Cuarto día de 2021. Comenzó un año electoral en la Argentina que no será fácil para el oficialismo. Entre agosto –cuando se realicen las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias)– hasta octubre, momento en que se renovará la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio de la de Senadores, se habrá de jugar el destino del proyecto político de la vicepresidenta Cristina Fernández y el de su hijo, el diputado Máximo Kirchner, que procura cumplir con una estrategia que, allá por el 2003, diseñó su padre, el fallecido ex presidente Néstor Kirchner (2003-2007), que imaginó el poder como una especie de bien de familia.

¿El presidente Alberto Fernández? Nada indica aún que, en el año recién iniciado este mandatario transicional pueda cambiar la ecuación política que lo hace poseedor formal de la lapicera y el sello para tomar decisiones e imponerlas porque el encumbrado sillón en el que se asienta carece de sustentos sólidos. La propietaria del poder es Cristina y él, sólo ejerce un vicariato con fecha de vencimiento inamovible en diciembre 2023. Son las reglas del juego que Alberto F. aceptó en el mismo momento en que Cristina F. –el 18 de mayo 2019– anunció oficialmente que lo ungió candidato presidencial.

Ninguna sorpresa. De allí que, a poco más de un año de iniciar la gestión, la pandemia que atenaza a la Aldea Global (lo inesperado) y la grave situación económica que desde décadas afecta a este país sólo han generado, como dato concreto, el crecimiento exponencial de la pobreza que afecta a casi el 50% de la población. La casi totalidad de los indicadores que dan cuenta del estado de la Nación son preocupantes. Una porción relevante de la economía argentina se desarrolla en la informalidad. Menos del 40% de los trabajadores y trabajadoras argentinas ocupan posiciones de trabajo ajustadas a derecho. El resto, es en negro y es probable que se mantenga en esos términos porque, hasta el Estado es un relevante empleador informal.

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La economía demanda de un ajuste porque son bajos los recursos y muy altos los gastos que demandan las erogaciones públicas. El achicamiento ya comenzó. A las y los trabajadores pasivos (jubilados y pensionados), en el transcurso del año pasado, por decreto, se les redujeron sus ingresos en unos 100 mil millones de pesos. Unos 1.200 millones de dólares, según la cotización oficial. Mal humor social en un segmento con las de 4,5 millones de personas. En marzo próximo, unos 6 mil millones de dólares podrían ingresar en las arcas públicas si los exportadores decidieran liquidar sus ingresos. Sin embargo, nadie puede asegurar que así suceda porque la relación gubernamental con ese sector productivo no es la mejor.

Sin embargo, las autoridades monitorean en forma constante la cotización en alza de la soja en el mercado de Chicago que al cierre de la semana orilló los 430 dólares. Lejos aún de los 600 dólares, como fuera en tiempos de Néstor Kirchner, es –sin embargo– un disparador concreto de la esperanza. Pero –siempre hay un pero– todo puede cambiar si la sequía que desespera a las y los productores se mantiene en el tiempo. ¿Llegarán las lluvias? 2021 no pinta bien. Preocupa. Mucho más con la pandemia que pareciera no aflojar. La virtualidad continuará para el mundo del trabajo (de las y los que lo tienen) y en el de la educación. Los contagios crecen. En los dos últimos días de 2020 y el primero del nuevo año más de 20 mil argentinas y argentinos se infectaron.

Se anunció oficialmente. El presidente Fernández advirtió que algunos centros turísticos costeros en la provincia de Buenos Aires podrían cerrarse si la curva continúa en forma creciente. Las y los comerciantes de los principales rubros veraniegos están “en alerta”. Aunque con sordina y sin utilizar las redes sociales para evitar el ciberpatrullaje que meses atrás anunciara la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, aseguran que están dispuestos a resistir. El presidente Fernández lo sabe. Tal vez por ello prometió que “las fuerzas de seguridad” podrán intervenir para disuadir.

Las complicaciones crecen y se multiplican. Pandemia y economía convergen con la política para desarrollar una suerte de tormenta perfecta a la que habrá que enfrentar sin vacunas (por lo menos hasta fines de marzo) y sin dineros públicos hasta que se resuelvan las tensiones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), con el Club de París y se reorganicen los pagos. ¿Pendiente y, según algunas expresiones inevitable? Una fuerte devaluación. ¿Podrá evitarse? Con todas las letras: la Argentina dilemática no tuvo un buen fin y mucho menos un mejor principio.

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