Esperar el aplauso permanente de las graderías, actuar sobre lo políticamente correcto, el fanatismo que anula la racionalidad y el uso de cualquier método para permanecer o llegar al poder son las situaciones que desvirtúan la realidad, ignoran la verdad y van socavando nuestra sociedad.
El que busca y obtiene el aplauso permanente en este oficio periodístico es porque algo está haciendo mal. En 26 años de ejercicio de esta profesión obtuvimos aplausos y repudios. Los que hoy te quieren mañana te odian y viceversa. Se pasa de héroe a villano en forma constante. Todos quieren escuchar la música que les gusta, pero la convivencia democrática impide que eso suceda. No todos gustan de lo mismo.
“Amar la verdad más que a uno mismo”, esto dejó de ser lo esencial. Desde la filosofía contemporánea nos hablan de la “posverdad”, que definen como la manipulación o distorsión de la realidad. Le llaman también “mentira emotiva”, distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. Se resume como la idea según la cual “algo que aparenta ser verdad es más importante que la propia verdad”.
La semana pasada revelamos el contenido de un informe de Seprelad sobre indicios de lavado de dinero, evasión y negocios vinculados al narcotráfico. Accedimos a una fuente real y objetiva, que elaboró un informe sobre elementos concretos, sobre los cuales construyeron sus conclusiones e hipótesis. Periodísticamente es una bomba. Casi nunca se accede a fuentes como estas. Es más, se construyen hipótesis sobre testimonios o denuncias de funcionarios, informes preliminares o sobre hechos aislados que podrían llevar a una conclusión cierta. Sin embargo, en el debate, donde la posverdad campea, incluso periodistas y medios de comunicación estaban más interesados en saber quién y cómo se filtró el informe, dejando en un segundo plano el contenido del mismo, que debió ser el interés real. Esto tiene una explicación real, la pasión que obnubila la razón y el odio que enceguece buscar la verdad.
Sobre esto escribía hace unos meses en este mismo diario el profesor Mario Ramos-Reyes, quien afirmaba que una sociedad sin verdad es pasto fértil para el poder y su manipulación. Al no haber “realidad”, todo es manipulable, inventado.
En nuestros días, la verdad sufre continuamente la amenaza de la reducción, de la ideología y esto hace que se confundan los hechos y finalmente se distorsione la realidad. Esto lo vemos a diario cuando en las tapas de los diarios, de acuerdo a la línea predominante, no existe un solo Paraguay, sino varios o todo es relativo, depende del cristal con que se mire.
En la dictadura era más certera la forma de hacer oposición y construir opinión para liquidar al enemigo. El enemigo era uno solo, el dictador. Hoy el enemigo está en todas partes, incluso en la oposición. El enemigo de la sociedad no está solo en el poder, en el gobierno o en el Partido Colorado. Esa es una cuestión circunstancial. Mañana llegan los que hoy repudian al poder y harán exactamente lo mismo, ya lo hicieron.
El enemigo de hoy es el sistema, no precisamente una o las personas. Mientras no construyamos institucionalidad, el cambio de personas nomás en los cargos no sirve de mucho. En el Poder Judicial hemos cambiado más de la mitad de los ministros de la Corte, salieron los de vieja guardia y seguimos teniendo la misma justicia de siempre.
Como ciudadanos anhelamos la alternancia constante en la administración del poder. Esto oxigena la democracia, por eso es clave que la oposición se construya sobre cimientos sólidos, no sobre estrategias oportunistas, engañosas y mediocres, vacías de contenido. De lo contrario, todo seguirá igual, quizás solo se cambie de color, pero más de lo mismo.
Las lluvias de los últimos días graficaron que el Paraguay se cae a pedazos. La corrupción erosiona y destruye nuestra nación. Esto se construye con sinceridad, sin rodeos, atacando la esencia del problema. El problema del Paraguay no se reduce en una o dos personas como nos quieren pintar. Tampoco en la visión maniquea según la cual de un lado están los buenos y del otro, los malos. Construyamos institucionalidad cimiento por cimiento, no destruyéndola por completo. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.