Fue 1920 un año trágico para el Partido Nacional Republicano. Y para la sociedad paraguaya. El 13 de enero muere Ricardito Brugada, “el abogado de los pobres”; el 10 de marzo, el doctor Ignacio A. Pane, “un agitador de ideas”, y el 20 de setiembre, “el cultísimo doctor” Antolín Irala. Los tres bordeaban los 40 años. A los tres los unía el haber sido autores, como diputados, del primer proyecto de ley de la jornada laboral de ocho horas.

El doctor Antolín Irala forma parte de esa generación olvidada dentro de su propio partido, y rastrearlo tampoco es sencillo porque, como numerosos jóvenes de su época, al combinar la cátedra con la política vivida con intensidad, la producción intelectual se reducía a conferencias, intervenciones en el Congreso de la Nación, en las convenciones partidarias y artículos periodísticos. Nos quedan, no obstante, algunos textos, como su tesis sobre “La represión”, un informe acerca de las “Negociaciones paraguayo-argentinas. Sus antecedentes” (1912) y “La causa aliada en el Paraguay” (1917).

Ni siquiera existe consenso sobre el año de su nacimiento, aunque sí en cuanto a lugar, día y mes: San José de los Arroyos, 28 de octubre de 1877, según algunos, y de 1878 o 1880, según otros. En lo personal, siempre fui partidario de esta última fecha, sin embargo, al conciliar algunos datos lo más lógico es que el año de su nacimiento sea 1877, puesto que terminó la carrera de Derecho en 1901 (en 1902, según el investigador cultural Carlos R. Centurión). De acuerdo con la referencia de uno de sus biógrafos es hijo no reconocido de Francisco Bordenave y fue su madre doña Benjamina Irala, por tanto, hermano de otro gran intelectual: Adriano Irala. En este último se inspiró don Herminio Giménez para inmortalizarlo como “Irala el gran presidente…” de la polca-himno del club Cerro Porteño.

Fue profesor de grado, de la secundaria y de la Facultad de Derecho. Las crónicas fúnebres por su fallecimiento destacan, además, que fue defensor de reos p obres, fiscal del crimen y fiscal general del Estado, y ejerció la diplomacia como secretario de la legación del Paraguay en Francia, Inglaterra y España. En 1911 fue presidente de la Cámara de Diputados. Desde esa tribuna se opone abiertamente al coronel-presidente Albino Jara, lo que motiva que en la noche del 2 de julio “estando rodeado de su familia (…) es sacado a la fuerza de su casa y remitido a la Jefatura de Policía, donde queda preso e incomunicado” (La Prensa, 3 de julio de 1911, página 3). El día 5, con otro golpe cuartelero, Jara es derrocado.

A los 25 años fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores, siendo, probablemente, el canciller más joven que tuvo nuestro país. Fue durante el gobierno del coronel Juan Antonio Escurra. Vuelve a ocupar el mismo cargo durante la corta presidencia (como casi todas las de la época) de Liberato M. Rojas, en 1911. Como militante republicano fue al exilio con el general Bernardino Caballero, en 1908. A su regreso al país es electo tesorero en la Comisión Central Provisoria de 1910; dos años después ocupa la vicepresidencia (presidencia de Pedro P. Peña); la misma fórmula se repite en 1914.

En la Convención del Partido Nacional Republicano del 25 de noviembre de 1916 decide enfrentar a su antiguo compañero y uno de los referentes históricos más respetados del p artido, el doctor Pedro P. Peña. Antolín Irala se impone, electoralmente, a su maestro. Su discurso de proclamación es una verdadera cátedra sobre el papel de los partidos políticos dentro de la sociedad. Igual que Brugada y Pane, centra su mirada de preferencia en el movimiento obrero: “La Ley del Trabajo, con un criterio más social que el que informa nuestro Código Civil –impregnado del individualismo del siglo XIX–; el arbitraje, como medio de solución de los conflictos entre el obrero y el patrono; la indemnización a los accidentes de trabajo; el seguro obligatorio y otras reformas de la misma índole, forman parte de nuestros propósitos”.

Dos años después es reelecto como presidente de la Comisión Central. Fallece a meses de cumplir su segundo mandato. Queda, además, en su legajo la autoría de la ley de inmigración, de colonización y del hogar, inscribiendo su nombre “entre los precursores de la reforma agraria”.

La muerte de Antolín Irala no sorprende a sus amigos porque sabían que “estaba herido de muerte por una afección cardiaca”. El 20 de setiembre a la tarde realiza un paseo en coche por la ciudad, regresando ya entrada la noche. “Después se retiró a su dormitorio, poco antes de cenar, para recostarse un momento. La familia lo oye de pronto toser secamente, y cuando acuden a verlo, el doctor Irala había expirado” (Patria, 21 de setiembre de 1920). Se cerraba así el círculo aciago sobre tres políticos republicanos que estaban fuertemente ligados por el ideal común de emancipación social de la clase obrera.

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