Dr. Miguel Ángel Velázquez

Dr. Mime

Era el día del cumpleaños de mi esposa. Un hermoso domingo de setiembre amanecía y una deliciosa bandeja de desayuno la esperaba para celebrar su día... hasta que al probar el primer bocado saltó el temible “no siento el olor ni el gusto”. Tenía al SARS-Cov-2 en mi casa. Hisopado al día siguiente que lo confirmó. Es la historia de muchas personas que estarán leyendo esta columna semanal. ¿Cómo se da esta situación? ¿Por qué se pierde el olfato y el gusto con este virus? Sencillo: hoy ya sabemos que el SARS-CoV-2 es capaz de usar la mucosa olfativa como puerta de entrada al cerebro, es por eso que la anosmia (nombre difícil que le damos los médicos a todas las cosas y que no es nada más que la pérdida de la capacidad de oler) es el síntoma de inicio más común dentro del covid. Y es que, debido a la cercanía física en esta zona de las células de la mucosa con los vasos sanguíneos y las células nerviosas, se refuerza esta vía. Y lo que más preocupa: que una vez en la mucosa olfativa, el virus parece usar las conexiones neuroanatómicas, como el nervio olfativo, para llegar hasta el cerebro,

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No es casualidad que el hisopado para buscar reacción en cadena de la polimerasa (o PCR) del virus se busque a nivel de mucosa olfativa, ya que esta aparece aquí con la mayor carga viral. Un axioma que hoy manejan los investigadores del virus es que la probabilidad de hallarlo en la mucosa olfativa es inversa a la duración de la enfermedad (hay más probabilidad cuanto menor sea la duración), lo cual implica que el impacto del coronavirus sobre el sistema nervioso se produce ya desde el inicio. Por eso, las cefaleas y la anosmia aparecen en los dos o tres primeros días, si bien aún no se ha podido demostrar su presencia física en el cerebro. Pese a eso, hoy ya redefinimos al SARS-Cov-2 no como solo un virus respiratorio, sino también potencialmente neurológico.

Se estima que el 80 por ciento de las personas con covid-19 presentan alteraciones del olfato, y que muchas también tienen disgeusia o ageusia (alteración o pérdida del gusto, respectivamente), o cambios en la quimioestesia (la capacidad para percibir las sustancias irritantes, como los perfumes).

La pérdida del olfato es tan frecuente en las personas con covid-19 que algunos investigadores han recomendado utilizarla como prueba diagnóstica, ya que podría ser un marcador más fiable que la fiebre u otros síntomas. Parece que el virus prefiere atacar las células de sostén y las células madre, pero no a las neuronas directamente, pero no significa que no las afecten.

De hecho, las células de sostén mantienen el delicado equilibrio de iones salinos en el moco del que dependen las neuronas para enviar las señales al cerebro, y cualquier alteración de este equilibrio apagaría la señalización neuronal y con ella el olfato. Igualmente, estas células de sostén también proporcionan el soporte metabólico y físico necesario para sostener los cilios (pequeños “pelitos” que captan las partículas de olor) que emiten las neuronas olfativas, donde se concentran los receptores que detectan los olores. Y es la alteración física de estos cilios la que hace perder el olfato.

Pero algo es peor: esta afectación hace que el epitelio olfatorio, la capa que contiene esos “pelitos” y que es el inicio de las neuronas olfatorias, la que realmente es la parte de la nariz que “huele”, se desprende completamente como la piel quemada se va “descascarando”. Eso explica el por qué se tarda tiempo variable en recuperar el olfato: depende del daño epitelial.

Por su parte, si bien lo descrito podría explicar la pérdida del olfato, el mecanismo por el que el virus provoca la pérdida del gusto aún es incierto. Aunque parezca que el gusto desaparece con la anosmia debido a que los olores son un componente clave del sabor, muchas personas con covid-19 desarrollan una ageusia verdadera y no saborean ni siquiera lo dulce ni lo salado. Tampoco tenemos explicación para la pérdida de la percepción de las sustancias químicas, como el picor del picante o la sensación refrescante de la menta. Estas sensaciones no son sabores, sino que su detección la transmiten por el cuerpo (incluida la boca) los nervios que detectan el dolor.

Lo cierto es que la mayoría de los pacientes pierden el olfato como si se apagara un interruptor, y lo recuperan igualmente rápido, y cuando la anosmia es mucho más persistente, la recuperación tarda más. En realidad, la anosmia supone un riesgo real para la salud al incrementar la mortalidad porque si no hueles ni saboreas la comida, quedas expuesto a que te perjudiquen, por ejemplo, los alimentos podridos o un olor a quemado que no puedas percatarte.

Y eso sin contar que puede aparecer la parosmia (el oler diferente a cosas con olores conocidos, pero que ya no huelen igual) cuando las células madre recién generadas que se diferencian en neuronas en la nariz intentan extender sus largas fibras, denominadas axones, por los agujeros diminutos de la base del cráneo para conectarse con la estructura encefálica denominada bulbo olfativo, y se conectan al lugar equivocado provocando un olor errático. Por suerte, esas conexiones erróneas se suelen autocorregir al cabo de un tiempo suficiente.

¿Cómo se trata cuando es rebelde? Con la «irrigación» de los senos nasales con budesonida, un corticoesteroide por vía tópica o con plasma rico en plaquetas, un preparado antiinflamatorio aislado de la sangre que se ha utilizado para tratar algunos tipos de lesiones nerviosas. Lamentablemente, ninguno da resultados espectaculares.

Mi esposa recuperó el olfato a los dos meses. Pero todos aprendimos que contra el covid-19 lo mejor sigue siendo no contagiarse, al menos hasta tener la inmunidad por vacuna. Sigamos cuidándonos con este virus que nos tiene DE LA CABEZA. Nos leemos el otro sábado.

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