Dios, en toda la Biblia, apela siempre al corazón de una persona para evaluar su sinceridad y verdadero compromiso con Él. El corazón se refiere a las intenciones más íntimas, a las motivaciones, a la sinceridad, a la esencia misma de la persona. Cuando hablamos de corazón, apelamos a lo más sagrado que tiene alguien, apelamos a su vida misma. “Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Pr 4.23).

La misma salvación nace en un corazón sincero: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Ro 10.9). Cuando hablamos de salvación, hablamos de la misma base, cimiento o plataforma. Si mi plataforma es sólida y sincera, edificaré para bendición; si no lo es, no importa lo que haga, de nada me sirve.

Dios dijo al profeta Samuel: “Yo no miro lo que mira el hombre, yo miro el corazón” (1 Samuel 16.7). O sea, Dios no mira las apariencias, Él mira nuestra sinceridad. Si estamos en los caminos del Señor y aparentamos lo que no somos (lo cual es fariseísmo y religiosidad), estamos en la línea del engaño y la falsedad. Nuestra motivación para con Dios y los demás debe ser el amor desinteresado. Pablo lo advirtió en 1 Corintios 13, que el amor es el don perfecto, la madurez perfecta, la motivación perfecta.

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Jesús denunció la falta de sinceridad de corazón del pueblo y lo expresó de esta manera tan elocuente: “Este pueblo de boca me alaba, pero su corazón está lejos de mí” (Mateo 15.8-9). Y advirtió lo engañosa que puede ser esa área de nuestras vidas (las motivaciones y emociones que tenemos), diciendo: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, ¿Quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jr 17.9-10). Esta es una realidad que, para que nos demos cuenta de ella, solo necesitamos un poco de sinceridad y autoanálisis.

En muchas etapas de mi vida, tuve experiencias en las que estaba convencido de que mi motivación era correcta. Pero, luego de una evaluación y de oración, me di cuenta de que estaba impregnada de egoísmo. Este autoanálisis es personal, y todo verdadero creyente lo tiene que practicar.

Su mandamiento número uno apela, entre otras cosas, al corazón: “Amarás a Jehová tu Dios con todo el corazón...” (Dt 6.5). Si el corazón está firme, todo lo demás se sostendrá. Hay una sola forma real de buscar de Dios, y es con todo nuestro corazón: “Si lo buscares de todo tu corazón”.

Vivir en la presencia de Dios implica tener un corazón puro, un corazón de niño.

Hay un solo grupo que verá a Dios, y son aquellos que tienen una motivación pura y libre de egoísmo y engaño. Estas son las cosas que contaminan totalmente un corazón limpio. Jesús dijo: “Los de limpio corazón verán a Dios” (Mt 5.8).

El libro de Efesios, capítulo 4.17-32, nos habla de una persona que tiene una nueva vida en Cristo y nos exhorta en los versos 17-19 a tener sumo cuidado con nuestra manera de andar, so pena de llegar a una condición casi irreversible: “la insensibilidad”. Antes de llegar a esa condición, nos muestra el camino recorrido: “entendimiento entenebrecido”, “ajenos a la vida de Dios por la ignorancia”, pero fundamentalmente, “por la dureza de corazón” (Ef 4.18, leer 17-20).

Pero, a partir del verso 21, dice que “si en verdad” lo habéis oído y sido enseñado (o sea, conocido), tenemos que despojarnos del viejo hombre (el hombre carnal, mañoso, desleal, egoísta, etc.) y vestirnos de un nuevo hombre según Dios (versos 20-24).


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