POR MARCELO PEDROZA

COACH

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En la capacidad de adaptarse a las situaciones de la vida, las emociones cumplen un rol elemental. “Además de la función adaptativa, existen la social y la motivacional”, concluyó el investigador John Marshall Reeve, en un estudio realizado en 1994. También declaró que, la función adaptativa prepara el organismo para la acción, la función social comunica el estado de ánimo y la función motivacional facilita la conducta motivada.

El comportamiento apropiado tiene como antesala una emoción que lo prepara. Es el andamiaje interno que organiza e instruye al organismo para el accionar dirigido hacia un objetivo. De manera que, ante algo sorpresivo se activan los recursos que generan la exploración y alientan la búsqueda de los mecanismos necesarios para atender y focalizar el proceder con la curiosidad que el caso lo requiere. Esa sorpresa moviliza la función adaptativa de la exploración. Es un ejercicio natural, esbozado ejemplarmente en las obras que estudian el fenómeno.

Una sorpresa genera la reacción emocional apropiada a lo que sucede. Pone en movimiento la percepción, el lenguaje, la inteligencia y la memoria. Entran en conexión los recursos cognitivos en su totalidad y se apoderan del hecho, creando un interés de acuerdo a la naturaleza del acontecimiento.

Es sorprendente estar vivo y llevar adelante la propia existencia. Junto a las constantes sorpresas cotidianas, el organismo se encarga de manifestarse. Y la emoción se ocupa de prepararlo para que ejecute la conducta coherente, acorde a las circunstancias del asunto.

Hay sorpresas alucinantes, como pararse frente a la salida del Sol y respirar el perfume que habita en los árboles, que se nutren con el cariño del astro rey. Es en ese instante en donde todo puede cambiar, dado que un pensamiento construye el acceso a otro, ocasionando que la alegría se presente en pleno amanecer. Su paso aviva la capacidad de disfrutar ese momento y habilita la potencia de las relaciones, predispone la empatía, favorece la aparición de objetivos, incentiva la visión de lo que se vivirá durante la jornada, dota de alguna forma el vigor de libertad y enciende la función social, indicada precedentemente. Por otra parte, produce lo que se denomina el efecto motivacional, que dirige su destino con determinación hacia la realización de la conducta orientada a la meta.

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