Cuando el siglo XX llegaba a su fin, el hombre imaginaba que el XXI traería el tiempo soñado, algo así como la tierra prometida para los israelitas, es decir el momento en que la coronación de la tecnología y el desarrollo finalmente beneficiarían a la raza humana.

Sin embargo, tras pasar dos sangrientas guerras mundiales, una de barro y trincheras y otra que inauguró la era de la amenaza de los misiles atómicos, hoy la muerte sigue incontenible y la batalla se libra en hospitales contra enemigos invisibles, como los que derrotaran a los invasores extraterrestres en la novela de H.G. Wells, de 1898, “La guerra de los mundos”.

Por entonces, en la ficción la humanidad se había puesto de rodillas ante la superioridad tecnológica de los marcianos y solo las bacterias habían sido capaces de vencerlos. Hoy son los virus los que tienen a mal traer a los terrestres.

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Ni con toda la tecnología del siglo XXI el hombre ha logrado vencer a la naturaleza y alcanzar la paz del desarrollo. A pesar de todo, así como los todopoderosos extraterrestres sucumbieron ante los elementos, el hombre también sigue pendiente de qué nubes le trae el viento más allá del horizonte.

Según el pronóstico, la tormenta está llegando. En el Este los nervios están fuera de control: el contrabando que siempre llovió en la zona se agudizó con la sequía de la pandemia y la cuarentena. Los civiles no tienen qué dar de comer a sus hijos y recurren a los truenos, pero el rayo de la Armada arrecia latigazos en la espalda de la desesperación.

Pero es apenas el comienzo. En el centro comienzan a caer más gotas y ya suman más de tres mil los contagiados y el raudal de muertos es previsible ante las cañerías trancadas por la escasa ejecución: no hay ni suficientes desagües en las calles y menos respiradores en los hospitales.

Los empresarios exigen la natural reactivación económica, los ciudadanos exigen el cese del confinamiento, los más vulnerables exigen comida, los médicos exigen insumos, los que pagan impuestos exigen resultados... mientras las deudas aumentan y el precio del dólar trepa hasta niveles récord.

En este río revuelto del siglo XXI ni los políticos ganan. Es hora de serenarse y ver las nubes en el cielo. No hay excusas: los militares no están para arremeter contra los ciudadanos, tampoco la Policía para acallar las voces que gritan por pan. Las autoridades deben dejar las malas artes del egoísmo y del latrocinio y ejercer su rol.

A pesar de vivir en plena era de la panacea tecnológica y alcanzar niveles de semidioses del Olimpo, finalmente es el viento el que trae las nubes, blancas u oscuras.

Estamos en una tormenta y mientras dure hay que mantener la calma. En algún momento va a pasar, como siempre ocurrió. Será entonces cuando salgamos a la calle de nuevo, cuando podremos vernos las caras. Unos con orgullo y otros con vergüenza.

Estamos en tormenta, pero no olvidemos que el viento será brisa de nuevo.

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