- POR MARCELO PEDROZA
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
En el epicentro de la voluntad de sentido se encuentra el prójimo, es en ese acto constante de aproximación en donde las manifestaciones posibles se hacen evidentes. Hay en el seno de lo realizable un eje constructivo sostenido por el ser que se orienta hacia la otredad, la cual es un destino permanente.
En el trayecto de las ideas se cruzan muchas intenciones. El abordaje consciente de los pensamientos puede ayudar a descubrir lo esencial del ahora, y en ese instante es contundente la presencia de los demás, que retroalimentan lo que es.
Viktor E. Frankl (1905-1997), neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco, entre sus notables escritos cita a Goethe, quien decía: “No existe ninguna situación que no pueda ser ennoblecida por el servicio o la paciencia”. Estos pilares sostienen la vida, son elementales para abordar las circunstancias que acontecen. Donde hay vocación de servicio hay alegría, como puede haber una amplia incursión de emociones constructivas. Y si la calma se hace presente, el ser se aproxima a experiencias de paz, las que generalmente se sienten aunque sea complejo explicarlas.
El profesor Frankl hablaba de los valores de actitud, en ellos habitan los sentidos. Al respecto escribió: “En efecto no es solo la creación (correspondiente a la capacidad de trabajo) la que puede dar sentido a la existencia (caso en el que hablo de realización de valores creadores), ni es solo la vivencia, el encuentro y el amor (correspondientes a la capacidad de placer o bienestar) lo que puede hacer que la vida tenga sentido, sino también el sufrimiento. Más aún, en este último caso no se trata solo de una posibilidad cualquiera, sino de la posibilidad de realizar el valor supremo, de la ocasión de cumplir el más profundo de los sentidos”.
En lo sensible fluye lo esencial. Los dolores potencian la actitud de sentido. Frankl, fundador de la logoterapia y del análisis existencial, sobrevivió a los campos de concentración nazis. Ese tiempo, de 1942 a 1945, también pasó. Y después vino su obra “El hombre en busca de sentido”, que tendría que leerla la humanidad.
Pues el yo es un mar infinito e inconmensurable, expresó Almustafá en “El profeta”, de Jalil Gibrán (1883-1931), poeta, pintor, novelista y ensayista libanés. Un ser con sentido se valora a sí mismo, se quiere, se honra, aprende a descubrirse constantemente, se sabe finito y susceptible ante la incertidumbre cotidiana, entiende que crea y construye, se relaciona y genera vínculos respetuosos, es que al valorarse puede hacerlo hacia los otros, que también son un mar infinito e inconmensurable.
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Sabiduría de vida
- Pastor Emilio Aguero
Entre las enormes bendiciones que dio a mi vida la Palabra de Dios –aparte de la salvación, ya que la Biblia es un manual de vida que con sus principios nos enseña a vivir esta vida llena de obstáculos de la manera más sabia posible–, está el haber entendido y corroborado claramente, mirándome primero a mí mismo y luego a los demás, que “todos somos pecadores” (Ro 3.23) y –partiendo de esa base– egoístas, mezquinos, manipuladores, codiciosos, envidiosos, inmorales, etc.
Podría decirse que es una manera muy “negativa” de mirar a la gente; sin embargo, me parece la manera más “realista” de hacerlo. Recién cuando tenemos una visión real de las cosas podemos evaluarlas correctamente y quitar conclusiones veraces que nos lleven a mejorar. Si no es así, nos estamos engañando y creamos un mundo totalmente irreal y fallido.
Esta visión bíblica, entre otras cosas, me dio libertad. ¿Libertad de qué? La libertad de no tener “ídolos de carne”, algo muy proclive en nuestra naturaleza caída.
Admirar hasta lo sumo o “endiosar” a líderes políticos, religiosos, artistas, deportistas, padre, madre, esposo, hijos, amigos, etc., y de esa manera ser totalmente dependientes de ellos en nuestras emociones, deseos, gustos, criterios y vida misma, es una inclinación corriente en la mayoría de las personas.
Lo ha sido siempre, ya que, según la Biblia, al ser los seres humanos criaturas para adorar a Dios, de no hacerlo a la persona correcta, lo estaríamos enfocando hacia cualquier otra cosa.
Esta verdad espiritual de que todos somos pecadores me dio libertad porque no dependo de los demás para mantenerme firme. Ninguna decepción será lo suficientemente grande como para atajarme en mi caminar, en mi propósito. Me libra de la amargura, el reclamo y la dependencia; me hace libre, espero de los demás solo lo justo que me pueden dar, más no.
Pero la Biblia también pone un equilibrio. Nos enseña a amar a todos, aun a nuestros enemigos. Pero el amor no tiene nada que ver con la idolatría, y dista mucho de ella.
La idolatría reclama dependencia y ceguera, pero el amor es todo lo contrario: es consciente de los errores y defectos de la persona amada, no busca solo ser servido sino servir, agradar más que ser agradado y, como dije, no considera infalible al otro, pero sí sujeto a errores, y da perdón como arma de reconciliación, así no caemos en amargura.
La Biblia dice que el que es nacido de Dios ama, porque Dios es amor: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1Juan 4.7). Y el amor no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo soporta” (1 Corintios 13.5-8).
Entre los muchos motivos que tengo para glorificar a Dios y su Palabra, este es uno más: la libertad y una identidad que está centrada en Cristo, no en los demás, es lo que me hace prudente y cabal para enfrentar cualquier tipo de relación en esta vida y salir ileso en el camino.
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El filósofo que convirtió a Dios en naturaleza
- Gonzalo Cáceres
- Periodista
- Fotos: Gentileza
Plasmó un Dios que es el mundo mismo; como una sustancia infinita, única, divina y racional. Baruch Spinoza intentó unir la razón filosófica con una visión espiritual, pero hasta su comunidad le dio la espalda.
Alguna vez al célebre científico Albert Einstein le cuestionaron sobre su vida religiosa, a lo que él respondió: “Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía de lo que existe, no en un Dios que se interesa por los destinos y las acciones de los seres humanos”.
Pero ¿quién fue Spinoza? y, sobre todo, ¿por qué su pensamiento trascendió hasta nuestros días?
Hablamos de un pensador que rompió moldes ya en una época marcada por grandes conflictos religiosos.
DE LA SINAGOGA AL EXILIO
Baruch Spinoza nació en Ámsterdam el 24 de noviembre de 1632 en el seno de una familia judía de origen sefardí, incrustada en una comunidad de exiliados por la Inquisición portuguesa.
Tras generaciones de persecución, los sefardíes buscaban reconstruir su identidad religiosa y cultural en la relativa tolerancia de los Países Bajos, donde gozaron de cierta libertad. Fue en ese contexto en el que este filósofo neerlandés desarrolló su pensamiento en celoso andar, nutriéndose de los supuestos de René Descartes, la filosofía estoica, la mística judía, la física moderna y su propia inspiración.
Spinoza fue un rebelde desde muy joven. Estudió en escuelas rabínicas tradicionales (se enseñaba la Torá, el Talmud y los textos de importantes rabinos medievales), pero con el tiempo logró acceder a autores latinos y griegos, a los estudios racionalistas y a pensar por fuera de los límites impuestos por su entorno.
Naturalmente, Spinoza comenzó a exteriorizar sus estudios, por lo que a los 23 años sufrió
EL PENSAMIENTO TEOLÓGICO
DE BARUCH SPINOZAel exilio, siendo acreedor de una de las herem (expulsiones) más duras jamás escritas. Se le prohibió todo contacto con su familia y allegados, hasta se lo maldijo y se lo ninguneó en vida.
¿El motivo?: su forma de entender a Dios… y la religión.
UN DIOS SIN ROSTRO
La corriente de Spinoza nace de una tradición, de la que se desprende y acaba transformándose para dejarla atrás, aunque sin negarla del todo o sin marcar un quiebre definitivo.
Influenciado por el racionalismo cartesiano y la ciencia emergente, y sin ser un místico en sentido estricto, Spinoza esgrimió elementos del esoterismo judío (la Cábala), del que entendió que todo fluye “necesariamente” de una única sustancia: “Dios o la Naturaleza”.
Spinoza decía que “comprender la naturaleza es comprender a Dios”. Rechazaba la idea de una deidad con emociones humanas, de expresiones subjetivas. No creía en milagros, en “premios (bendiciones)” ni “castigos (maldiciones)”, mucho menos en rituales y personajes, supuestos vínculos con lo divino.
Admiró la estructura interna del universo, pero no la interpretó como “diseño”, sino como una “necesidad”. Busca liberarse del temor religioso sin perder la “profundidad espiritual”: todo lo que existe, absolutamente todo, es un “modo” de la “sustancia divina”. “El conocimiento del verdadero bien y del verdadero mal es causa del amor y del odio, según el caso. La mente humana es parte del infinito entendimiento de Dios. Deus sive Natura (Dios o la Naturaleza)”, escribió.
Aunque no creía en la inmortalidad, sí dio a entender que avizoraba la eternidad del alma, como la parte nuestra que participa en el “orden eterno” de la razón. “El alma humana no puede ser absolutamente destruida con el cuerpo”, refirió.
Spinoza se apoyó en definiciones y demostraciones. Sin embargo, en la “ética intelectual” hay algo que recuerda a los estados místicos: el alma que se une a Dios no mediante éxtasis, sino con el conocimiento racional de la realidad.
Este “amor Dei intellectualis” es “la forma más alta de gozo espiritual”. Por tanto, el dios de Spinoza no es irracional ni emocional: es la comprensión de lo eterno.
CONVICCIÓN INQUEBRANTABLE
Spinoza sobrevivió modestamente entre las calles de Rijnsburg, Voorburg y La Haya. Se cuenta que pulía lentes para ganarse el pan y, en una muestra de su inquebrantable convicción, se dio el lujo de rechazar cargos académicos que le habrían permitido un mejor pasar (exigían censura o lealtad doctrinal).
Jamás renegó del judaísmo, pero tampoco volvió tras sus pasos. Optó y se aferró a la libertad en cuerpo, pensamiento y alma. Murió joven, a la edad de 44 años, el 21 de febrero de 1677, probablemente por una infección pulmonar causada por el polvo de vidrio (material con el que trabajó).
En su estela dejó una breve pero inmensa obra. No buscó fundar una religión ni una institución propia, sino enseñar a vivir con lucidez, tranquilidad y dedicación a la búsqueda de la verdad. La “Ética” (1677), su principal legado, vio la luz después de su muerte.
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Byung-Chul Han gana el Premio Princesa de Asturias de Humanidades
- Barcelona, España. AFP.
El filósofo y ensayista alemán de origen surcoreano Byung-Chul Han, gran analista de la “sociedad del cansancio” contemporánea, fue galardonado este miércoles en España con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025 por sus reflexiones sobre la digitalización y la deshumanización.
Este pensador, considerado una estrella de la filosofía actual, fue reconocido “por su brillantez para interpretar los retos de la sociedad tecnológica”, según el acta del jurado del premio convocado por la Fundación Princesa de Asturias, la heredera al trono español.
Muy crítico con el neoliberalismo, Byung-Chul Han ganó popularidad con sus análisis sobre la que ha denominado como “sociedad del cansancio”, donde identifica rasgos preocupantes como la autoexplotación disfrazada de realización personal, el abandono de la reflexión y el predominio del narcisismo.
Nacido en Seúl en 1959, Byung-Chul Han estudió Literatura y Teología en la Universidad de Múnich, además de Filosofía en la Universidad de Friburgo, donde se doctoró en 1994. Como docente ha dado clases en la Universidad de Basilea, en Suiza, así como en la Universidad de Bellas Artes de Berlín y la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe.
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‘Oídos tapados’
Autor muy prolífico, de obras como la exitosa “La sociedad del cansancio”, “La sociedad de la transparencia” o “No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy”, su salto al gran público llegó a través de sus ácidos análisis sobre la sociedad actual, a la que la falta de pausa y reflexión ha llevado a la extenuación y la enfermedad.
“La gente ahora camina con los oídos tapados”, explicaba en una entrevista con el diario español El País en 2023. “No pueden oír y eso significa que están desconectados del mundo, del otro, sólo se oyen hablar a sí mismos, involucrados en su ego”, agregaba. Aunque inició estudios técnicos en Corea del Sur, este amante del piano y la reflexión engañó a sus padres para irse a Alemania a estudiar Filosofía.
Considerado como sucesor de pensadores como Roland Barthes, Giorgio Agamben o Peter Sloterdijk, sus críticos le achacan sin embargo que su escritura es demasiado superficial. “Dicen que mi pensamiento es fácil de entender, que mis libros lo son. Pero, por ejemplo, ‘Caras de la muerte’ no lo es, lo ves y descubres otra faceta de mi pensamiento, con frases completamente diferentes, complejas”, se defendía en su entrevista con El País.
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Arranca la edición 2025
El de Comunicación y Humanidades ha sido el primero de los ocho galardones de esta edición de los premios, considerados los más prestigiosos del mundo iberoamericano, que anualmente, y a ritmo de uno por semana, otorga la Fundación Princesa de Asturias. El año pasado, en esta categoría, el reconocimiento fue para la artista francoiraní Marjane Satrapi, autora de la célebre “Persépolis”, por ser “una voz esencial” para la defensa de los derechos humanos y la libertad.
En otras ediciones también fueron premiados el profesor, escritor y filósofo italiano Nuccio Ordine, el periodista polaco y antiguo opositor al régimen comunista Adam Michnik, la Feria del Libro de Guadalajara (México) y el Hay Festival de literatura (Gales), así como el grupo de humor argentino Les Luthiers.
La serie de galardones de este año debía haber arrancado la semana pasada con el fallo del Premio Princesa de Asturias de las Artes, como suele ser habitual, pero las reuniones del jurado tuvieron que posponerse, un día después del masivo apagón que afectó a España y Portugal el 28 de abril.
Finalmente, el galardón se fallará el 23 de mayo, según indicó la Fundación Princesa de Asturias. Estos premios, instituidos en 1981, están dotados con 50.000 euros (unos 56.700 dólares) y una escultura creada por el fallecido artista catalán Joan Miró.
Los galardones, que toman su nombre del título de la heredera al trono de la Corona española, la princesa Leonor, son entregados por ella y los reyes Felipe VI y Letizia en octubre en una ceremonia en Oviedo, capital de Asturias.
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Un llamado a los afectos
- Por Marcelo Pedroza
- Psicólogo y Magíster en Educación.
- mpedroza20@hotmail.com
La declaración de afecto construye vínculos. Es una sintonía esencial para convivir. El mundo necesita afecto, no hostilidad. Karen Horney (1885-1952), psicóloga y psicoanalista alemana naturalizada estadounidense, debido a su propia experiencia en su niñez, abordó el estudio de los efectos de la hostilidad en los niños.
Al reprimir lo que sienten, lo que quisieran manifestar con lo que ven de los adultos, y ante la necesidad de ser atendidos, desplazan esos sentimientos hostiles en contra de su propio yo. Las consecuencias son inevitables, no solo en esa edad bella de la vida, también lo serán en las distintas etapas de su existir.
Cuando el niño no puede exponer su enojo, su dolor, para evitar ser ignorado, reprendido o sujeto a cualquier situación desagradable, ese niño, y lo más triste es que no lo puede saber en ese momento, siembra inconscientemente su propia angustia. Sufre. En vez de ser un niño feliz es un niño infeliz. Duro.Triste.
En una niña, todas las niñas. En un niño, todos los niños. Es la niñez una etapa maravillosa para crecer. Entonces, aquella niña llamada Karen supo lo que es el dolor. Las circunstancias particulares que vivió en el seno de su familia las pudo contar, las compartió y de aquel tiempo hizo un mejor devenir, se transformó en una referente en el abordaje del desarrollo de la personalidad, su teoría la practicó e hizo del universo personal de quienes fueron sus pacientes, un posible testimonio de superación.
“Los malos tratos y la traición abundan por la misma razón por la que en nuestra civilización es tan raro que el amor sea un afecto genuino”, escribió Horney. Dando lugar a lo que consideró la angustia básica, la que describió como una sensación de ser pequeño, insignificante, indefenso, abandonado, puesto en peligro en un mundo de abuso, engaño, ataque, humillación, traición y envidia.
La identificación de ese ambiente hostil era frecuente, aunque no era inevitable ni universal, expresaba Horney; por lo tanto, hay en esa manifestación un ápice de esperanza, un llamado a la responsabilidad de los padres y una ferviente vocación de defensa de los derechos de la niñez.
Entonces ante un mundo hostil, un niño se esfuerza en tratar de entender, de callar, y ante la rigidez de ese actuar, ante esa necesidad de aproximación a la vida misma, nacen las necesidades neuróticas, y en vez de vivir, sobrevive.
La profesora Horney sostuvo que la personalidad neurótica es regida por una o más de diez tendencias neuróticas, constituyéndose estas en estrategias asociadas para satisfacerlas, entre ellas se encuentran: la necesidad neurótica de poder, de controlar y de una fachada de omnipotencia, la necesidad neurótica de explotar a los demás y obtener lo mejor de ellos, la necesidad neurótica de admiración personal, que implica una imagen exagerada del yo o una necesidad de ser admirado, generada por el yo imaginado; la ambición neurótica de logro personal y la necesidad neurótica de perfección e invulnerabilidad, creando sentimientos de superioridad sobre los otros.
En una sociedad hostil, hay tantas preguntas vinculadas con lo expuesto, hay tantas respuestas; las voces, las miradas, las interpretaciones convocan a dar lo mejor de cada uno, para que desde la enorme diversidad de presentes, se produzcan conexiones orientadas hacia el bienestar del ser humano.
Es que lo social fluye desde lo singular. Es uno el que desde su más profundo andar puede transformar una sensación de hostilidad en una acción repleta de compasión.
Es tan delicado vivir, el cuidado debe ser intenso, tanto como el que debe darse a un bebé, a un niño o a una anciana. Cada uno puede construir ambientes impregnados de afecto, ese es un viable legado existencial.