El Gobierno cuya cara formal e institucional es el presidente Alberto Fernández, se debilita con cada amanecer. Su más reciente claudicación, el epílogo de una huelga con movilizaciones, concentraciones, bombos y sirenas, debajo de los ventanales de la casa donde vive el mandatario, en reclamo de mejoras salariales, protagonizaron los 90 mil policías de la provincia de Buenos Aires.
El rechazo de los reclamantes, que rechazaron dialogar cara a cara con el jefe de Estado, proyectó la impotencia presidencial con claridad. Como más de 42 millones de ciudadanas y ciudadanos, el jefe de Estado, se encuentra –en la Residencia Presidencial de Olivos, unos 20 Km al norte de la sede gubernamental en territorio bonaerense– en la más estricta observancia del aislamiento social (y político) preventivo y obligatorio (ASPO), al que lo somete quien da muestra de poseer el poder real en la coalición de gobierno: la vicepresidenta Cristina Fernández. Como una viajera privilegiada en el túnel del tiempo, en los nueve meses que corren desde el pasado 10 de diciembre, cuando Alberto F. inició su mandato presidencial, Cristina F. comenzó también su gestión de segunda al mando (con mucho mando), con la misma convicción e intención con la que amaneció, el 28 de febrero del 2012.
Un día antes, en la ciudad santafecina de Rosario, provincia de Santa Fe, clavó sus ojos en la militancia que la rodeaba y vitoreaba en el transcurso de un acto patriótico y, para que nadie quedara con dudas, expresó: “Vamos por todo”. Pasaron ocho años. En ese lapso de tiempo, conoció el sabor amargo de dos derrotas electorales. En la primera –cuando la elección parlamentaria del 2013– le impidió alcanzar aquella ilusión Sergio Massa y, en la segunda –cuando la presidencial del 2015– entre deseo y poseo, se cruzó Mauricio Macri. Es preciso recordar, sin embargo, que aquellos dos triunfadores lo fueron de la mano de la voluntad popular. Nadie –cuando se trata de un Estado Democrático de Derecho– alcanza el poder sin el vicariato de la primera minoría constituida entre todas y todos. En ese contexto, vale recordar que, como vicario de un pueblo empoderado por el voto, ese poder que se ejercerá y gestionará, es un préstamo temporal.
La semana que pasó, sin dudas, dejó demasiadas señales para analizar. Los dirigentes del peronismo más duros –las y los que no acuerdan con la mirada estratégica de Cristina F.– desde la reserva total sobre sus identidades, sostienen que “el mandato interno que la coalición de gobierno le concedió a Alberto F. ha finalizado”. Los más condescendientes, también desde el anonimato, expresan con convicción que “Alberto F. siente y sabe que su gestión gubernamental, de no alinearse en forma irrestricta ante su creadora y sus deseos, está en tiempo de descuento”. Los más respetados y reconocidos analistas políticos locales, aquellos que –sin excepción– todos los y la Presidenta, desde el retorno a las prácticas democráticas luego del derrumbe de la dictadura cívico-militar, el 10 de diciembre de 1983, fueron, son y, seguramente, serán duramente objetados por los siempre transitorios ocupantes de la Casa Rosada, lo advierten.
“Si algo quedó claro luego de la algarada policial es que el gobierno bonaerense no ejerce en La Plata sino que actúa como una delegación de Olivos, que a su vez ejecuta decisiones que se adoptan en algunos de los barrios de la ciudad ‘opulenta’ donde reside y despacha Cristina. Así funciona el poder”, sostiene Ricardo Kirschbaum. “Alberto Fernández prometió (en campaña) otra cosa, pero la gestión de su gobierno es demasiado gris”, apunta Joaquín Morales Solá y agrega: “Alberto Fernández no tuvo una sola noticia buena desde que asumió. Es verdad. Pero también lo es que su vicepresidenta es una figura que hace política a las patadas, que su gabinete es débil y que Cristina aprovecha esa debilidad. ¿Dónde quedó el presidente que prometió otro país, otros modos y otras políticas?” La crisis emergente de la bifrontalidad, definitivamente nociva, de la que padece la coalición de gobierno, largamente anunciada por este corresponsal desde agosto del 2019, se profundiza.
La posibilidad de que Alberto F. sea víctima crece, como sentido común, en la ciudadanía. Mucho más, cuando la sociedad procura la certeza de saber y reconocer un liderazgo responsable en tiempos difíciles. La rebelión policial bonaerense produjo sentido. Un relevante sector social tiene la convicción de que “la relación entre Alberto F. y Cristina F., ya casi no existe”. En el ecosistema político, los interrogantes no son menores. El más preocupante, para todas y todos los que lo trashuman, es saber “¿quién lidera en este gobierno?” La política, por sobre todo, es diálogo. Pero es muy difícil, así las cosas, saber con quién hablar y quiera escuchar.