Las palabras crean realidades, en el sentido de que lo que decimos no solo fluye de nuestro interior sino que cambia el ambiente para bien o para mal. Si nuestras palabras están cargadas de negatividad, no solo nosotros nos contaminamos emocionalmente sino también a los demás; lo mismo cuando son motivadoras, llenas de verdad y amor.

La Biblia nos enseña que el proceso y crecimiento de la fe está relacionado con lo que oímos, y lo que oímos son las palabras, según Romanos 10.17, donde dice: “La fe es por el oír la Palabra de Dios”, y lo que testifica de esa fe es lo que decimos. Fijémonos en lo que escribió Salomón en Proverbios 4.24: “Aparta de ti la perversidad de la boca, y aleja de ti la iniquidad de los labios”. En 1 Pedro 3.10 dice: “El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal y sus labios no hablen engaño”. Si queremos ver días mejores en tiempos tan difíciles, las palabras que decimos pueden hacer la diferencia.

No se puede disociar la fe verdadera de lo que hablamos constantemente. Miremos lo que dice Proverbios 10.11: “Manantial de vida es la boca del justo…”. Solo los justos pueden hablar con bendición y verdad.

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Esto no solo lo dice la Biblia sino que nos lo confirma la experiencia. Se declara en Proverbios 18.21: “La muerte y la vida están en poder de la lengua...”.

Cuando afrontamos una situación, la respuesta en nuestro corazón es expresada por nuestra boca y hablamos lo que creemos. Jesús lo dijo claramente y advirtió a los fariseos en Mateo 12.34-35: “… porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas”.

Lo que podemos ver a lo largo de toda la Biblia es que Dios nos quiere enseñar a hablar y a hablar Su Palabra, que tiene poder creativo en sí misma, pues son palabras de vida. Esto quiere decir que la Biblia tiene vida, no es solo informativa sino que tiene en sí misma un poder que hace que las cosas ocurran.

Cuando hace un llamado a Jeremías, lo primero que hace es enseñarle a hablar. En Jeremías 1.4-8 podemos ver una “lucha” de palabras: “di”, “no digas”, “dirás”, hasta que el Señor puso un punto final a la discusión en el verso 9. Luego el Señor le hace una pregunta y Jeremías ya responde correctamente, ve la misma cosa que Dios ve, y luego le dice el Señor: “Bien has visto: porque yo apresuro MI PALABRA para ponerla por obra”.

Lo mismo ocurre con el profeta Isaías en Isaías 6.1-8. Dios tuvo que tocar su boca para purificarlo. Esto no es porque el profeta era grosero o porque contaba “chistes verdes”, era porque sus palabras y las del pueblo no eran de fe ni estaban de acuerdo con la Palabra de Dios, sino con las circunstancias que estaban viviendo como nación.

En el libro de Malaquías 3.13-18, nos da Dios un parámetro para discernir y entender quiénes son los que le sirven y quiénes no, quiénes son los que hacen justicia y quiénes no. Del verso 13 al 15, vemos a los injustos y que estos tenían palabras violentas contra Jehová. ¿Cuáles fueron esas palabras violentas? El no creerle a Dios y decir que le va mejor al que no cree que al que cree y que Dios no cumple con lo que promete. Pero los que temían a Jehová “hablaban cada uno a su compañero y Jehová oyó”. Estas palabras habladas entre los justos eran palabras de fe, palabras de aliento a la espera de los cumplimientos proféticos, o sea, con fe en lo que Dios había dicho, y estos fueron los principales tesoros de Dios y los beneficiados en el día que Él actuó.

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