La totalidad de los indicadores argentinos, sociales, económicos, financieros dan cuenta de insostenibilidad. Desde muchas décadas, aunque las estrategias de análisis y discursivas se modifiquen con cada gobierno para exhibir mejoras respecto del anterior y notificar al pueblo que, aunque no lo perciba por la acción destituyente de los medios, le va mejor que antes, el cuadro no cambia para mejor. De allí que, a la hora de encarar la tarea de diagnosticar para luego planificar y gestionar políticas públicas en procura de cambiar la realidad, los dedos índices de todas y todos, con responsabilidades dirigenciales o no, apuntan a múltiples otredades. Tanto aquí como en muchas otras latitudes.

En la película “La Reina” (2006), Isabel II (Helen Mirren), le pide al laborista primer ministro Tony Blair (Michael Sheen), de rodillas frente a ella, que por haber triunfado en las elecciones, en su nombre, “forme gobierno”. En la temporada 4 de “La Corona” (The Crown), la arrodillada frente a la reina (Olivia Colman) es la conservadora Margaret Thatcher (Gillian Anderson) que recibe el mismo pedido real. Dos vicariatos bien distintos. El de la voluntad de británicos e irlandeses del Norte que con el voto popular empoderan a quien ejercerá la jefatura del gobierno; y, el que –según creencias milenarias– Dios concede a quien gestiona el Estado. Pese a las disimilitudes, acuerdan en un país que se constituye y ordena como tal en el cumplimiento de una constitución no codificada –no escrita– construida sobre estatutos parlamentarios, decisiones judiciales que trocan en doctrina y jurisprudencia a la vez que en tratados de todo tipo. Usos y costumbres. Simbolismos y prácticas.

El 18 de mayo del 2019, a las 9:02 de aquel sábado, unos 11.130 Km al sudoeste de Londres, quien fuera presidenta argentina entre el 2008 y el 2015, Cristina Fernández, dijo en un video que hizo público: “Le he pedido a Alberto Fernández que encabece la fórmula a presidente que integraremos juntos. Él como candidato a presidente y yo como candidata a vice en las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias)”. El peronismo llegó unificado a las presidenciales de octubre siguiente. “Los muchachos (y muchachas) peronistas, todos (y todas) unidos (y unidas) triunfaremos”, se hizo realidad. Julio María Sanguinetti, periodista, escritor y ex presidente de Uruguay, cuando se refiere a las y los presidentes, sostiene –palabra más palabra menos– que “el poder puede estar arriba de todo; puede estar, incluso, por fuera de las estructuras del Estado” pero, advierte, que “nunca puede estar abajo”.

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Claramente, no alude a lo organizacional sino al mensaje que esa construcción aporta a la ciudadanía para que discierna, sin dudas, quién es la mandataria o el mandatario al que la minoría más numerosa ha empoderado. Carlos Delgado, académico de la Universidad de La Habana, Cuba, especializado en pensamiento complejo que, junto con otros y otras académicas lideradas por Edgar Morin (99), dictaron en los últimos meses un curso que propuso la Unesco para reflexionar sobre el poder y la educación, advierte –como peligro– sobre la que categoriza como ceguera cognitiva. “Menospreciamos el riesgo permanente que el error y la ilusión representan”, enfatiza Delgado que exhorta sobre “la importancia de estar siempre alertas” y no exponerse a ellos “porque nos acompañan siempre”. El propio Morin va más allá con el alerta.

“Cuando el pensamiento descubre el gigantesco problema de los errores e ilusiones que no han dejado (ni dejan) de imponerse como verdades en el curso de la historia humana, cuando descubre correlativamente que lleva en sí mismo el riesgo permanente del error y la ilusión, entonces debe procurar conocerse”. ¿De qué hablan, qué proponen? Lo más difícil, por cierto. Estudiar, antes de proponer y, más aún, antes de elegir, la eventual gestión del poder para encontrar tanto las posibilidades como las imposibilidades para alcanzar (los que prometen y los que les creen o descreen) objetivos concretos en procura de una mejor calidad de vida para todas y todos que aparece como demorada por décadas.

Ningún gobierno es fundacional. Siempre se construye o destruye –lo bueno y/o lo malo– desde el suceso. No es recomendable ignorar la historia. Proponer “sangre, sudor y lágrimas” en modo alguno es afirmar que “estamos mal pero vamos bien”. Pensar que la democracia es patrimonio de algunos o algunas y no de todas y todos es tan vacuo como suponer que en la antidemocracia no se come, no se educa y no se cura. Sobran los ejemplos, sin mucho esfuerzo. Solo en un esquema ficcional u onírico las uniones transitorias electorales (UTE) –en este contexto– pueden ser categorizadas como coaliciones cuando ninguna de las partes constituyentes está dispuesta a conceder en nada. Pero, por sobre todo, es necesario asumir que, parafraseando el general Juan Domingo Perón, mejor que prometer el diálogo es dialogar.

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