• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

No aparece en mi primer Diccionario Consultor Político (en sus clásicos tomos rojo, verde y azul). Ni en uno de los últimos adquiridos: Diccionario de Política (Bobbio, Matteucci y Pasquino). Las primeras pistas las encuentro en el Diccionario Ideológico de la Lengua Española (VOX, editorial, no el partido). Su definición no tiene relación alguna, salvo por forzadas extensiones, con su uso hoy popularizado.

“Escrachar: 1) Retirar (un caballo) de una carrera. 2) Rayar (candidatos) en una lista o boleta de votación”. Hemos de suponer, por el contexto, que rayar no es lo mismo que marcar. Dejé como último recurso el Diccionario de la Real Academia Española (coloquial en Argentina y Uruguay): “1) Romper, destruir, aplastar. 2) Fotografiar a una persona”. Entiéndase “fotografiar a una persona, exhibir públicamente su imagen y destruir su falsa honra”. Y el Diccionario de Americanismos: “Escrache. Manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o de la administración, que se realiza frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba concurrir”.

De larga especulación en su etimología, sin embargo, se ha concluido que la definición final de la palabra es, al mismo tiempo, el final de un largo viaje “de ida y vuelta… De Europa a América, y de Argentina a España” (El País, 16 de abril del 2013). Alex Grijelmo, autor del artículo, doctor en periodismo por la Complutense de Madrid y responsable del manual de estilo del citado diario español, buceando en los orígenes más cercanos de escrachar nos relata que “tiene dos líneas de significados: una de ellas parte del inglés scratch (rasguño, arañazo) y la otra del lunfardo escrache (poner en evidencia o delatar públicamente a alguien)”. En su origen más remoto registrado hay que retroceder como mil años y ubicarlo en lenguas que hoy están limitadas por regionalismos (independentistas, algunos). O, como nos explican estudiosos del francés del siglo XVIII, también significaba “reprochar con malos modos”.

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No fueron pocos, mayoría de derecha y algunos de izquierda, quienes redujeron la expresión a un sentido fascista porque, argumentan, es contrario (el escrache) a la esencia misma de la democracia y ubica su ejecución práctica en la España de Franco, donde los enemigos (republicanos) eran marcados y atormentados; o en la Alemania de Hitler, con esa misma metodología en contra de los judíos (pintando sus casas con la estrella de David), gitanos y homosexuales.

Es en Argentina donde mejor pudo expresarse políticamente y se pulió su acepción. En nuestra conocida enciclopedia en línea, esta vez con rigurosa fuente bibliográfica, partiendo de la definición de la RAE, y citando el Boletín de la Academia Argentina de Letras (enero-junio 2003), escrache “es una denuncia popular en contra de personas acusadas de violaciones a los derechos humanos o de corrupción, que se realiza mediante actos tales como sentadas, cánticos o pintadas, frente a su domicilio particular o en lugares públicos”. En el Diccionario de Americanismos se añade: “Golpear duramente a alguien”. Aunque no da más explicaciones.

El incidente entre el secretario general de la presidencia de la República, Juan Ernesto Villamayor, y un desconocido (al menos para mí) ganadero en un restaurante que la media considera como caro, recorrió el arco de todas las adjetivaciones posibles, renegando de los instrumentos más elementales de la lógica más elemental. Aunque muchos afirman que la izquierda plena en el rostro de Villamayor tenía la dinamita de siete millones de paraguayos, otros han descalificado al puñetazo como símbolo del hartazgo popular, por la condición social del escrachador. Ante una minoría que asumía miradas críticas (“versión politizada de la patota”), hubo una mayoría que disfrutó de la escena, pero no porque sea Villamayor, sino porque era la representación de un gobierno sobradamente merecedor del hartazgo ciudadano (la afirmación es mía). Mas, ninguna violencia física es justificada (salvo aquella que implica la resistencia a una dictadura): ni la derecha fallida de Villamayor ni la izquierda certera de su oponente. El resto cae dentro de la definición de escrache, tal como podrán comprobar en esas largas transcripciones realizadas en este artículo que no tiene más intención que la divulgación.

Argentina refinó el significado de la palabra para exportarla a Europa, resultado de sus buenas prácticas. Mucho se debe a la Agrupación HIJOS, en su lucha contra la impunidad, restitución de identidad de los secuestrados y cárcel perpetua a los responsables de los crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura militar. Identificaban a los torturadores y asesinos (indultados durante el gobierno de Carlos Menem), avisando a los vecinos de quiénes vivían a su lado. Estos HIJOS de desaparecidos crearon la frase que muchos reprodujeron en los últimos días: “Si no hay justicia, hay escrache”. Buen provecho.

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