• Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
  • Dr. Mime

No somos pocos los padres que reprimimos con regaños a nuestros hijos cuando los sorprendemos mintiéndonos, pero si vamos a ser sinceros... ¿quién de nosotros no ha mentido cuando niño? (de adulto mejor no hablo, es tema de otro sábado). El tema de los niños mentirosos es un tema que preocupa (y mucho) a los padres, pero hoy les cuento acerca de la función que cumplen las mentiras en nuestros hijos y alumnos.... ¿no lo sabían? Bueno, sí. Como todo en Neurociencias, las mentiras infantiles tienen explicaciones.

¿Por qué nuestros hijos esconden algo cuando lo rompen? ¿Por qué hay determinadas cosas que solo se las piden a los abuelos o a uno de los padres (el más “flojo”) y encima lo hacen a escondidas? Bueno, las Neurociencias lo explican: los estudios llegan a la conclusión de que mentir es sinónimo de ser inteligente, así que, lo dicho, felicidades. A madres, padres y maestros nos preocupa mucho que nuestros hijos nos mientan sobre cosas que han hecho (o no han hecho). Solemos atribuir la mentira a algo intrínseco del niño (“es un niño mentiroso” o “es una niña mala”) o, por el contrario, a que no les estamos educando por el buen camino (“algo estamos haciendo mal para que actúe de esta manera”). Lo cierto es que la mentira es un aspecto evolutivo, normal y adaptativo.

Necesitamos saber mentir y hacerlo suficientemente bien para estar adaptados a nuestro entorno y sociedad. Y es que los niños pueden mentir por tres motivos diferentes. En primer lugar porque necesitan que sus padres aprueben lo que hacen, dicen y quiénes son. En segundo lugar porque les cuesta reconocer sus errores y meteduras de pata y en tercer lugar porque quieren evitar a toda costa las consecuencias negativas de sus actos, dicho de otra forma, los castigos (debemos recordar que el daño no educa, no siempre el peor castigo es el mejor ejemplo). En definitiva, los niños mienten por aprobación, porque cuesta reconocer el error y para evitar los castigos... exactamente los mismos motivos por los que los adultos también mentimos: para ser aceptados en la familia y en nuestro grupo de amigos, porque nos cuesta mostrarnos imperfectos y porque no queremos ser sancionados ni señalados por nadie. No nos gusta que nuestros hijos mientan, pero somos los primeros que lo hacemos, entre otros motivos, porque la mentira es un aspecto fundamental de la socialización del ser humano.

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¿En qué consiste mentir? Una persona miente cuando dice algo contrario a lo que sabe, siente o piensa. En ocasiones más que mentir, lo que hacemos es ocultar algo. Por lo tanto, para poder mentir es necesario que la persona sea consciente de algo. Es fundamental que la persona que miente sea consciente de que los demás piensan o saben cosas diferentes de las que sabemos nosotros. Los niños muy pequeños, al pensar que los demás tienen las mismas sensaciones, emociones y pensamientos que ellos, no tienen la capacidad de mentir. Esta posibilidad solo entra en escena cuando aparece esta diferenciación entre nosotros y los demás.

Solo puedo mentir si soy capaz de entender y ser consciente de que tú no sabes o no has visto lo mismo que yo sé o he visto. Ahí es donde cabe la mentira, de lo contrario no existe esa posibilidad. ¿Se dan cuenta por qué las personas del espectro autista son terrible y hasta dolorosamente sinceras? Porque no empatizan, no se colocan en el lugar de otro, no pueden pensar como piensa el otro, y esto les crea un enorme problema en lo que conocemos como conciencia social. Llamamos teoría de la mente a la capacidad que desarrollamos sobre los cuatro y cinco años mediante la cual diferenciamos nuestras emociones, intenciones y creencias de las de los demás. Sería algo así como otorgar una mente a los demás diferente de la nuestra.

Además de que los niños tengan adquirida la teoría de la mente, algo que les permitirá mentir, hay que tener en cuenta que las mentiras en los niños son más frecuentes si existe un clima de desconfianza en casa, si el niño tiene un apego inseguro y si los padres utilizan frecuentemente el castigo. Si, por el contrario, somos capaces de desarrollar una buena relación con nuestros hijos, donde reina la confianza, la empatía y la comunicación, entonces la mentira será menos probable, aunque como sostengo a lo largo del artículo, la mentira es necesaria para una buena y saludable adaptación social. Entonces, de ahora en más, si no queremos niños mentirosos constantemente, construyamos un ambiente de confianza, comunicación y comprensión. ¿Ven que la crianza de los hijos nos tiene DE LA CABEZA? Nos leemos el sábado que viene.

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