Respecto a lo que hablábamos la semana pasada al contarles cómo el cerebro puede influenciarse por las noticias falsas, debemos considerar que hay otros factores que también influyen. Por ejemplo, el nivel cultural, ya que si uno sabe mucho de un tema es más difícil que le cuelen información falsa. También condicionan ciertos rasgos de personalidad, como un narcisismo mal llevado, donde el no tener bien afinado el nivel de conocimiento que uno tiene y pensar que su criterio siempre es el bueno; consigue que haya personas convencidas de que tienen más información de la que en realidad manejan, sumándose al sesgo de ilusión de conocimiento y control, lo que finalmente les lleva a confundirse a la hora de filtrar la información, de modo que o no se creen nada o dan por buenas noticias que no lo son.

Y más allá de cómo funcione nuestro cerebro, cuál sea nuestra personalidad o nuestro nivel cultural, hay un ingrediente fundamental para que nos creamos los inventos: su verosimilitud. Si es muy absurdo, por más sesgos cognitivos a que estemos sometidos, su recorrido será muy corto y pocas personas “picarán”. Si resulta muy real o tiene poca relevancia, tampoco tendrá mucha potencia. En cambio, si por forma y contenido resulta impactante y verosímil, aunque parezca contradictorio con la realidad que conocemos, es más fácil que le demos espacio. En especial, si además conferimos credibilidad a la fuente o persona que nos lo transmite.

Así que antes de preguntarse “¿por qué la gente no cree en la ciencia?”, hay que cuestionarse “¿por qué no quiere creer en la ciencia?”. Los ideólogos de la conspiración no aplican parámetros serios a la hora de escoger si sus fuentes son expertas, o se limitan a cualquier video que alguien publicó en YouTube. Y esto es algo que no se enseña lo suficiente, ni siquiera a los niños en la escuela, y que se llama criterio. Además, quienes han sufrido una grave crisis en sus vidas y han perdido hasta el control sobre ella suelen ser vulnerables a las noticias falsas porque para ellos creer en algo, aunque sea falso, les devuelve cierta seguridad al aceptar una explicación fácil para las cosas difíciles ya que les vuelve el mundo aparentemente más comprensible.

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De hecho, cuando quienes creen en las leyendas de conspiración se sienten inseguros, se esfuerzan aún más por convencer a otras personas. Porque si alguien más cree lo mismo, se sienten confirmados en su creencia. Y a esto se suma el aburrimiento durante la pandemia, el tiempo en que el cerebro está “al santo cohete” y tiene tiempo de divagar no siempre en las direcciones correctas: el aburrimiento contribuye a que la gente quede atrapada en leyendas de la conspiración porque de repente, uno tiene mucho tiempo para buscar datos y opiniones en muchos sitios de Internet que corroboran la tendencia propia a creer en leyendas, luego se une a una comunidad donde ya no está solo y aburrido y se termina identificando plenamente con el grupo.

Pero hay una última cosa: los nuevos medios de difusión en la red parecen estar embaucando especialmente a la gente mayor, ya que según estudios, los mayores de 60 tienen más problemas para identificar las noticias falsas y, sobre todo, mucho más propensos a difundirlas en redes. Por un lado, sugieren que pueda ser un problema asociado al deterioro cognitivo, que hayan perdido facultades para hacer frente a los bulos en plena forma. Pero también proponen que pueda deberse a que no están correctamente “alfabetizados” en información digital y por eso no reconocen correctamente las señales que podrían alertarles, como una dirección web con una URL sospechosa. Podría incluso agravarse este problema a medida que la generación de los baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964). Y estos problemas podrían recrudecer a medida que se vuelvan más comunes los videos deepfake (videos manipulados) que hoy comienzan a pulular y que requieren de cierta “picardía informática” para detectarse.

El cerebro, aparentemente, puede ser fácilmente engañado aunque sea el órgano más avanzado de la creación. Cosas de la cabeza que intrigan y apasionan. Nos leemos el siguiente sábado.

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