“Duele decirlo, pero hay que decirlo”

Por la pandemia y la crisis económica del 2020 nuestra deuda global –la del Estado, externa e interna– creció 38% o 3.354 millones de dólares (9,4% del PIB), en tan solo un año, cerrando con un saldo deudor de 12.213 millones de dólares, equivalente al 34,2% del tamaño en valor de nuestra economía, medido en términos del Producto Interno Bruto (PIB). Y que conste que pagamos 748 millones de dólares por el servicio de nuestra deuda, entiéndase el pago en concepto de amortizaciones (devolución del capital) e intereses, cumpliendo con nuestros compromisos internacionales, siendo buenos pagadores. Los números finales del 2020 divulgados por el Ministerio de Hacienda (MH) el viernes pasado, como es su obligación, superaron las estimaciones y expectativas anteriores. Para no pocos ese peso del 34,2% ya está por arriba de la línea del 30% recomendable por profesionales locales, y se ubica no muy lejos del tope al endeudamiento del 40% previsto en el proyecto de nueva Ley de Responsabilidad Fiscal 2.0 actualmente en estudio en el Parlamento.

En el 2019 por la crisis económica, por la sequía que dañó la cosecha de soja, entre otros males climatológicos, y el empeoramiento de las economías vecinas, la de Argentina con su segunda recesión consecutiva (-2,6% a -2,1%) y la de Brasil desacelerándose en su crecimiento del 1,8% al 1,4%, creció nuestra deuda pública 10% o 818 millones de dólares, cerrando el año en 8.859 millones de dólares (22,9% del PIB). En estos dos años de crisis económica (2019-2020) nuestra deuda aumentó 52% o 4.172 millones de dólares. No nos olvidemos que del total de nuestra deuda el 86% es con prestamistas externos y 84% en moneda extranjera. Solo el 14% es deuda interna y en guaraníes. Es la deuda externa la que se aceleró drásticamente: aumentó en 45% el año pasado o 3.250 millones de dólares y en 64% en dos años o 4.086 millones de dólares.

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Aunque se pueda explicar y hasta justificar semejante veloz endeudamiento externo para amortiguar la crisis económica (caídas del -0,4% y del -1% en 2019-2020), enfrentar la pandemia en sus varios costos de salud y sociales, continuar con las grandes obras públicas (sacrificando escuelas que se caen a pedazos y viviendas sociales) como palanca de reanimación y reactivación económicas, y desarrollar varios proyectos públicos, pequeños pero muchos, estos más en la franja del fracaso que del éxito, o para el canje de deuda vieja por otra nueva para alivianar el 2023, y otras razones que se puedan esgrimir, la conclusión es una sola: Nos volvimos adictos al endeudamiento, el externo fundamentalmente y de manera extraordinaria. Muy peligrosamente adictos.

Mantener esta velocidad de endeudamiento es imposible si no queremos ajustarnos con demasiado costos cuando estemos en serios problemas. Hay que poner el pie en el freno. Ir desacelerando. Hay mucha deuda con pocos beneficios económicos y sociales. Perdimos la capacidad de priorizar y no usamos nuestro ahorro interno. Ahorro interno, que por otra parte se perderá si nos llegara a tocar una crisis externa profunda. Aún no ha sonado la alarma pero sí el llamado de mayor cuidado. Aún no tenemos una crisis de deuda, aún no tenemos una deuda inmanejable, aún no estamos al borde del abismo. Si empezamos a frenar ahora. Recuerden que el 20 de enero pasado colocamos bonos por 825 millones de dólares. Y que aún resta por desembolsar o usar 3.013 millones de dólares de préstamos externos en ejecución. Caímos en la adicción. Somos puramente adictos. Más tarde o más temprano se paga. Was gesagt werden muss, muss gesagt werden. Duele decirlo, pero hay que decirlo.

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