POR MARCELO PEDROZA

COACH

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Su color ilumina el brillo del entorno que habita. Mirarla requiere lucidez, esa que permite darse cuenta de que ante lo que se ve, se puede comprender lo que es. En ese instante no hay palabras, frases, mensajes o símbolos que puedan superar el poder del acto. Ha florecido, surge en ella una luz especial, quizá su nacimiento sea el supremo momento en donde la belleza se expresa en plenitud. Es una flor, cuya verdad está en su propia esencia.

“Al romper del día me senté en una vega, en animada conversación con la Naturaleza, mientras el Hombre dormía apaciblemente bajo los cobertores del sueño. Me tendí en la verde gama y me puse a reflexionar sobre estas preguntas: ¿Es la Belleza la Verdad? ¿Es la Verdad la Belleza?”, escribió Khalil Gibrán (1883-1931), poeta, pintor, novelista y ensayista libanés, en su obra “La voz del Maestro”.

¡Ay del mundo sin ella!, ¿acaso podría serlo? Basta mirarla para quererla, púrpura oscuro y profundo, sin igual. Un suspiro deleita el ambiente, y los pinos vecinos festejan sin cesar. Su paso parece estacional aunque su belleza se encarga de hacerlo atemporal. Las raíces están ahí y siempre vuelven a dar sus frutos, representan el silencio del esfuerzo y la armonía del tiempo.

La belleza y la verdad, ¡cuánta unión por contar! Unos dirán que en ese encuentro reina la paz, otros que lo imposible no existe, dado que en esa combinación no hay límites que descifrar y mucho por vivir. De cualquier modo, lo concreto está ante los ojos que lo ven. ¿Cómo explicarlo de otra manera? Y la flor lo sabe. No necesita hablar. Su intensidad hace lo suyo, origina la satisfacción de entender que los sentidos vibran a la par, que ante la inmensidad: la flor es la flor, y eso es así. Su pertenencia excede a lo territorial, su dimensión abraza la misión de los ancestros de la especie. La belleza existe. Y siempre existió. Esa es la verdad que han transmitido y siguen haciéndolo. En su naturaleza reside la sabiduría de lo bello, verlo es un privilegio, sentirlo es indescriptible.

La belleza y la verdad… es desafiante asociarlas a lo cotidiano, a lo colectivo y a la propia vida. Entonces, cada uno puede preguntarse, ¿Dónde están?

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