“Bueno, usted también pensará que es una locura. Pero de todas las personas a las que se lo puedo decir y que van a pensar que es una barbaridad prefiero decírselo a usted, porque en el fondo es la única que me importa que lo sepa. Y sospecho que es peor, eso de que lo sepa. Pero ya ve, se lo digo igual. Parece que la quiero, Ofelia. Mil perdones, pero me parece que la quiero mucho”.

POR OLGA DIOS (olgadios@ gmail.com)

Ofelia Fernández Mollé es una buena chica, no una “chica bien”, pero sí una buena chica de clase media en la Argentina de Perón. Los casi diez años que la separan de sus dos hermanas mayores le dieron la libertad de estudiar una carrera, contabilidad, que es “algo que sirve”, no matemáticas que es su pasión. Son cuatro hermanas: las “grandes” o “las casa­das”, Rosa y Mabel; y “las chicas” o “las solteras”, Ofelia y Delfina, un año menor. Sus padres son don José, dueño de una fábrica de muebles, y Luisa. Ama de casa. Viven con la Tía Rita, antipática hermana del padre, prototipo de la chismosa de barrio. La novela va desde la década de 1950 hasta la del 60, una familia típica en una casa en Palermo Viejo. Rosa está casada con Ernesto y Mabel con Pedro. Ofelia está comprome­tida con Juan Carlos, y Delfina, de novia con Manuel.

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La armonía reina en la familia, a pesar de las discusiones polí­ticas que enfrentan al peronista Pedro con los antiperonistas don José, Ernesto y Juan Car­los. La cosa nunca llega a los puños, sino que se queda en la sutil ironía, o la distensión del momento candente por parte de Manuel, que es “el mode­rado”. Y por las mujeres, quie­nes, fieles a su rol de la época, siempre tienen en la punta de los labios un “bueno, che, basta de política, chicos”. Está muy claro cuales son los temas de los que discuten los hombres y los temas de los cuales se habla entre y con las mujeres. Es que el trabajo maravilloso que hace Sacheri no solamente integra el marco histórico con espontaneidad, sino también la mentalidad de la época, esas salidas al cine entre las cuatro parejas. Me imagino el trayecto físico porque por más que nos separen dos generaciones, me causa melancolía verlos salir de un cine sobre Lavalle –yo todavía llegué a ir al cine en Lava­lle–, la subida hasta Corrientes para, alrededor de una pizza com­partida, discutir cada detalle de “Bailando bajo la lluvia”, o “Las aguas corren turbias”. Por suerte, pizza todavía se puede comer sobre Corrientes. Imposible leerlo “desde afuera”, como espec­tadora imparcial. Y sospecho que Sacheri lo hace adrede, eso de meterte dentro de su película.

El drama es que Ofelia se da cuenta que se está enamorando del novio de su hermanita. Y él de ella. Vivirán, a su manera, y den­tro del corset que implican la familia, la sociedad y la época, su gran historia de amor. Clandestina y culposa, inevitable pero con un final abierto. En esa lucha entre “amor lícito” y “amor ilícito”, parecen no tener posibilidad alguna de victoria ni derrota. El autor les da un refugio neutral, un espacio “seguro” donde nadie parece resultar herido. Aunque nos deja en la boca esa sensación de que, en el fondo, los heridos fueron todos, aún los que no están al tanto del affaire. Los cuatro lados de esta indefinible y desigual figura geométrica, se ven estafados por sus propias opciones, o falta de ellas, a esa existencia de mediocridad sentimental y de una vida, vivida siempre a medias; pero con un tinte de esperanza:

“Siento que Mabel me dejó como tarea una búsqueda del tesoro, ese juego que nos enloquecía de felicidad cuando éramos chicas. Si me regaló su historia es para que la use. Para que la use en la edificación de la mía. Ni más ni menos”.

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