• Por Mario Ramos-Reyes
  • Filósofo político

El egoísmo es virtud. O el autointerés. Altruismo es un vicio. Peor aún, altruismo es inmoral, pues genera perdedores. Y ganar es todo. La vida es competencia. Y sobrevive y gana el egoísta. El que no pierde tiempo poniendo el interés de otros antes que el suyo. El que apunta al éxito, situando la mirada hacia sí mismo. Eso es lo bueno. Lo mejor. Lo ético. El resto es lirismo, rémora de una sociedad que castiga a los emprendedores. El egoísmo es lo ético. Es el cimiento de una sociedad auténticamente libre. Libertaria y donde el Estado es el mal. Casi anarquista. Sin más.

Esta pretensión no es nueva, progresista. Es tan antigua como el ser humano. Platón narra el cuento de un humilde pastor, en su “República”, la historia del anillo de Gyges, donde Glaucón defiende el egoísmo ético, en la figura del pastor Gyges quien, hallando un anillo que lo hacía invisible, desvela su verdadero rostro egoísta, ambicioso, sin escrúpulos. Pero la pensadora que populariza el egoísmo como postura ética racional en el siglo veinte y que reverbera en el nuestro, es la rusa-americana Ayn Rand. Novelista, ensayista, pero sobre todo polemista. Rand nace en 1905 en Rusia y se exilia en los Estados Unidos, donde fallece en 1982. Sus obras, numerosas, desde las de ficción como “El manantial” (1943) o la “Rebelión de Atlas” (1957), hasta sus filosóficas, “La virtud del egoísmo” (1964), “Introducción a la epistemología objetivista” (1979) o su “Filosofía: ¿quién la necesita?” (1982), esbozan una visión marcadamente individualista de la sociedad. Rand, que se autodefine aristotélica (a veces me pregunto qué diría Aristóteles al respecto), confiere primacía absoluta al individuo, generando una filosofía política ferozmente antiestatista que hoy resulta atractiva a miles de jóvenes que se autodenominan libertarios. ¿Cómo se desentraña todo eso? Veamos.

PRIMACÍA ABSOLUTA DEL INDIVIDUO

Individualismo robusto, siendo autoconsciente de ello, es clave para Rand. La piedad o misericordia, humildad o solidaridad, son virtudes contaminadas de altruismo; y, como disposiciones humanas, negativas. Perdedoras. Inmorales. Olvidan que el interés empieza con uno mismo. Rand es enfática: ¿por qué deberíamos dejar que los parásitos, como sanguijuelas, nos succionen la vida? –dice de manera brutal–. Aquellos que chupan y viven del trabajo de los demás, de los productores, emprendedores, son los eternos depredadores del estatismo.

Rand afirma el individuo desnudo, autosuficiente, quien, ayudándose a sí mismo y no esperando nada de nadie, desarraigado, protagoniza la historia. Odio a la autoridad es signo de libertad. Encono acerca de la tradición. La comunidad es un estorbo. Es el mensaje del protagonista de “La rebelión de Atlas”, John Galt. Ser uno mismo, asumir la propia individualidad. El resto es debilidad. Vivir de prestado. Inmoral. ¿Por qué? Porque el altruista –remarca Rand– al ayudar al otro, o a los otros, no solo pierde tiempo que puede invertir en sí mismo, sino, peor aún, le socava la autoestima al otro, pues, este no generará iniciativas, esperando a que lo ayuden. Creará una cultura de la dependencia o de “canibalismo moral”. La estima del otro pasa por la autoestima de uno mismo, dice en “Emergencia ética”. Valorar a otro es sacrificarse por uno mismo, siendo egoísta.

ANATEMA ESTATAL

Rand elogia el capitalismo, como expresión natural del individualismo. Si los individuos tienen el deber moral de perseguir su interés propio (Rand llama a veces egoísmo y otras autointerés a esta disposición), entonces, la consecuencia lógica, es la creación del lucro, legítimo. Al egoísta nadie le regala nada. Se lo gana. Es propietario como fruto de su esfuerzo. ¿Qué hacer con los otros? –uno se pregunta–. Rand propone que ellos también sean egoístas éticos, porque así, sin ataduras de ningún tipo, todos los individuos competirán contra todos. Es la sociedad libre.

¿Y el papel del Estado? Casi nada. Mínimo. Lo básico. Los impuestos son un robo legalizado. Garantizar los derechos negativos, eso sí: los de palabra, y de reunión, de iniciativa y de trabajo. Orden público. Cualquier otro derecho positivo, de salud, o educación, y sobre todo de moralidad tradicional, violaría la libertad. Forzaría a pagar por algo que no se desea. Se debe dejar a la iniciativa de individuos libres, quienes, en la competencia, lograrán el éxito. El Estado no se justifica moralmente, pues, impone restricciones en la autonomía del individuo. Limita, restringe, roba al individuo del único acto moral digno: perseguir su egoísmo libremente.

SOCIEDAD LIBERTARIA

Una sociedad egoísta, contrariamente a una altruista o solidaria –dice Rand– es vital, llena de iniciativas. Es la única que defiende el valor de una libertad del individuo. Pero, ¿qué entiende Rand por libertad? Fiel a su materialismo ateo, la pensadora rusa concibe la libertad como mera ausencia de coerción exterior. Ser libre es hacer lo que uno quiere, sin que nadie nos lo impida. Es la autonomía, espontánea, que todos ejercemos. Pero, se olvida, de la “otra” libertad –el libre albedrío– que nos compele a actual conforme a lo que somos: personas. Esa persona es libre, sí, pero no es una libertad sin más, arbitraria, sino que posee una dignidad tal, que le compele a ejercer ciertas cualidades y valores que la hacen única, e irrepetible. Como una paloma que puede volar, pero solo porque el “vuelo” está “anotado” en su naturaleza de pájaro.

Las personas son más que su especie: únicas, irrepetibles, que también tienen algo “anotado” en su ser: su sociabilidad política, solidaridad, es decir, de no poder vivir sin los otros. Es la intuición básica de Aristóteles de quien, extrañamente, Rand se siente discípula. De ahí, ser egoísta, como quiere Rand, contradice nuestra condición originaria. Lo que ella propone es un rebaño de extraños en donde todos seamos indiferentes a todos. Que sobrevivan los más fuertes. Una utopía provocadora. Brutal. ¿Cuál sería la medida, por ejemplo, de una discriminación, si lo único absoluto es una libertad de hacer lo que uno quiere? ¿Y los límites? El randismo, en sus distintas versiones, ha devenido así una postura atrayente para cierta versión del liberalismo actual que concibe una noción insuficiente de libertad que, paradójicamente, se vuelve antiliberal, olvidándose que el ser humano no es individuo, sino persona. Y esta, debe ser nutrida, alimentada. Y no todo vale lo mismo. La auténtica libertad, la de cómo deben ser las cosas y los actos humanos, es la que –consciente y voluntariamente– posibilita una autentica moralidad en una sociedad libre. Como lo decía otra filósofa, Simone Weil. Pero ese, ya es otro tema para más adelante.

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