“Duele decirlo, pero hay que decirlo”

Por Pablo Alfredo Herken Krauer

Analista de la economía

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La Ley de Responsabilidad Fiscal (2013) que establecía un tope o límite para el déficit fiscal anual del -1,5% del Producto Interno Bruto (PIB) o tamaño de la economía, es decir, diferencia máxima entre gastos superiores e ingresos inferiores del Gobierno, ha sido quizás nuestra mejor tarjeta de presentación en el mundo económico, como señal de seriedad, responsabilidad y disciplina. “Paraguay maneja bien sus cuentas fiscales, con prudencia, por un excelente trabajo del Ministerio de Hacienda, tiene bajo endeudamiento externo, y en un trabajo coordinado con la política monetaria del Banco Central del Paraguay (BCP) mantiene un escenario de estabilidad: su macro es destacable. En ello mucho tiene que ver la Ley de Responsabilidad Fiscal”, reza un informe internacional. Desde el 2014 hasta el 2018 se cumplió a rajatabla el tope del déficit fiscal: -0,9% en el 2014, -1,3% en el 2015, -1,1% en el 2016, -1,1% en el 2017 y -1,3% en el 2018. En montos el déficit fiscal fue de 360 millones de dólares en el 2014 y de 531 millones de dólares en el 2018. Es importante destacar que nuestros déficits tienen únicamente que ver con el financiamiento de las inversiones públicas.

Todo iba bien hasta que llegó el mal año económico en el 2019, el Gobierno decidió usar la palanca de las obras públicas para amortiguar la caída económica y estimular el repunte correspondiente. Por Ley –correctísimo– se subió el tope “temporalmente” hasta el -3% del PIB precisamente para financiar en gran parte la inversión del Gobierno que sumó casi 1.140 millones de dólares, equivalente al 2,9% del PIB. El déficit fiscal fue del -2,8% del PIB o 1.092 millones de dólares (531 millones de dólares en el 2018). Pocos discutieron la validez y la importancia del uso de la palanca de las obras públicas para dinamizar la economía que cerró el año con crecimiento “0″ después del avance del 3,4% en el 2018. Pero sí hubo voces que pedían “volver lo antes posible al pasado de equilibrio fiscal” desacelerando incluso el ritmo de crecimiento de las obras públicas, y basarlas también en la participación de la inversión privada a través de distintas modalidades. Tal freno el Gobierno lo consideró contraproducente en términos de su brusquedad, optando mejor por una gradual desaceleración del déficit fiscal y de las obras públicas con el compromiso de la “normalidad”. Ojo: bajar del -2,8% al -1,5% no es nada fácil, tiene sus costos.


Y cuando pensábamos “volver a la normalidad” se nos vino la pandemia y el Gobierno se vio en la necesidad de armar un paquete fiscal para que la caída económica no “caiga” tanto, con endeudamiento externo y expansión de recursos propios en el presupuesto, ante la fuerte disminución de las recaudaciones de impuestos. Como consecuencia de dicha política fiscal agresiva se estima que este año cerraríamos con un déficit fiscal del -7 del PIB: en números 2.544,5 millones de dólares. Ojo: saltamos de 531 millones de dólares en el 2018 a 1.092 millones de dólares en el 2019 y subimos aún más este año con 2.544,5 millones. Diría que prácticamente todos los países del mundo aumentaron fuertemente sus gastos públicos o del Estado, sus respectivos déficits se ensancharon enormemente y el endeudamiento se “fue por las nubes”. No hubo otra salida, otra receta. Aún con toda la incertidumbre no pocos se plantean el “ajuste” que hay que hacer para que los resultados fiscales y de endeudamiento no terminen por debilitar, desestabilizar, la casa económica. En el caso nuestro hay profesionales que consideran “volver a la normalidad” en dos años, o un máximo de tres años, congelando los sueldos públicos por tres años, desacelerando obras públicas y el endeudamiento externo. El Gobierno maneja un horizonte de cuatro años para regresar el ahora histórico tope del déficit fiscal del 1,5% del PIB. Los números y resultados del cuadro de ejecución del presupuesto fiscal que acompañan el escrito señalan claramente que no se puede demorar en demasía la “vuelta a la normalidad”. Aún con las mejores intenciones, no son pocos los países que cayeron en la trampa del agujero fiscal que asumían poder manejar, pero que al final se desbordó. Hacer el ajuste duele, no hacerlo duele más. Was gesagt werden muss, muss gesagt werden. Duele decirlo, pero hay que decirlo. DDPHQD

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