Es incuestionable que en algunas empresas la diferenciación sigue conformadas por amiguismos y favoritismos. El primero de ellos en un porcentaje superior que incluyen los amigos y aduladores del jefe y en menor porcentaje los conforman el otro grupo que son los que no se callan, desafían y cuestionan el statu quo.

Lo único bueno que podemos decir de un sistema que no valora el mérito es que, al final, acaba por autodestruirse. Cae por su propio peso o debe modificarse. Los resultados no son lo suficientemente buenos para sostener la estructura organizacional.

Por suerte, los casos de “abusos en la diferenciación” pueden evitarse mediante un sistema de rendimiento sincero y claro, con expectativas, objetivos y plazos definidos, así como con un programa de evaluaciones coherente.

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Cuando la diferenciación funciona, las personas saben cuál es su lugar. Saben si tienen probabilidades de progresar o si es preferible que empiecen a buscar otras oportunidades, dentro o fuera de la empresa.

Siempre se da el caso en que organizaciones siguen empleando a malos trabajadores porque supuestamente son personas encantadoras.

No obstante, protegerlos siempre se vuelve en contra de todas las partes implicadas. En primer lugar, al no cumplir con sus responsabilidades, el trabajador inepto provoca que haya menos para repartir entre los demás, lo que causa resentimiento. Tampoco es justo, y la injusticia nunca ayuda a que una compañía triunfe: socava en exceso la confianza y la sinceridad entre sus integrantes.

Se las mantiene durante años en la empresa, mientras sus compañeros miran hacia otro lado. En las evaluaciones se les dice vagamente que lo hacen “bien” y se les agradece su contribución.

Entonces se produce un cambio desfavorable de coyuntura y es necesario hacer despidos. Los trabajadores de bajo rendimiento son, con frecuencia, los primeros en irse y siempre resultan los más sorprendidos, pues nunca se les ha hablado con sinceridad de sus resultados o de su falta de resultados.

La diferenciación hace que las personas se enfrenten entre sí y limitan substancialmente el trabajo en equipo.

Recompensa a aquellos miembros del equipo que lo merecen; lo que, por cierto, solo molesta a los que no rinden en el trabajo (al resto de los empleados les parece justo).

Asimismo, un ambiente de equidad fomenta el trabajo en equipo y, aún mejor, motiva a las personas para que lo den todo, que es lo que se pretende dentro de un mundo cada vez más globalizado, y en donde la competencia se torna activa y dinámica, incluso mucho más en los países de economía emergente como el nuestro en el que deseamos crecer, fortalecernos y expandirnos cada vez más cualitativa y cuantitativamente.

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