El mundo del deporte está jalonado de historias de esfuerzos casi sobrehumanos, de sacrificios físicamente dolorosos e incluso, de riesgos para la propia vida del deportista en muchos casos. El olvido o el bloqueo del sentido natural de auto conservación, en pos de obtener un premio o un logro individual o colectivo en el deporte, ha teñido de gloria las páginas de las crónicas y la historia de cada uno de los deportes reconocidos como tales. Pero, por qué el ser humano ignora el básico instinto de supervivencia para conseguir un premio aparentemente no comparable con el riesgo vital que representa conseguirlo? Los psicólogos responden a esta pregunta con cuatro respuestas posibles: encontrarse ante un desafío sumamente difícil, decidir enfrentarlo, confiar en la propia capacidad para superarlo, y arremeter contra el mismo sin importar lo que pase. 

Pero... ¿cómo se consigue rendir al máximo en el deporte? ¿Qué factor o factores diferencian al cerebro del deportista ganador del cerebro promedio? ¿Juegan las emociones un papel determinante en la búsqueda de la gloria en el deporte? La respuesta es que estas personas nacen invariablemente con tres factores: aptitud, obsesión emocional por el desafío planteado y el desarrollo de un marcado aprendizaje inteligente forjado a partir de la experiencia, el perder para poder ganar. El talento del deportista se basa en una especial aptitud cinestésico-propioceptiva, es decir, la capacidad de coordinar inconscientemente los movimientos de las distintas partes del cuerpo cuando se perciben las señales que llegan desde los receptores nerviosos profundos situados en tendones, músculos y articulaciones. Con estos estímulos, se pueden (en los casos de los deportistas muy entrenados) diferenciar los estímulos corporales y extracorporales, y además, iniciar las secuencias de movimiento de manera automática. El resultado: la combinación en el terreno de cualquier deporte de velocidad, coordinación, fuerza, agilidad y resistencia. Y decir esto, cerrando los ojos, es pensar indefectiblemente en un Lio Messi, un Ayrton Senna, un Roger Federer o una Nadia Comaneci. 

Con estos ejemplos citados, nos damos cuenta de que no solo importa la aptitud física, sino que también importa la psiquis, lo que motiva y mueve, las emociones. En el deporte de alto rendimiento importan los mismos factores que mueven al cerebro para la supervivencia básica: la autoconservación y la de la especie. Y si bien dije que muchos de ellos ignoran su alerta de “no dañarse a uno mismo” en el esfuerzo extremo por conseguir la gloria deportiva (“no pain, no gain”, no hay victoria sin dolor), sin embargo el sentimiento de conservación ignora esa posibilidad en el esfuerzo por ser el mejor en lo que se hace, desarrollando las aptitudes sociales dentro del mismo grupo de entrenamiento, y enfrentándose conscientemente a peligros y superándolos. Se suman a estos factores, la aparición de emociones negativas que también suman en la motivación final: enojo, frustración, rabia, miedo unido al estrés, decepción, preocupación, tristeza y vergüenza. Y a estas emociones negativas les hacen contrapeso las positivas: alegría, orgullo y sorpresa. 

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Por último, el rendimiento deportivo depende también de la resistencia y el trabajo coordinado de todo el organismo. Los entrenamientos de larga duración combinan ambas características hasta tener los resultados óptimos. Los deportistas alcanzan su mayor grado de rendimiento entre los 18 y 30 años de edad, luego de 12 a 15 años de duro entrenamiento. El momento preciso depende de cada disciplina. Pero este entrenamiento no solo es “muscular” sino también psicológico. Y esto contempla tres tipos de entrenamiento: el habla interior (donde el deportista emite en silencio las órdenes para ser ejecutadas), la visualización interior (verse a sí mismo ejecutando el ejercicio una y otra vez) y el entrenamiento ideomotor (no solo verse realizando el ejercicio, sino sintiéndolo como si de verdad lo realizara con sensaciones subjetivas rítmicas y cinestésicas). 

Los ganadores, en síntesis, tienen un denominador común: no solo entrenan físicamente, sino que también están DE LA CABEZA. Nos leemos el sábado que viene.

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