• Por Hermano Mario
  • capuchino

Jesús vino al mundo para reconciliarnos con Dios, liberándonos del poder del mal y dándonos de nuevo la filiación divina, con todos sus beneficios: como una vida espiritual, como la victoria sobre el pecado y la inmortalidad.

Para esto Él necesitaba vencer al mal en todas sus manifestaciones (egoísmo, envidia, abandono, traición, tristeza, humillación...) hasta en aquella más cruel: la muerte.

Por eso, después de haber rezado por el reino de Dios, de haber hablado sobre la vida motivada únicamente por amor, de haber manifestado con palabras y gestos que Dios está cerca de todo hombre que confía en Él, Jesús necesitaba someterse a las fuerzas del mal para poder derrotarlas desde la raíz.

No fue difícil encontrar quién quiera hacer mal a Jesús. Al contrario, desde que nació, siempre estuvo amenazado de muerte. Sus padres tuvieron que huir a Egipto para que los soldados de Herodes no lo mataran cuando aún era un niñito. Muchas otras veces tuvo que huir porque le querían apedrear o le querían arrojar a un precipicio... pero su misión aún no estaba completa.

Esto nos revela que el amor y el bien siempre corren riesgos en la sociedad humana. Cualquier cosa buena que nace, cualquier proyecto de ayuda, de solidaridad o de amor que empieza a crecer, siempre enfrenta persecuciones, pues todos nosotros estamos contaminados por el egoísmo, la envidia, los celos, el miedo, la avaricia... y como Caín siempre intentamos matar a quien hace el bien, porque esto nos perturba. (¡No debemos pensar que nosotros somos siempre las víctimas, pues muchas veces también somos los perseguidores!).

De hecho Jesús fue perseguido por los sumos sacerdotes, por los doctores de la ley, pero también fue traicionado por uno de sus discípulos, fue abandonado por todos sus amigos, fue negado por el discípulo de su mayor confianza, fue despreciado por la muchedumbre que seguramente en otros momentos le habían aclamado y habían recibido sus beneficios.

Estaba llegando la hora decisiva de Jesús. Él ya había esparcido la semilla de la vida nueva, ahora necesitaba regar con su sangre para que pudiera brotar.

Jesús permite que se imprima en Él toda la maldad humana. Acepta todo desprecio, toda injusticia, todo odio, toda violencia... y abraza la cruz.

Él sabía que en aquella cruz estaban todas las miserias humanas. Los hombres pensaban que estaban destruyendo a Jesús, pero él sabía que estaba preparando el remedio para la maldad del mundo. Los hombres pensaban que estaban matando a Jesús, pero él sabía que estaba dando la vida.

Y mataban a Jesús de Nazaret. Las tinieblas cantaban victoria. El hombre pensaba que había vencido a Dios. Jesús estaba muerto y enterrado. En la lógica del mundo, la historia de Jesús se había terminado. Hasta los mismos discípulos estaban tristes y decepcionados. Las mujeres, amigas de Jesús, van muy rápido al sepulcro el día domingo para ungir su cadáver. Pero cuando llegan, ven que el sepulcro está abierto y vacío, solamente con los tejidos que le envolvían...

Al principio era difícil de aceptar... ¡Está vivo! ¡Resucitó! ¡La muerte no tiene más la última palabra!

¡Alegría! ¡Aleluya! ¡El Señor resucitó!

Desde aquel día, el hombre no está más condenado a las tinieblas. No está sujeto al mal. Jesús resucitado comunica su victoria a todos los que quieran renacer a una vida nueva. En el espíritu del resucitado, todos los que buscan vencer al mal, encuentran la fuerza y el modelo.

En Cristo Jesús, hoy nosotros estamos invitados a ser hombres nuevos. Ya no puede reinar en nuestras vidas el egoísmo, el orgullo, el miedo, la tristeza... debemos renunciar al mal... y permitir que solo Jesús sea nuestro Señor.

¡Felices Pascuas!

El Señor te bendiga y te guarde,

el Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

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