Por Dr. Miguel Ángel Velázquez

Dr Mime

El sábado pasado quedamos atrapados en el mundo del cerebro hiperconectado a distancia, el procesamiento de la información y los estímulos, la verdadera revolución que esto implica. Y me preguntarán... ¿Acaso hay algo más? Sí. Bastante.

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El contacto visual prolongado se ha convertido en la señal facial más intensa disponible y puede parecer amenazadora o demasiado íntima si se sostiene demasiado. Las pantallas con varias personas amplían el problema de la fatiga. La vista en galería supone una dificultad para la visión central del cerebro y lo obliga a descodificar a tanta gente al mismo tiempo que no se obtiene nada significativo de nadie, ni siquiera de la persona que habla.

La pantalla múltiple de Zoom es un típico ejemplo de lo que los sicólogos denominan “atención parcial continua”, es decir, el tener muchos focos atencionales y no prestarle atención real a ninguno. Esto se aplica tanto a los entornos virtuales como a los reales. Es el tipo de multitarea que el cerebro intenta (y no suele conseguir) manejar en una videollamada grupal. Esto provoca problemas, como el que las videollamadas grupales se vuelven menos colaborativas y más compartimentadas, conversaciones en las que solo hablan dos personas al mismo tiempo mientras las demás escuchan.

Como cada participante usa una secuencia de audio y es consciente del resto de las voces, es imposible mantener conversaciones paralelas. Si se ve a un solo interlocutor cada vez, no se puede reconocer el comportamiento de los participantes no activos, algo que sí se percibiría con la versión periférica. Para algunas personas, la división prolongada de la atención genera la sensación desconcertante de estar agotándose sin haber conseguido nada. El cerebro se siente abrumado con el exceso de estímulos mientras está concentrado en buscar señales no verbales que no puede encontrar. Es por eso que una llamada telefónica tradicional podría pasar menos factura al cerebro, ya que cumple una pequeña promesa: solo transmite una voz.

Por el contrario, el cambio brusco a las videollamadas ha sido una bendición para las personas con dificultades neurológicas para mantener conversaciones en persona, como las personas con autismo, que pueden sentirse abrumadas cuando hablan varias personas. Y es que cuando la videollamada abruma a la persona con espectro autista, puede simplemente apagarse la cámara y ahorrar energía para cuando se desee percibir las señales no visuales que se consigan transmitir, porque las personas con autismo suelen tener dificultades para entender cuándo es su turno para intervenir en conversaciones en persona.

Por eso el desfase frecuente entre los interlocutores en las videollamadas podría ayudar a algunas personas autistas porque, por ejemplo, cuando se usa Zoom está claro a quién le toca hablar. Sin embargo, otras personas con autismo podrían tener dificultades con las videollamadas, ya que pueden acentuar los desencadenantes sensoriales, como los ruidos fuertes y las luces brillantes. Este es el llamado CEREBRO DE ZOOM. Algo a lo que debemos acostumbrarnos, pero que no debe tenernos DE LA CABEZA, porque ya formará parte de nuestra nueva normalidad. Nos leemos el sábado que viene.

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