DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin.
  • Columnista

Desde que el virus comenzó su mortal expansión por el mundo la tragedia se apoderó de la humanidad. No dio tiempo a estrategias, ni siquiera había un plan. Nos tomó por sorpresa y en poco tiempo arrasó con nuestros sueños.

Primero fue el encierro, luego se fueron sucediendo otros fenómenos que despertaron las alarmas en todo el mundo.

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La pandemia del nuevo coronavirus provocó hasta hoy al menos 163 millones de infectados y casi tres millones quinientos mil muertos desde que la oficina de la OMS en China dio cuenta de la aparición de la enfermedad en diciembre del 2019.

A medida que crecían los casos crecieron los problemas y los hospitales, colmados de pacientes, resintieron la falta de insumos, medicamentos y hasta lo esencial: oxígeno. Fue así que un pequeño enemigo invisible pero letal, nos puso de rodillas.

Las medidas, justificadas ante el riesgo de salud pública, generaron mayor desigualdad social. Pronto a la salud se sumó la crisis del empleo. Fue inevitable, también para nosotros. Con muchas promesas pero sin vacunas y con medidas restrictivas para frenar los contagios, las estadísticas se volvieron en contra del ciudadano de calle.

Según el especialista en empleos y director de Empleos de la Asociación Nacional Republicana, Enrique López, más de un millón de trabajadores en nuestro país tienen problemas para el pago de cuotas y son acosados por cobradores que constantemente violan la Ley de Defensa del Consumidor y reclaman a parientes y a gerentes de RRHH, buscando intimidar a los trabajadores.

Pero las desigualdades se comenzaron a dar también entre hombres y mujeres. Casi sesenta mil mujeres buscan más trabajo que los hombres. En números exactos 161.000 mujeres buscan empleo contra 105.000 varones en el desempleo abierto. Entre ellas mínimamente 80.000 madres buscan el sustento diario para sus familias.

La brecha salarial tampoco mejora para las mujeres. Por cada 100 guaraníes que cobran los varones, por el mismo trabajo, las mujeres cobran 80 guaraníes en la ciudad y 70 guaraníes en el campo.

Como con la salud, el desempleo carcome los cimientos del trabajador, llevándolo a una crisis de insospechadas consecuencias. En boca de Enrique López esta es la peor crisis de empleo de los últimos 20 años, con la tasa de informalidad más alta de la región y la menor tasa de industrialización. Una catástrofe silenciosa, pero tan mortal como el virus asesino que no distingue a sus víctimas.

Hoy hay aproximadamente 2.100.000 personas que están muy golpeadas, 266.902 personas buscando trabajo, sin ningún ingreso. Más de 233.000 personas que tienen algún tipo de changa, con las que buscan sobrevivir y unas 81.000 personas sin empleo, pero que no buscan porque perdieron la esperanza.

Sin vacunas y con poca responsabilidad colectiva, las cifras no dejan de asustarnos, mientras crece la enorme distancia de uno y otro lado de la cadena social. Lo escribió Antonio Machado y lo cantó Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”…

Y es verdad, no tenemos remedio, ni empleo, y la esperanza es un sentimiento escurridizo alimentado por mentiras… pero esa, es otra historia.

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