El Acuífero Guaraní –segundo reservorio de agua potable en el mundo– que acumula debajo de Paraguay, Argentina, Uruguay y Brasil unos 30 mil kilómetros cúbicos de líquido vital, podría ser incorporado –si es que ya no lo está– como un objetivo a alcanzar, en el futuro cercano, por los especuladores financieros. Los Lobos de Wall Street. La semana pasada, “Aguas del Estado de California”, en el Oeste de los Estados Unidos, comenzó a cotizar en Wall Street, en el mercado de futuros. Opera sobre el índice Nasdaq Velez California Water (NQ H2O).

Los consumidores de agua potable californianos –tanto para el consumo humano como para el riego– padecen una extendida sequía que, además, ha generado enormes incendios de los que, por su envergadura, no se tiene registro en el pasado y provocaron pérdidas económicas todavía incalculables. Justamente por ello, la CME Group ofrece en los mercados especulativos contratos trimestrales de agua californiana que, inicialmente, cotizó a USD486 el acre-pie. Esa unidad de medida, equivalente a 1,24 millones de litros, expresa la cantidad de agua necesaria para cubrir un acre de tierra (0,4 hectárea) con una profundidad de un pie (0,30 m).

En un cálculo sencillo al que los expertos de todo tipo podrán categorizar como inexacto, impreciso, alarmante o absurdo, por lo menos, el Acuífero Guaraní, en línea con aquella cotización del acre-pie, podría tener un valor en los mercados especulativos cercano a los 11.800 millones de dólares que, en tanto patrimonio social como recurso hídrico, podría saciar la sed de casi 266 millones de habitantes mercosureños de los cuatro Estados Partes ya mencionados.

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En el contexto bursátil aludido, el agua –como mucho antes lo fue el petróleo (que no es un derecho humano) y/o más reciente, algunas otras commodities (materias primas), como los productos granarios (parte insustituible de la alimentación humana), por mencionar ejemplos claros– en alguna de sus dimensiones, pasa a ser un activo sujeto de la especulación financiera o herramienta apta para la presión política, al tiempo que se aleja –como concepto y como fluido vital– de los estándares que la categorizan, desde que el mundo es mundo, como un bien público.

El relator especial de Naciones Unidas para el derecho al agua y al saneamiento, Pedro Rojo, dijo a una emisora radial colombiana, que “de alguna manera (el agua) ya estaba en los mercados, (pero) entra ahora en los mercados de futuros, que es el sanctasanctórum de la especulación”. Advirtió también que el recurso hídrico “no solo es un elemento importante para los sectores económicos (porque) es ante todo un elemento vital, para la vida misma, para la sostenibilidad de la naturaleza, los seres humanos, su salud y sus comunidades, cosas que no son reconocidas por el mercado y que el mercado no sabe hacer”.

De hecho, quienes compren esos títulos bursátiles (el agua), por dicha tenencia, accederán al derecho a utilizarla en el futuro o a vender esos papeles en el mercado de valores cuando necesiten financiarse por fuera del sistema bancario. Hasta como idea, espanta. Arrojo, recordó que, en el 2008 (crisis de Lehman Brothers), cuando los alimentos ingresaron en los mercados de futuros, “grandes bancos privados destinaron 320 mil millones de dólares para comprar papeles de esos productos mientras, en paralelo, solicitaban recursos públicos para salvarse de la quiebra” y, en ese contexto, “como resultado de la especulación con esos títulos, el precio del trigo se quintuplicó en pocos meses, (y) en tres años los precios de los alimentos subieron una media de 80 por ciento, y se agregaron 300 millones de hambrientos al mundo”.

El Objetivo para el Desarrollo Sostenible (ODS) 6 de la Agenda 2030 propone “Agua Limpia y Saneamiento”. En ello se comprometieron 193 Estados Miembros en setiembre del 2015 cuando Ban Ki-Moon, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), entre el 2007 y el 2016, dio a conocer ese acuerdo global que se apoya sobre tres ejes conocidos como las “Tres D”: Democracia, Derechos Humanos y Desarrollo Sostenible. Previo a esa agenda, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), entre el 2000 y el 2015, posibilitaron que –en aquel lapso temporal– comenzara, entre graves situaciones, a disminuir la pobreza en el mundo; que casi 50 millones de niñas y niños concurran a la escuela primaria; se evitó que mueran millones de niñas y niños; que disminuyeran los efectos de algunas enfermedades como la malaria; y, que se ampliara el acceso a más y mejores fuentes de agua potable. Logros tan relevantes como auspiciosos pese a que las cifras mencionadas, si se las contrasta, con los casi 7 mil millones de habitantes en la Aldea Global, parezcan mínimos.

De hecho, la distancia entre los sectores sociales más desprotegidos, más vulnerables, no es menor. En el 2013, la ONU advertía que “el consumo y la producción globales sobrepasan la capacidad de la Tierra: actualmente consumimos el 150% de la capacidad de regeneración anual de la Tierra, frente al 65% en 1990”. A no dudarlo, falta mucho para hacer. Educación, alimentos y agua potable, aún son carencias para millones. Se estima que en el 2050, la población mundial será de unos 9.600 millones que también necesitarán estudiar, comer y beber. En el 2015, esa organización multilateral reveló también que “en todo el mundo, una de cada tres personas no tiene acceso a agua potable salubre, dos de cada cinco personas no disponen de una instalación básica destinada a lavarse las manos con agua y jabón, y más de 673 millones de personas aún defecan al aire libre”.

Muchas de tales carencias, cuando transcurrieron cinco años desde el compromiso asumido al acordar la Agenda 2030, no se alivian. Los relevamientos más recientes dan cuenta que “3 de cada 10 personas carecen de acceso a servicios de agua potable seguros; 6 de cada 10 carecen de acceso a instalaciones de saneamiento gestionadas de forma segura; al menos 892 millones de personas continúan con la práctica insalubre de la defecación al aire libre; las mujeres y las niñas son las encargadas de recolectar agua en el 80% de los hogares sin acceso a agua corriente. La escasez de agua afecta a más del 40% de la población mundial y se prevé que este porcentaje aumente. Más de 1.700 millones de personas viven actualmente en cuencas fluviales en las que el consumo de agua supera la recarga.

Unos 4 billones de personas carecen de acceso a servicios básicos de saneamiento, como retretes o letrinas. Más del 80% de las aguas residuales resultantes de actividades humanas se vierten en los ríos o el mar sin ningún tratamiento, lo que provoca su contaminación. Cada día, alrededor de 1.000 niños mueren debido a enfermedades diarreicas asociadas a la falta de higiene. Aproximadamente el 70% de todas las aguas extraídas de los ríos, lagos y acuíferos se utilizan para el riego.

Las inundaciones y otros desastres relacionados con el agua representan el 70% de todas las muertes relacionadas con desastres naturales”. Claramente, a la carencia de agua se suma, como problema, la mala gestión que de ella se realiza. El jueves último –10 de diciembre– se recordó el Día Mundial de los Derechos Humanos. El acceso al agua potable es uno de ellos. El Ñemby Ñemuha (Mercosur o Mercosul) no debería permanecer en silencio. La protección y conservación irrestricta del Acuífero Guaraní, en tanto recurso vital de todas y todos, debe ser tácitamente ratificado. Quien quiera oír, que oiga.

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