Aníbal Saucedo Rodas

Periodista, docente y político

El último coletazo de la pandemia del coronavirus fue encadenar los períodos electorales. Serán dos años más de paralización en la construcción de políticas de Estado, que son las únicas que tienen un valor sustantivo para la reducción gradual de nuestras históricas debilidades estructurales. Salvo que los partidos, los movimientos sociales y las concertaciones alumbren el milagro de priorizar el país por encima de las luchas –legítimas, por cierto– por acceder o permanecer en el poder, en las municipales (2021), primero, y en las internas (2022), que tienen como horizonte las presidenciales, después. Los primeros meses del 2023 ya ni siquiera cuentan. Nada original que un simple observador no pueda colegir.

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Aunque se esfuerce por proyectar una imagen de equidistancia ante la opinión ciudadana, al no involucrarse directamente en los procesos electorales, el presidente de la República terminará absorbido por ese ambiente de airadas polémicas y apasionadas expresiones de algarabía popular. Vendrán los reclamos de la prescindencia en razón del cargo. No existe posibilidad real de que eso acontezca.

Con certeza suelen cumplirse aquellas viejas predicciones de que en un país donde la reelección no está constitucionalmente permitida, el gobernante debe hacer todo lo que pueda en la primera mitad de su mandato, pues en la segunda hasta sus hombres más cercanos empezarán el proceso de migración hacia otras carpas políticas. Si bien la cita no es textual, es una aproximación recreativa de lo que trasmitió durante un encuentro el publicista uruguayo, y también político, Walter Nessi, allá por 1993. En este caso, debemos interpretar como “cercanos” a los senadores, diputados, gobernadores e intendentes, que son los que tienen representación política. Los que cumplen funciones en cargos de confianza, por lo general, “mueren de pie” con el mandatario saliente.

Las delicias de la cohabitación entre el Ejecutivo y una oposición multicolor llegan, también, a su fecha límite. A no ser que el señor Abdo Benítez descubra la manera de sobrevivir en medio de quienes serán sus compañeros de ruta y furibundos críticos en un solo combo. Ninguno de ellos, en solitario o en alianza, se quedará sin un candidato para la Intendencia de Asunción, considerada una avanzada estratégica oteando el 2023. Candidato que, necesariamente, tendrá que enfrentarse al elegido, o aceptado, por el presidente de la República para el mismo cargo. Y ninguna campaña, hasta hoy, se desarrolló explorando las virtudes de uno mismo, sino hurgando en el pasado del otro, por lo que las lenguas de la detracción vendrán inflamadas de injurias, imprecaciones e improperios.

Por el lado de los republicanos, que incluye al jefe de Estado, el escenario tampoco es muy sencillo de interpretar. “Concordia Colorada”, el proyecto que pretende un amplio consenso intrapartidario para garantizar sucesivos éxitos electorales, no consiguió, hasta ahora, construir identidad. Los afiliados siguen pensando en consonancia con los dos grandes movimientos internos que le dieron vida. Algunas resoluciones adoptadas en las cámaras del Congreso, y las reacciones que ellas generaron, evidencian que se precisarán de hilos de mayor calibre para suturar las nuevas desavenencias. O sea, la propuesta que tenía intenciones de ser el soporte para una tranquila gobernabilidad asume presagios de transformarse en un nuevo foco de contagiosas controversias.

En toda la transición democrática no hubo un solo presidente que no haya intentado dejar un sucesor de su línea política en el Palacio de López. Pienso que esta vez tampoco será la excepción. Ya no es oculto que, como mínimo, dos son los precandidatos de Añetete, y ni siquiera mencionan a Concordia Colorada. El que representó a Honor Colorado en las internas de diciembre del 2017 confirmó reiteradamente que sus “pretensiones presidenciales” siguen intactas.

La falta de carácter o de buena fe, o ambas cosas, del presidente de la República contribuyó para que la idea no se consolidara en los términos en que fue planeada. Dos hechos así lo confirman: el permanente tiroteo en contra de esa unidad por parte de altos funcionarios y aliados internos del Gobierno, así como la inscripción masiva de movimientos regionales leales, hasta el momento, al oficialismo. “Si no hay buena fe –decía el doctor Osvaldo Chaves– quiere decir que aceptamos esta solución como una táctica, guiñando el ojo a nuestra claque para indicarles que en política el fin justifica los medios”.

Este panorama sombrío es el que tiene por delante el mandatario, pero, sobre todo, nuestro país. Sin un giro radical de timón, lo que requerirá de un liderazgo que hasta ahora no ha demostrado, nos esperan dos años de polarizaciones políticas y de nuevas postergaciones sociales. Y cuando lo político y lo social hacen contacto, sus ondas expansivas son impredecibles.

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