• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina
  • Twitter: @RtrivasRivas

Semana compleja la que transcurrió en la Argentina. Y nada permite imaginar que serán diferentes las que vendrán cuando en el horizonte asoman las elecciones de medio tiempo –las parlamentarias– que definirán no solo los años que habrán de transcurrir para el presidente Alberto Fernández hasta 2023, sino el futuro del proyecto político que lidera su vicepresidenta Cristina Fernández. Los dos máximos referentes del oficialismo dejaron atrás los juegos de rol. Son parte de lo mismo, aunque con diferencias sustanciales solo en orden a cómo se autoperciben.

Más tarde que temprano o, para ser más preciso, bastante después de lo que muchas y muchos analistas estimaban, la situación interna oficialista fue más allá de los límites de la coalición de gobierno. Nada sorprendente, por cierto. Los vicariatos no son eternos. Como muchos amores, tampoco lo son. Fabiana Cantilo, desde muchos años, lo canta con mucho ritmo. “Nada es para siempre, nada es para siempre/No me digas mi amor que te falta valor/Porque nada es para siempre/Si pudiéramos hablar, si pudiéramos dejarlo/Vos sabés, que yo no sé cuidarte de mi amor/Otra vez me equivoqué, otra vez te abandoné/Vos sabés que yo no sé cuidarte de mi amor”. ¿Por qué no escucharla nuevamente? Alberto F. presidente, fue la exitosa estrategia de campaña que Cristina F., lideresa del Frente de Todos, diseñó para triunfar en las presidenciales del 2019 que temía no poder ganar en soledad.

“Con Cristina sola no alcanza [para ganar]. Sin Cristina no se puede [ganar]”, decía dos años atrás el actual jefe de Estado. Dos años después el panorama no es el mismo. La vicepresidenta marca los tiempos y los objetivos prioritarios para la gestión. Las que parecen ser demandas sociales de primera línea –vacunas, inflación, deuda externa– son también las que preocupan a la señora Fernández pero no acierta a encontrar soluciones. El panorama no es alentador. Mucho más, cuando coincidentes encuestas –incluso las que encarga el oficialismo– permiten suponer que el tránsito electoral no será un camino de rosas para Fernández y Fernández.

Por si algún elemento faltaba, el ex presidente Mauricio Macri [2015-2019] volvió al espacio público para presentar su libro –”Primer tiempo”– y para repetir una y otra vez que “no” será candidato a ningún cargo electivo en los comicios de octubre venidero. Sin embargo, el investigador de opinión pública Ricardo Rouvier –consultado desde muchos años por el kirchnerismo– midió al ex mandatario. Algunos guarismos, son interesantes. Por ejemplo: su imagen negativa cayó desde 39,6 en diciembre del 2019 hasta 33,6, en la actualidad. Pese a ello, 65,8% de los consultados lo valora negativamente. A la hora de preguntar si votaría a Mauricio Macri, el 24,6% responde que sí. El 68,5%, dice no.

De todas formas, la preocupación social más relevante –especialmente en tiempos en que la situación económica y social crece exponencialmente como consecuencia de la emergencia sanitaria– es que los dos principales referentes políticos, Cristina y Mauricio, son también los que poseen las más altas valoraciones negativas de la ciudadanía. El resto de las y los actores públicos con mayor visibilidad y aspiraciones electorales, no le van en saga. “¿A quién votar, si son todos iguales?”, es el gran dilema ciudadano. Las tensiones no cesan. Crecen. Al igual –aunque en mucho menor escala– los rumores que, sin fundamento alguno, sostienen que “Alberto quiere renunciar y, se lo dijo a Cristina”. Incomprobable. En tanto, inseguridad, inflación, corrupción, restricciones a la libertad como consecuencia de la pandemia de SARS-COV-2, son parte relevante del escenario público.

Ningún analista puede asegurar que la gobernanza no está amenazada. ¿Lo contrario? Los consultados prefieren evadir la respuesta. La confianza en los políticos se derrumba. La insatisfacción social se extiende. Tanto con muchas y muchos de los integrantes de la coalición de gobierno como con las dirigencias de la principal coalición opositora. El académico Natalio Botana sostiene en La Nación de Buenos Aires que “es posible advertir el desgaste de un sistema político que, en lugar de ser centrípeto (atrayendo al centro), centrífuga hacia los extremos”.

Con mirada crítica advierte que líderes y lideresas partidarias lanzan “los dados en el juego del poder como si estuviésemos en la normalidad cuando estamos muy lejos de ella”. Casi sin remedio la ciudadanía argentina transita un ecosistema social alterado desde muchas décadas con los resultados degradantes que están a la vista. No puede ser de otra forma. Los partidos políticos –otrora semilleros de dirigentes y proyectos que se construían sobre valores– desde muchos años, parecen ser ámbitos en los que solo ganan espacio quienes adhieren a códigos interpersonales de poca cercanía con la transparencia en un Estado Democrático de Derecho. Las pruebas, están a la vista. Para obtener resultados diferentes en procura del bien común, no hay que hacer siempre lo mismo. ¿Qué es lo que no se entiende?

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