Por Hno. Mariosvaldo Florentino

capuchino.

El evangelio de este domingo nos presenta la muy conocida parábola del sembrador. De hecho, Jesús para hablar de Dios y de su acción en el mundo usa siempre ejemplos muy accesibles a todas las personas, pues quiere que su mensaje pueda ser comprendido y practicado por todos, especialmente en su sociedad agropecuaria. Él muchas veces aprovecha de las experiencias concretas de la gente para introducirles en los misterios de la vida espiritual.

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Esta parábola trae elementos que son colocados en evidencia: el sembrador, las semillas y la tierra. Sin uno de ellos no se puede llegar a la cosecha, pero ante todo Jesús quiere hacernos reflexionar… ¿Qué tipo de tierra somos nosotros?

Existe la tierra del camino. Las semillas que caen allí y se pierden. Los pájaros las comen, o las personas las pisan. Estas semillas en general ni germinan. Así son las personas que no dan ningún valor a palabra de Dios en sus vidas. Hasta participan en la misa o escuchan alguna predicación, pero no hacen caso a lo que escuchan, lo hacen solo por costumbre. Sus vidas, sus decisiones, sus pensamientos no tienen ninguna conexión con la voluntad de Dios. Para ellos, la Iglesia, Dios, los sacerdotes, son cosas interesantes, que deben ayudar a los demás a encontrar la paz y alivianar sus tristezas, pero no deben influenciar en sus vidas... Cada uno debe hacer lo que quiere siempre y basta, en ellas la Palabra de Dios no produce ningún fruto. Es increíble, pero existen muchas personas que piensan así. Son hijos de una ideología que pone la experiencia de fe como una cosa tan privada, que nadie ni debe darse cuenta de sus creencias y de su fe.

Existe además la tierra que está en medio a las piedras. Es una tierra sin profundidad. Ella recibe bien la semilla que con mucho ánimo luego crece, todavía sus raíces son muy sutiles, y cuando viene el sol las quema completamente. Son aquellas personas que muy fácilmente se animan con la palabra de Dios. De un día para el otro quieren cambiar el mundo y están tan motivadas que podrían tocar las estrellas. Tienen muchos sueños, hacen lindos planes, pero después que pasan algunos días todo se transforma en humo. Son inconstantes. No consiguen perseverar en un proyecto. No son capaces de mantener la palabra. No son capaces de soportar una crítica. Personas de este modo también existen muchas. Especialmente en nuestros días muchos viven de un modo tan superficial, que, como estas plantitas, mueren con los primeros rayos de sol.

Existe también la tierra con espinas. Es increíble como las hierbas malas crecen con mucha más fuerza que aquellas buenas. Las semillas que caen en esta tierra tampoco producen frutos, pues son ahogadas por las malezas. Estas son las personas que reciben la Palabra de Dios y se quedan contentas, hacen planes para colocarlas en práctica, pero pasan los días, surgen otras propuestas, y acaban ocupándose de muchas otras cosas y habiendo gastado las energías con otras actividades, la vida espiritual va perdiendo espacio hasta que un día muere ahogada. De este tipo también existen muchos. Son buenos, pero no saben organizar su tiempo, no consiguen establecer prioridades. Entran en los engranajes del mundo, y terminan por consumirse en cosas banales.

Existe la tierra buena, que acoge las semillas y produce todo lo que puede cada una. Son aquellos que acogen el mensaje de Dios y deciden orientar sus vidas según su voluntad. Sus vidas se transforman en un armazón de Dios, siempre cargados de buenas acciones, de generosidad, de amor, de perdón.

¿Qué tipo de tierra somos nosotros? ¿Llegamos a producir frutos porque practicamos lo que Dios nos dice?

Creo que todos nosotros tenemos un poquito de cada una de estas tierras. Pienso, que no existe alguien de nosotros que nunca desperdició, una semilla de la Palabra de Dios, así como alguien que nunca haya realizado, algo de lo que Dios propone.

Por otro lado, meditando en estas palabras, y reconociendo mis debilidades por las cuales, tantas veces los frutos fueron muy mezquinos en mi vida, nace en mí una súplica al Sembrador:

Señor, prepara mi tierra. Limpia Señor el campo de mi vida, quita las piedras, arranca los espinos. Remueve Señor el terreno de mi vida, antes de sembrar, abónala Señor, con tu Espíritu. Riégame Señor constantemente con tu gracia, pues sin ti yo sé que no puedo producir nada.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te de la PAZ.

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