Por Felipe Goroso S.

Columnista.

Twitter: @FelipeGoroso

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Permanentemente se escucha y se lee como voceros ligados o directamente comprometidos con poderosos sectores económicos y empresariales se refieren con desprecio a la política y a quienes osen practicarla. Y si se trata de políticos de la ANR, peor. Para ellos directamente está signado el cadalso.

Uno de los principales puntos de reclamo tiene que ver con la relevancia que da la política a las emociones. Hacer política desde las emociones está pésimamente visto por quienes le prenden vela a las planillas de cálculo y a los certificados de ahorro. Al parecer, desconocen que las emociones son la mejor forma de hacer política. Investigar, planificar, desarrollar y generar las emociones correctas de manera oportuna y conveniente tiene el más importante de los objetivos de la política: movilizar a quienes están a favor, incluso a aquellos que están en contra. Ambos son importantes y hasta necesarios.

Política y político que logran tocar las fibras más íntimas de sus seguidores y adversarios consigue movilizarlos y con eso tiene gran parte del trabajo hecho. La insoportable hipocresía de algunos hace que denigren a la política y la muestren como lo más deleznable, aunque en realidad el objetivo real sea dinamitar todo lo que encuentren a su paso para luego, una vez destruido, tomar las riendas de la política, que sigue siendo (mal que les pese) el único lugar desde el cual se pueden hacer transformaciones reales y sustantivas para la mayoría de los ciudadanos.

Ahora bien, digamos todo, no se puede negar que la política también precisa de profundas reflexiones que impliquen mirarse por dentro y que tengan a la autocrítica como premisa. Sin eso, la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, tampoco tendrá mucho más que reclamar.

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