POR MARCELO PEDROZA

COACH

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La representación de las acciones forma parte de un entramado de contextos internos y externos que influyen en las mismas. Entender la multiplicidad de factores que inciden en la conducta humana es una misión que durará mientras exista uno de nosotros. Es asombroso vivir. En cada generación las lecciones de la humanidad dejan su legado. Somos partícipes de un complejo escenario global, estamos aprendiendo a transitar en un tiempo que transforma todo, que modifica hasta la posibilidad de estrechar una mano. ¡Y qué valioso es hacerlo!, es que en ese acto se constituye para nuestra idiosincrasia la cultura del respeto.

“Podemos estudiar la representación de la acción por medio de la electroencefalografía (EEG) analizando en particular una onda cerebral que aparece varios segundos antes de un movimiento, llamada potencia de preparación motora”, sostenía Marc Jeannerod (1935 -2011), neurofisiólogo fracés.

Hay millones de instantes en el andar existencial. ¡Cuántas posibilidades de encender las turbinas de la admiración!, es que siempre se avizora una rendija que permite descubrir un propósito para continuar. Es inalienable el derecho a quererse, a cuidarse, y a estrecharle la mano a otros. Esto último, tiene diferentes manifestaciones, dando paso a la práctica de los verbos que la movilizan, como servir, atender, cuidar, reír, perder, levantar, sostener, escuchar y abrir, más todos aquellos que quieran incorporar.

“Cuando uno se representa mentalmente una acción aumenta el ritmo respiratorio, pero no el consumo de oxígeno, ya que no hay contracción muscular”, decía el consagrado científico. La comprensión de los tiempos de cada persona implica aceptar el ritmo particular, único y total que se desliza en dicho ser; ese que va por su camino, que elige su andar, que decide su paso y que se detiene cuando así lo desea, o retrocede si es necesario, o avanza si siente que debe hacerlo. En ese vaivén suceden las acciones y se erigen como difusoras de la inconmensurable naturaleza humana.

Si en una acción aumenta el ritmo respiratorio, ¡imagínense durante un día!, es desafiante animarse a desaprender, desarticular y pulir el acceso al yo que sufre, que se cuestiona, que se acepta, que se quiere y que vuelve a aprender o a articular sus experiencias, sus deseos y sus respiraciones.

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