Por Mario Ramos-Reyes

Filósofo político

Democracia contra derechos individuales. O mayorías, elegidas, legítimas, contra principios fundamentales. Esa parece ser la situación actual, realidad que provoca el debate político y constitucional en este momento. Un debate, creo yo, que exige mirar con los ojos de la historia y la filosofía, a nociones que podrían ser herramientas alternativas a un dilema que parece indisoluble. O si lo es, se resuelve desde el ejercicio del poder, coercitivamente, o bien, por el contrario, con la desobediencia al mismo. O el Estado, o bien, el individuo. Es la alternativa del juego del ajedrez, desde el poder, o dejar los ciudadanos ejercer su libertad, el juego del solitario. Invocar el “interés general” coercitivamente, que tiene primacía sobre el particular de los ciudadanos, es una salida. Está en riesgo la salud pública. Pero esa noción, la del interés general, no deja de ser poco republicana.

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Si el ciudadano, después de todo, debe gobernarse a sí mismo, ¿cómo es que el poder del Estado lo obligue a hacer no sólo lo que no quiere sino, y, sobre todo, algo no muy razonable, trabajar, que limita ese autogobierno?

La cuestión es delicada: no existe gobierno actual, democrático, que no se enfrente a dicho dilema. Y si no se quiere caer en simplismos ideológicos, o del pensamiento excluyente –el hacer una cosa implica no hacer la otra– se debe al menos plantear con precisión la magnitud del problema, pues, la realidad no perdona.

¿Cómo resolver el dilema de dejar que se ejerza el derecho al trabajo o las libertades de reunión o bien cuidar la salud? ¿Qué hacer? Pero ese ¿qué hacer? creo, debe ir más allá de lo legal, sin negarlo. Yo me plantearía la pregunta sobre el bien común, que, más que del ajedrez de interés del poder o juego solitario de individuos, es un juego de dominó.

La política del ajedrez o la primacía del Estado

Es cierto, en situaciones como estas, se podría ser ecléctico y balancear la libertad individual, con otros principios, como la vida, la salud, etc. Pero, eso dejaría irresuelta la cuestión de qué es lo más valioso respecto a la vida humana.

Hay gente que está dispuesta a arriesgar su vida, por contagio, por ejercer su derecho a la libertad de trabajo. O libertad religiosa. También es cierto, además, y acepto la objeción de que la mayoría de las constituciones -la nuestra de 1992 no es una excepción- nacen de un pacto “híbrido”, y como tal, concilia intereses contrapuestos. Fruto de compromisos, y de grandes acuerdos, enarbola principios, muy a menudo, difíciles de reconciliarse entre sí. Conforman lo se podría llamar Frankenstein ideológicos. Y no lo digo en el mal sentido, sino afirmo un hecho.

Y así forman el Estado como pacto de intereses. Estado como resultado de un acuerdo sobre colisión de intereses individuales. No resulta extraño entonces que se entienda la libertad cómo ejercicio de intereses particulares, exclusivamente. Creo que es una noción respetable. Pero, descifrar el interés general, en una sociedad pluralista es casi, una utopía. Presupone que existan individuos que conozcan el todo. O descifren el futuro. O decidan por otros. Eso da lugar a una visión de la política como el juego de ajedrez: la del político astuto, que sabe mover las piezas y se anticipa en el tablero. Primacía del Estado.

La política del solitario o la primacía del egoísmo

Veamos ahora la postura opuesta desde el juego del solitario. Cada uno juega su partido individual. El interés que mueve a los individuos hacia lo que les place, llena, interesa, parecería estar primero. El que una sociedad esté librada a la voluntad propia, a los deseos, independiente de lo que los otros hagan.

“Mirar” al interés del otro o a lo general, es contrario, instintivamente, a nuestra autonomía. Es más, ese interés propio, autointerés, es vital y se espera, que los otros, hagan lo mismo. El otro hace lo suyo no porque es “solidario” sino porque está en su interés. Pero el autointerés de los ciudadanos puede, y de hecho ocurre, colisionar entre sí. No todos deseamos lo mismo.

¿Qué hacer entonces cuando los intereses colisionan? Aquí entra el Estado. Es la paradoja. Una postura radicalmente individualista, autosuficiente, que hacen del individuo el centro y protagonista de hacer lo que quiere, recurra a la fuerza de la ley para reconocer esa voluntad, “forzando” a los otros a seguirle. Así la suma de intereses individuales es establecido y protegido, irónicamente, por el Estado. Si, es el Estado, el que garantiza la primacía del individuo.

La política del dominó o la primacía del bien común

¿Y entonces, no es la libertad lo primero? Y si tampoco es el Estado, ¿qué hacer, entonces? No, la libertad de uno, está relacionada con la del otro. No se es libre sin más. No se puede ser feliz cuando existen ciudadanos carenciados. No es posible ensalzar el estudio, cuando la mayoría no tiene libros. No es posible estar sano, cuando el sistema sanitario no provee lo básico. Una comunidad política es un juego de dominó. Si cae una pieza, caerán las otras necesariamente. No es un juego de ajedrez manejado desde el Estado. Ni menos un juego solitario de naipes donde cada uno vive en su mundo lúdico. Existe, una solidaridad implícita, -entre libertades entrelazadas. La suerte de mi prójimo es mi suerte. Somos un nosotros, no una colección de “yos” inconexos. De ahí que, lo común del bien, tenga primacía.

Un estudiante de fiesta puede crear una cadena de contagios, lamentablemente, hacia otras personas. El interés general no es el bien común. No son idénticos. El bien común no es la suma de egoísmos tampoco. El bien común supone que el bien de uno entrañe el bien de todos. Y viceversa. Y eso, pues, se afirma, pues cada uno, como persona, sólo es feliz si todas sus necesidades, desde las básicas hasta las espirituales son, en principio, satisfechas.

El Estado solo debe crear las condiciones para que se genere, por las sociedades intermedias – sociedad civil- el bien común. Promover, pero no substituir la iniciativa. No se debe usar el tapabocas porque es obligatorio, sino porque si no se usa, contagia al prójimo más vulnerable. Es conciencia comunitaria. No es mi libertad o la coerción. Son las piezas del dominó ciudadano las que caerán.

Pero, ¿cómo hacer esto? Sólo creando las condiciones educativas. Pero ahí viene, según mi entender, la tragedia. ¿Puede promover eso el Estado o este Estado paraguayo? Quiero creer que sí. Pero el ejercicio de ser responsable y crear las condiciones es un hábito que supone una práctica diaria que este Estado carece y la sociedad, acostumbrada a que el Estado diga lo que hay que hacer, también.

Yo creo que, el juego es el del dominó. Los otros, ajedrez y solitario, exigen fuerza o talento, pero una sociedad se construye con solidaridad, el arte de proximidad, poco a poco, con el bien común. ¿Cosa difícil? Ciertamente, una república es frágil. Peor sin eso, solo queda la utopía. Y eso supone, a la larga, violencia estatal o anarquía.

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