Por Carlos Mariano Nin.

Columnista

Un día contaremos esta historia…

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La pandemia del coronavirus llegó cuando nadie la esperaba. El mundo giraba desde hace tiempo a los tumbos y la humanidad avanzaba como siempre avanza por el camino equivocado, ese del progreso sustentado en un egoísmo desmedido y sin escrúpulos.

Solo el planeta sentía las consecuencias.

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación calcula que el ritmo de deforestación fue de 10 millones de hectáreas al año en el periodo 2015-2020, frente a los 12 millones del lustro anterior. En la última década, las mayores pérdidas forestales se registraron en África, pero seguida muy de cerca de Sudamérica.

Nosotros no somos una isla en el mundo.

En los últimos 25 años, en Paraguay, el promedio de deforestación fue de 336.000 hectáreas por año, o sea que ya perdimos el equivalente a 600.000 canchas de fútbol según el Instituto Forestal Nacional.

Con los bosques, más de dos tercios de la fauna silvestre podrían desaparecer a finales de la década, si no se toma pronto algún tipo de acción, advierte un nuevo reporte de la organización World Wildlife Fund (WWF).

Desde 1970, el mundo registró una disminución general de 58% en el número de peces, mamíferos, aves y reptiles según el estudio “Living Planet Index”. Si es correcto, eso significa que la fauna silvestre en todo el mundo se está desvaneciendo a un ritmo de 2% al año.

La ONU argumenta que la actividad humana alteró prácticamente todos los rincones de nuestro planeta, desde la tierra hasta el océano. Y a medida que continuamos invadiendo implacablemente la naturaleza y degradando los ecosistemas, ponemos en peligro la salud humana.

De hecho, el 75% de todas las enfermedades infecciosas emergentes son zoonóticas, es decir, se transmiten de los animales (ya sean domésticos o silvestres) a los humanos. Alguna vez terminaremos con el mundo tal y como lo conocemos. O el mundo acabará con nosotros. Es algo que solo el tiempo nos va a responder.

Y hablando de la pandemia, a medida que la infección se extendía por el mundo, las fábricas cerradas, las autopistas vacías, las calles desiertas… paradójicamente dejaban una gran beneficiada: la naturaleza y el medio ambiente nos enviaba un mensaje. El descenso de la cantidad de desplazamientos en vehículos, la disminución de la producción industrial y el consumo, comenzaron a descontaminar el mundo, aguas más limpias y cielos más claros. Desde China hasta Venecia, Barcelona o Santiago e incluso hasta Asunción.

Vimos zorros recorriendo las calles de Rusia, mientras miles de monos tomaban las avenidas de la India o manadas de venados recorrían zonas urbanas de España. Incluso en la ciudad de Oakland, situada en la bahía de San Francisco, fueron vistos pavos salvajes que se adentraron en las instalaciones de una escuela, y aquí, más cerca, hay quienes dicen que en el Mburicaó se vieron peces como nunca antes, como si la naturaleza quisiera recuperar el espacio perdido.

Muchos dicen que la enfermedad es una advertencia, y viendo las estadísticas puede que sea cierto. Por lo menos, cuando todo esto pase, nos va a dejar un gran mensaje si aprendemos de las señales que nos deja.

Podríamos aprender a votar mejor, para que no nos roben políticos inescrupulosos. Podríamos aprender a respetar la naturaleza que nos envuelve en todo lo que está. Podríamos aprender que no hay nada más potente que un abrazo y a disfrutar más tiempo con la gente que amamos. Podríamos construir el país que soñamos y planificar sin errores el futuro de nuestros hijos. Sí, puede ser otra oportunidad, o que sea la última.

Pero esa… es otra historia…

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