“Nuestra apariencia, nuestras palabras, nuestras acciones no son nunca más grande que nosotros. Porque el alma es nuestra casa; nuestros ojos, sus ventanas; y nuestras palabras, sus mensajeros”, Jalil Gibrán, a través de su obra “La voz del maestro”. Lo escribió cuando se refirió acerca de la sabiduría. Allí le dio un destaque a la esencia del existir, si hay un tiempo que sea cubierto por el saber, por el entendimiento, a los que describió como fieles compañeros de la vida.

Es desafiante el acceso al conocimiento de uno mismo. Es una tarea constante. El trayecto tiene sus particularidades, es único, cada cual lo transita y al hacerlo descubre sus propias fortalezas para poder avanzar; la conciencia sobre las mismas puede ser determinante en los momentos que requieren perseverancia, energía y entrega para la concreción de los ideales que movilizan el crecimiento del ser. Entonces, las experiencias permiten el esplendor de la humanidad en la diversidad de sus expresiones.

Es ejemplar el paso de las etapas, de los trayectos, de las transformaciones, en ellas se aprende a vivir. Es el ser lo más grande. Esa mirada grandiosa, puesta en plural por el poeta libanés, habilita una convocatoria amplia, general, inclusiva y cobijante. Nosotros somos puro ser.

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En la vibración del sentir se potencia la dicha, se deleita la pasión, se equilibra el pensar. “Las riquezas del espíritu embellecen la paz del hombre y producen simpatía y respeto. El espíritu se manifiesta en los ojos, en el semblante y en todos los movimientos y gestos del cuerpo”, escribió en la obra citada el eterno Jalil.

Lo auténtico da su testimonio en el obrar. El ser en el hacer se manifiesta por medio de los hechos, su práctica es transparente, simple y cordial. Es gigante el sentido de una muestra de afecto, es indescriptible la sensación de admiración ante las realizaciones del prójimo, es lindo darle apoyo a quien lo pide, como también es hermoso encontrar en el otro ese ímpetu de colaboración que impulsa el andar en una circunstancia concreta.

Los instantes tienen el protagonismo de acuerdo al valor que se les otorga. Desde lo subjetivo dicha apreciación puede fluir con naturalidad, con espontaneidad, centrada en la impronta que indica que todo es valioso. Las elecciones son personales y las decisiones imprescindibles, por eso es inevitable que los ojos descubran, vean, brillen, lloren, abran las ventanas y extiendan la observación más allá de lo imaginado. En esa proyección se visualiza lo que tendrá fuerza para hacerse realidad, impregnando el semblante del presente y cultivando el espíritu de paz, simpatía y respeto.

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