pan vivo bajado del cielo, capaz de transformarnos interiormente y darnos una vida sin límites, pero para “comer de este pan”, para estar en comunión con él, yo debo integrarme a su cuerpo, esto es, a la Iglesia. Porque es solamente a través de ella, cuando celebra la eucaristía, que yo puedo alimentarme de este pan vivo que nos da vida eterna.

Querido hermano, querida hermana, que Dios nos dé la gracia de fundar nuestras vidas, sea como padres o madres de familia, como jóvenes o ancianos, como sacerdotes o laicos, en la eucaristía. Que ella sea la fuente de nuestro amor, de nuestra paciencia, de nuestra caridad y de nuestra esperanza, y hacia ella concurra todas nuestras fuerzas, todo nuestro empeño y toda nuestra energía.

Pues así, en nosotros ya habrá empezado la vida eterna.

El Señor te bendiga y te guarde,

el Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la Paz.

Dejanos tu comentario