- Por Felipe Goroso S.
- Columnista
La ciencia política es la ciencia social que estudia la teoría y práctica de la política, los sistemas y los comportamientos políticos en la sociedad. Es, probablemente, de las ciencias más completas, integrales y de mayor antigüedad que existen. En buena medida es la que enmarca gran parte de las estrategias que solemos exponer, analizar y comentar en este espacio semanal. Muchas de ellas bajo el paraguas de nuestra vieja amiga: la Comunicación Política.
La ciencia política tiene sus complejidades, implica algunos condimentos esenciales como el sentido de oportunidad y el de la necesidad. También debe tener sus cuidados, entre ellos el de no dejar evidencias o caer en obviedades que la hagan predecible, aburrida. Como aquellas telenovelas de la década de los ochenta que se hacían interminables, principalmente porque cada episodio dejaba tantas señales de lo que iba a pasar en el siguiente.
El operativo y la escenificación desplegadas alrededor de Efraín Alegre en los últimos días es un rosario de obviedades de mal gusto para quienes se precien de gustar de la política, la de verdad. Es todo tan burdo que cuesta creer como políticos con años de experiencia y grupos de medios de comunicación hayan salido a hacer el papel de actores de reparto. Al menos si se parte de que los mismos creen de verdad todo lo que exponen en sus posiciones, la mayoría de ellas con enormes contradicciones con base en sus ejes y líneas discursivas en coyunturas similares del pasado.
Alegre es lo mejor que le puede pasar a la ANR y lo peor que le puede pasar a la oposición en el 2023. El paupérrimo intento de construcción de mito alrededor de un tema absolutamente básico como la aparente falsificación de facturas por compra de combustible en campaña electoral, es una muestra más de que estamos ante una de las últimas cartas que podrían tirarse en una mesa de truco de un copetín de mala muerte. Y ojo, de paso es un flechazo al corazón de la ley de financiamiento político. Increíblemente este elemento no está siendo dimensionado ni siquiera por los sectores que la impulsaron e impusieron en la agenda.
Hay un par de ejemplos de líderes que proyectaron su imagen desde los presidios de alguna dictadura o bajo condiciones absolutamente desfavorables para tan siquiera defender sus derechos más elementales o litigar un proceso judicial. Definitivamente, no estamos ante ninguno de esos escenarios.
Es el momento oportuno para reivindicar a esa mala palabra que empieza con p y termina con a: la política. Aquella que ha logrado sobrevivir hasta nuestros días. No la bastardeemos con infantiles obviedades.