EL PODER DE LA CONCIENCIA
- Alex Noguera
- Periodista
- alexnoguera230@gmail.com
A las 20:30, aprovechando el frío y sabiendo que la anciana dueña del almacén, debido a sus achaques cerraba temprano para descansar, un ladrón entró a robar en el negocio. Con toda premeditación y consciente de lo que hacía, tomó todo el dinero, incluso los caramelos, y se perdió en la noche para celebrar con sus amigos su astucia y el botín conseguido. Lo que él no sabía era que el comercio de la viejita iba de mal en peor y que por ello la mujer había hecho un préstamo de urgencia –a un interés usurario– con la esperanza de aguantar un poco más, ya que a causa de la pandemia las ventas habían bajado a niveles críticos.
Tampoco sabía que ese robo no era un hurto cualquiera, sino el golpe de gracia para que la mujer de edad avanzada muriera, un poco por la imposibilidad de recibir el oxígeno económico, pero por sobre todo por la rabia de tamaña injusticia.
Como en toda civilización que se precie de tal, días después el ladrón fue atrapado por la Policía y llevado ante la Justicia. Y cuando se presentó ante el juez, el malhechor puso su mejor cara de “fue sin querer” y reconoció su “error”. Pidió perdón y juró que no lo volvería a hacer. Incluso metió la mano en sus bolsillos y devolvió los caramelos que se había llevado en el atraco, luego de explicar con lágrimas en los ojos que lo había hecho porque él era pobre y tenía “hambre”.
Con su implacable martillo, el juez decretó que... ¡el ladrón quedara libre! ¡Y hasta le devolvió los caramelos que había robado a la viejecita! A ella ya no le harían falta, puesto que ahora descansaba en el cementerio, junto a su marido, y así la historia tenía un final feliz.
Este caso que parece absurdo sin embargo es real, y se trata de una adaptación de lo que sucedió hace unos días en Paraguay, cambiando un poco los personajes y de rubro.
En este caso, una ladrona se robó la dosis de vacuna anticovid que le correspondía a otra persona. Al ser descubierta, con rostro adusto, casi plañidero, la “valiente” ladrona confesó su fechoría y, ¿se fue a la cárcel? ¡No!, fue a su casa sin siquiera pisar una comisaría. Dijo que había cometido un “error” y con su torcido código de ética intentó justificar su acción. Ella también era pobre y tenía “hambre”, pero de salud.
Esta ladrona confesa, que en su mente enferma se cree con más derecho a vida que los demás, no recibió ninguna sanción, aunque sí unas palmaditas de sus secuaces que la apoyaron.
Pero aunque parezca increíble, lo peor no es la impunidad, que con su fétido aliento ruboriza los más profundos principios de sociedad, sino el hecho de que el juez decidiera devolver los caramelos robados. Sí, la ladrona –así como otros 60 como ella, cuyos nombres están en la Fiscalía– recibirán la segunda dosis “para completar sus respectivos esquemas de vacunación” contra el mortal virus antes que todos los que cumplieron con las reglas básicas de convivencia armónica, según lo confirmó el propio ministro de Salud.
¿Quién le dio el poder divino al ministro para sentenciar que él puede regalar la segunda dosis a los ladrones? Si fue inmoral lo que esos forajidos hicieron, es doblemente inmoral completar el esquema de vacunación a los que atentaron contra la vida de sus semejantes. ¿Qué derecho tienen esos malvivientes insensibles y egocéntricos para llevarse los caramelos si es que aún restan millones de personas que se abstuvieron de robar, pese a que también tienen hambre?
Gracias a resoluciones como las de este secretario de Salud, esos 60 criminales completarán el atraco inicial y se encargarán de robar la oportunidad de vivir a otras 30 personas. De ninguna manera con su robo se ganaron el derecho de recibir la segunda dosis.
Este tipo de actitudes no tiene explicación. En lugar de premiarles, deberían prohibirles volver a recibir ninguna dosis. Solo así, cuando se sientan de nuevo mortales como los demás, comprenderán –tal vez– el mal que han hecho.
¿Pero qué se puede esperar cuando las autoridades confunden el bien y el mal y premian en vez de castigar, cuando promueven aumentos salariales para acomodados funcionarios públicos en plena crisis a costa del pan de la mesa de los que los mantienen a ellos con su trabajo?
¿Qué pensar de los gobernantes que leen la Biblia y hasta encíclicas papales que hablan de la importancia de la responsabilidad de vivir en comunidad, cuando su meta es seguir inaugurando obra tras obra, como si el Gobierno necesitara el premio de un concurso para seguir participando? Deberían bajarse de su nube y sentir la peste que se huele por debajo.
Hay quienes se creen con derecho de perdonar, cuando el único que puede hacerlo es Dios.
Hace 6 años atrás, cuando Occidente era presa de atentados de tinte religioso que enlutaban el planeta, una impactante frase se le había atribuido a Vladimir Putin. Y aunque él no sea el verdadero autor de esta reflexión, sí serviría para ilustrar lo que el pueblo siente en este momento cuando hablan de premiar a los ladrones con una segunda dosis, en tanto que los inocentes aún no han recibido ninguna.
-Perdonar a los terroristas es cosa de Dios, enviarlos con él es cosa mía -decía.
Los ciudadanos están cansados de tantas mentiras e impunidad. Como si fuera un delirio, ahora nada menos que hasta un parlamentario pensó en presentar un proyecto de ley para legalizar el robo. Unos se preguntan qué tiene de raro si en otros países hasta han legalizado el asesinato llamándolo aborto. Pero se equivocan, aquí no hace falta ninguna ley. Aquí, el robo, desde hace mucho, ya forma parte de la clase política.