POR RICARDO RIVAS

Corresponsal en Argentina

Twitter: @RtrivasRivas

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Diego Armando Maradona (60), falleció. La noticia se conoció poco antes de las 13:30. Ni los colegas que escribieron la primicia mundial en el diario Cla­rín estaban seguros de que la información fuera real. Los conductores de los pro­gramas radiales y televi­sivos balbuceaban. Rápi­damente desde la Casa Rosada (sede del gobierno federal en este país) el pre­sidente Alberto Fernández decretó tres días de duelo nacional. Se subió a la ola. El duelo nacional –el de verdad- ya está instalado y se extenderá lo que el pueblo sienta y consienta. La política habrá de veri­ficar que las honras fúne­bres, cuando los pueblos aman a sus ídolos, no es necesario decretarlos. El velorio, seguramente, con­movedor. Motivaciones y pasiones sobran. ¿A quién le pedirán Fito y millones de gargantas para que les dé “alegría, alegría” a sus corazones.

Veremos imágenes poco usuales en tiempos de pos­verdades y putas mentiras. Las redes estallaron y así seguirán. Los a favor y los en contra dirán presentes. Unos 25 minutos pasa­ron hasta que, finalmente se confirmó con numero­sas fuentes que –como a todo ser humano- la mano de Dios decidió tomar la del Diego para llevarlo con él. Me parece increí­ble.

En tres oportunidades de mi carrera profesional comencé a escribir notas como esta para reseñar su trayectoria deportiva en momentos dramáticos de la increíble vida del 10. Otras tantas tuve que destruir­las. Admito que, aún en este preciso instante cuando ya lo sucedido no tiene vuelta atrás, leo y releo el torrente informativo para estar seguro de continuar. Pero debo hacerlo. Sé que ven­drán muchos días en que las imágenes del Diego las veremos en todas partes. No habrá pantalla ni pla­taforma en la Aldea Glo­bal que no se transforme en un estadio para ovacio­narlo. ¡Gooool!, esa pala­bra mágica que no nece­sita traducción, habrá de saturar nuestros oídos con cada repetición de sus creaciones.

Tampoco faltarán intelectuales que, alejados del fútbol e intérpretes, generalmente complejos de las pasiones humanas, hasta inventa­rán palabras para explicar al Diego y la tristeza popu­lar emergente de su último suspiro. Luego vendrán las comparaciones. Tan odio­sas como inútiles. Tal vez, en Nápoles, el sentimiento de amor maradoniano supere al local.

También allá, en la lejana y cercana Italia, habrá llantos, des­bordes y corazones par­tidos de dolor. El parte médico oficial precisa que Diego Armando Mara­dona –El Diego- murió como consecuencia de un “paro cardio-respirato­rio”. Su corazón dijo basta. Una explicación demasiado humana para ser la razón de la muerte de Maradona. “¡No se va… el Diego no se va… El Diego no se va… El Diego no se va…!”

A quién le pedirán Fito y millones de gargantas para que les dé “alegría, alegría” a sus corazones. Veremos imágenes poco usuales en tiempos de posverdades y putas mentiras.

Sé que vendrán muchos días en que las imágenes del Diego las veremos en todas partes. No habrá pantalla ni plataforma en la Aldea Global que no se transforme en un estadio para ovacionarlo.

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