POR OLGA DIOS, olgadios@ gmail.com

“¿Qué diferencias químicas habrá entre una lágrima de tristeza y una lágrima de alegría?”.

“El año de la muerte de Ricardo Reis” no es la novela más famosa de Saramago, pero es mi preferida. Tampoco me leí todas, aunque sea redundante aclararlo. Y el motivo está contenido en el mismo título: Ricardo Reis era uno de los 70 heterónimos que Fernando Pessoa, el gran poeta portugués, utilizó para escribir su maravillosa obra. A Ricardo Reis le creó incluso una existencia cuasirreal, con fecha de nacimiento, pero no de muerte, de ahí el título, porque lo que hace magistralmente Saramago es contarnos el regreso de Ricardo Reis a Portugal, al enterarse de la muerte de su creador, el mismo Fernando Pessoa, en 1935. Y allí marca su destino, ya que “Un hombre se convierte en otro cuando toma una decisión”. Sea el paso que des, ya no hay marcha atrás. Solo seguir siendo ese nuevo hombre que, de alguna forma, elegiste ser al subirte a un barco.

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Reis llega, sí, en un barco, desde Brasil, donde residía en el exilio tras la instauración de la República en Portugal, ya que es un ferviente monárquico. En principio, no pasa nada. Más que la rutina del protagonista en Lisboa, pero hasta la rutina más aburrida, escrita por Saramago, se convierte en un sinfín de los pensamientos más profundos, revelando el mundo interior de Reis (y del ser humano, en parte), haciendo lo que mejor le salía: filosofar sobre la vida. Y mezcla esos pensamientos con noticias de diarios, hilando con la realidad de su tiempo, la consolidación de la dictadura de Salazar en Portugal y la Guerra Civil en España.

Hay una deliciosa ironía en ese Ricardo Reis de ideas tan de ultraderecha, simpatizante de Salazar y Franco, y la ideología de Saramago, totalmente extrema, en un juego de sombras, entre paseos por Lisboa, una visita a su propia tumba, o la de Pessoa, algunos ligues amorosos con muchachas de ambos extremos del espectro social. Reis puede con todas, y todas quieren con él. Desde su suite del Hotel Bragança nos pinta el mundo, o su muy particular visión de él: “Cuando uno llega a muerto ve la vida de otra manera. Un muerto es, por definición, ultraconservador, no soporta alteraciones del orden”.

Claro que la joyita de la novela son esas tertulias entre Reis y el fantasma de Pessoa. Allí es donde quedan como cinceladas en piedra frases increíbles, el fantasma y su alterego en esa relación simbiótica. Aunque en realidad son tertulias de a tres, el genio de Pessoa, de Reis y la voz inocultable de Saramago, sobre todo en ese momento culminante en el cual Pessoa, en una de sus “apariciones”, cuenta que lo peor de estar muerto es que se pierde la capacidad de leer. Solo se ven borrones en los libros. Poesía pura. No poder leer, concuerdo, debe ser lo más parecido a la muerte. O a esa “…tarde tan triste que del fondo del alma ascienden las ganas de llorar”.



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