Por Federico Mora
La educación superior en el Paraguay no ha tenido el protagonismo necesario en el debate nacional, dejando, en manos de sus actores, un nivel de libertad contraproducente. Este sistema tiene tres instancias centrales; el Cones, encargado de la habilitación de centros y carreras, el cual actúa bajo una lógica debatible de juez y parte; la Aneaes, responsable de evaluar y acreditar la calidad de la oferta, pero cuya certificación no es condición necesaria, ni obligatoria, ni genera sanciones o cierres, y; la universidad, que, a la par de estas “facilidades”, se ampara en una definición aumentada de “autarquía” para una autonomía y autogobierno sin control de calidad.
El sistema reporta que solamente el 10% de los ingresantes de primer año finalizará la carrera, producto de limitaciones socioeconómicas, e indiferencia a la oferta académica. A nivel de propuesta pública, la Universidad Nacional de Asunción (UNA), casa emblema, tiene un discreto resultado en rankings internacionales, resulta de una estructura de archipiélago de facultades, con una razón de claques, reductos, y esferas de poder, independientes, en la que la rectoría no hace sino naufragar, sin capacidad de modificar la realidad.
Produce concursos cuestionados, sobrecargado en toda ratio por número de estudiantes, calificado informalmente de “docente taxi”, mal pagado, y sin condiciones para el ejercicio a tiempo completo, y menos, de investigación. Todo esto, deriva en un desorden presupuestario, que resuena cada año en la elaboración del Presupuesto General de la Nación, donde ahora, justificado por la afectación económica de la pandemia en el estudiante, hace que este, en vez de exigir reformas, acompañe proyectos para el arancel cero.
Un despropósito tan fuerte que, a esta altura, el llamado “UNA no te calles”, no sea más que una anécdota. Sobre este proyecto de ley, precisar que, la oferta pública, basada en el examen de ingreso, es más proclive a estudiantes mejor formados en el bachillerato, provenientes de importantes colegios privados, o en todo caso, de los muy buenos, pero insuficientes, colegios técnicos nacionales. El arancel cero llegará a muchos estudiantes que no necesitan el subsidio, a costa de recortes en recursos genuinos de inversión en educación, como son los del FEEI, referidos como potencial fuente de financiación.
Más bien, corresponde reordenar el sistema nacional de beca, con productos monetarios y de equipamiento, en convocatoria anual y única, basado en la combinación de excelencia (expediente académico de bachillerato y universitario), y de condiciones socioeconómicas y de acción afirmativa, dando lugar a un sistema más sostenible en términos financieros, y equitativo, en acceso. Por otra parte, la universidad tradicional también se debe reinventar.
Para ello, entre otras medidas, hay una tarea pendiente, iniciada en el 2018, que puede generar efectos similares a los de una mariposa. Es la aplicación del “CRÉDITO ACADÉMICO”, entendido como “la equivalencia académica que un estudiante debe realizar para alcanzar los requisitos exigidos dentro de un Plan de Estudios correspondiente a una carrera de grado” (Res. Cones 536/2018). En otras palabras, para el alumno, es la herramienta, reconocida y estandarizada a nivel nacional, y con equivalencia internacional, para cursar asignaturas en diferentes unidades académicas, rompiendo la estructura de malla curricular fija, a una de asignaturas troncales y obligatorias, y de disponibilidad de elegibles, cursables en la misma u otras carreras, facultades, o universidades.
Para la universidad, es una muy buena vía para la subsistencia, porque permite reducir costos suprimiendo asignaturas y docentes que no brinden valor agregado, especializando su oferta, complementándose con otras carreras, facultades y universidades. Sabemos que existe un gran recelo entre casas de estudio, pero también sabemos que, dado el contexto, no hay mejor alternativa que la cooperación, para que todos, o aquellos que mejor lo hagan, puedan mantenerse a flote. Hagamos números y escenarios para validarlo. Como decía Juan Rulfo, nos “salvamos juntos, o nos hundimos separados”.