" - Estoy en medio del desierto. Nadando en un lago con el agua más hermosa que he conocido. Max Mallowan me acompaña. Pronto desaparecerá… -¿Mallowan desaparecerá? -No. El lago. Mallowan no parece hombre que llega con las lluvias pasajeras. Me parece que es un hombre de arenas eternas".

POR OLGA DIOS

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Luego de que Howard Carter y Lorn Carnarvon abriesen la Tumba de Tuttankamon en 1922, se dio una “fiebre del oro” entre los arqueólogos ingleses por quién fuese el autor del “próximo gran descubrimiento”. Parecería ser que ese hombre fue Leonard Wooley, quien ya había excavado en Turquía antes de la Primera Guerra Mundial con Lawrence de Arabia. El Impe­rio británico, a través de este último, había logrado la unificación de todas las tribus de la zona en lo que inmediatamente añadió a sus territorios como Irak. Es justamente allí, donde, a mediados de los años 20, Wooley realiza su gran descubrimiento: la antigua ciudad de Ur, y con ella toda una civi­lización, la más antigua conocida: los súmeros. Los zigurat escon­dían tesoros, y el Imperio y sus Museos deseaban tesoros para las tapas de los diarios. Wooley era el arqueólogo; pero la “Jefa” de cada campamento era siem­pre su bellísima e insoportable esposa Katherine.

Un joven arqueólogo de 25 años es contratado para trabajar en Ur. Max Mallowan, interesado en otro tipo de tesoros: peda­zos de cerámica, que trazaban líneas, que hablaban quizás un idioma, contando la historia de una civilización. Eso no era popular ni vendía diarios; pero era la pasión de su vida, y el único motivo por el cual soportaba a los Wooley. En medio de todo, en 1927, llega una visita al campamento. Una mujer famosísima, amiga de los Wooley, a quien Katherine agasaja y envidia en partes iguales: la escritora de misterio Agatha Christie, de 39 años y recientemente divorciada. Un par de años antes, Christie había tenido una misteriosa desaparición de varios días en los cuales un accidente en coche la lleva a pasar varios días escondida con una identidad secreta. Katherine solo desea el “chisme”; el “secreto” de su famosa amiga, una mujer por naturaleza tímida, sencilla, con una educación victoriana pero una curiosidad intelectual que sobrepasaba los límites de lo que su época le permitía conocer.

Así que Katherine le “endilga” al joven Mallowan a la ilustre visi­tante, que la lleve a pasear por el desierto, a conocer otras exca­vaciones, en fin, lo que quiere es que se haga cercano a ella y le saque los secretos. Ninguna de las partes se siente cómoda con este arreglo; pero no tienen el poder de negarse. Así que Agatha y Max recorren el desierto, se bañan en un lago de aguas rosadas, duermen en la celda de una prisión. Desde lo alto de un zigurat, Agatha ve un cielo que no había soñado existía. Se apasiona por la vida en las excavaciones, por la aventura, por la curiosidad de Max. Y, a pesar de los 14 años de edad que los separan, y el escán­dalo que significa, se enamoran perdidamente y se casan. Ese segundo matrimonio de la autora fue el que realmente la hizo feliz, y hasta el fin de sus días recorrió excavaciones con ese muchacho que le mostraba tesoros en el reflejo de un pedazo de vidrio roto.

" - Creo que vamos a ser felices: tendremos la biblioteca más grande del mundo. Creo, Agatha, que acabas de definir la felicidad".

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